miércoles, 10 de marzo de 2010
La gallina de la abuela
Quien todo lo quiere, todo lo pierde.
Había una vez una mujer muy viejecita que vivía en el pueblo más alto de la tierra. Y decían que era el más alto porque en el mundo no existía otro sitio que estuviera más cerca del cielo que aquella pequeña y tranquila aldea del Tibet donde vivía la abuela. No obstante aunque sus habitantes vivían rodeados por los paisajes más impresionantes que os podrías imaginar, la vida allá arriba no resultaba nada fácil por la falta de comida. Aquellas gentes no tenían muchos sitios para conrear la verduras o las frutas, y los animales eran tan pocos que tener una gallina era como tener un tesoro.
La abuelita era una de las personas del pueblo que tenía menos recursos. Y como que la pobre anciana no tenía ni un céntimo, en vez de comprar comida, la descambiaba por otras cosas. Un día descambio por sal, otro por lana y, de vez en cuando alguno de los trastos viejos que guardaba en casa.
A la anciana le encantaban los huevos. Le gustaba comérselos de todas formas posibles: los hacia duros, fritos, pasados por agua o en tortilla. Le gustaban tanto, que no le importaba recorrer cada día un largo camino hasta la tienda que los vendían.
- ¡Qué caminada!- resoplaba la anciana-. Además, la vuelta a casa era toda cuesta arriba y yo no tengo edad para estas cosas. Pero no me quejo, estoy contenta porque esta noche de cena comeré huevo.
Pasó el tiempo y la mujer cada vez era más anciana y estaba más cansada. Le daba una tremenda pereza salir a buscar su huevo diario, pero siempre acababa yendo por no quedarse sin su plato favorito.
Una noche, mientras se preparaba la cena, pensó:
- ¿Si cada día cambio alguna cosa por un huevo, porque no reúno más cosas de lo habitual y lo cambio todas por una gallina? Si hago esto, tendré huevos frescos cada día sin necesidad de salir de casa.
La abuelita había tenido una gran idea. Y a la mañana siguiente, cargo con un montón de cosas y fue hasta la casa de una familia que era famosa por tener muchas gallinas. Después de regatear un buen rato, la anciana volvió alegremente a casa… llevando en brazos una señora gallina sana y gordota.
- ¿Así que esto es una gallina?- dijo cuando cargaba con el animal.
A la viejecita le encantaban los huevos, pero, por increíble que parezca, no había visto una gallina en toda la su vida. En llegar a casa, construyó un pequeño corralito para la gallina a la parte posterior del jardín. Y la gallina estaba allí tan cómoda y tan bien alimentada que, cada mañana, cuando la viejecita iba a verla, ya había puesto un hermoso huevo blanco.
- Caramba, caramba… así que las gallinas guardan los huevos en su interior- e dijo sorprendida por el descubrimiento-. ¡Que cosa más rara!
Estaba tan contenta con su gallina y con los huevos que esta había puesto esta le daba, que un día decidió invitar a comer a sus estimados vecinos.
- Espero que os gusten los huevos – se dijo-. ¿Pero que dijo? ¿Si a mi me encantan, porque no les habrían que encantar también a ellos?
Y sin pensárselo, se dispuso a prepara la comida. Pero para cocinar la receta, la anciana necesitaba cuatro huevos. Así que salió al corral y vio que, como era habitual, la gallina sólo había puesto un huevo.
- Hoy necesito cuatro huevos porque tengo invitados a comer- le dijo la anciana a la gallina. Así, pues, haz el favor de poner tres más.
Pero la gallina, como es natural, no le hizo caso. El pájaro continuaba cacareando mientras picoteaba el suelo en buscar de gusanos.
- Venga gallina, que te estoy esperando… ¡Te he dicho que necesito tres huevos más!
Y la gallina, esta claro, continuaba a la suya: cocorocó…. Cocorocó…
La anciana era tan ignorante que estaba completamente convencida que la gallina no ponía un huevo cada día, sino que, al contrario, guardaba muchos huevos en su interior. Así que, sin pensárselo dos veces, cuando se le termino la paciencia, cogió un cuchillo y la abrió en canal para ver si encontraba el lugar donde guardaba el resto de los huevos.
La pobre gallina no lo resistió y murió en la mesa de la cocina.
A la hora de la comida llegaron los invitados, se sorprendieron en ver que la viejecita no había preparado sus famosos huevos sino que, en su lugar, había cocinado la gallina.
- ¿Has matado tuya gallina para prepararnos la cena?- preguntaron los invitados muy extrañados-. ¿Porque lo has hecho? No lo entendemos, ya que ahora, te has quedado sin gallina y sin huevos.
La anciana se sincero y explico a sus vecinos lo que había pasado.
- Yo quería prepararos una comida especial, quería daros una sorpresa – explicó la anciana. Creía que la gallina guardaba muchos huevos en su interior y, como que no los ponía, pensé que abriéndola los podría coger. Y ahora, pobre de mí, me he quedado sin nada ¡Me he quedado sin huevos y sin gallina!- se lamentaba la anciana.
-Has sido muy tonta mujer- le respondieron sus amigos-. La primera cosa que tienes que hacer es superar tu ignorancia, abrir la mente y adquirir nuevos conocimientos para poder afrontar la vida cuotidiana. Así aprenderás a respectar el ritmo natural de las cosas. La gallina sólo pone un huevo al día y, por mucho que tú lo desees, siempre pondrá sólo uno al día. Todo en esta vida requiere un tiempo. Y tú has estado muy avara en querer que la gallina pusiera todos los huevos a la vez.
La viejecita aprendió la lección ya partir de aquel momento vivió en armonía con la naturaleza. Aprendió a comprender que cada cosa tiene su momento y que, si no es capaz de respetar el orden natural, lo más posible es que se quede sin nada. Como le paso a ella sin huevos y sin gallina.
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