miércoles, 31 de marzo de 2010

Las estrellas del Cielo

Los sueños por muy imposibles que parezcan poderse conseguir, con constancia se consiguen y perseverancia. Aunque no precisament el de tocar estrellas.

Hoy les dejó con "las estrellas del cielo", cuento tradicional inglés.


Hubo una vez, hace mucho, mucho, mucho tiempo, una niña que soñaba con alcanzar las estrellas, es decir, tocarlas con sus manos.
En las noches claras sin luna, asomada a la ventana de su dormitorio,
las admiraba en silencio pensando qué es lo que se sentiría teniendo
una entre las manos.

Así las cosas, cierta noche de estío, la niña llegó a la conclusión de
que debía tocar por lo menos una o dos y para ello tenía que ponerse en
camino hasta llegar a ellas.

Dicho y hecho, saltó por la ventana y empezó a andar, y anda que te
andarás llegó a un viejo molino cuya rueda chirriaba escandalosamente.

Dándole las buenas noches, la niña le pregunto si la rueda sabía como
podría jugar con las lejanas estrellas pues para eso había emprendido
la caminata.

La rueda le respondió que las encontraría bañándose en el estanque
cercano donde por la noche brillaban hasta el punto de no dejarla
dormir con su resplandor.

La niña saltó al estanque pero por más que nadó, e incluso buceó, le
fue imposible encontrarlas. Muy decepcionada se lo dijo después a la
rueda de molino, que vieja y gruñona, repuso:

-No me extraña, has removido tanto el agua que las has asustado y se han ido.

Entonces la niña, desilusionada, prosiguió su camino.









Anda que te andarás, llegó a un verde prado en el que se sentó a
descansar, dándose cuenta entonces de que el prado pertenecía a las
hadas y a los elfos que lo llenaban por doquier corriendo, volando o
bien danzando sobre el pasto.

Saludándolas muy educadamente la niña les preguntó si habían visto
estrellas por allí ya que tenía mucho interés en alcanzar alguna.

Las hadas le replicaron que sí, que relucían todas las noches entre los tallos de la hierba. Dijeron:

-Ven a danzar en nuestra compañía y encontrarás todas las estrellas que desees.

Mas aunque la niña bailó con ellas en su alegre corro, no halló ninguna
estrella, y dejándose caer agotada al suelo, lloró dirigiéndose a las
hadas que la rodeaban en círculo:

-Por más que lo intento no lo consigo. Si no me ayudáis nunca podré jugar con las estrellas.

Las hadas hablaron bajito entre si, y finalmente una se acerco a la llorosa criatura para aconsejarla:

-Que tu ánimo no desmaye; si lo deseas puedes conseguirlo, todo es
cuestión de voluntad. Ves camino adelante y cuando encuentres a Cuatro
Patas, que te lleve hasta Sin Patas y entonces le ruegas a Sin Patas
que te conduzca hasta la Escalera sin escalones por la que debes subir.

Muy contenta la niña partió con ánimo ligero llegando finalmente a donde estaba un caballo atado a un árbol.

-Buenas noches –saludó por tercera vez-, deseo tocar las estrellas del
cielo y he caminado tanto, tanto, que me duele todo el cuerpo, ¿serías
tan amable que me permitieses montar en tu lomo?

El caballo le dijo entonces que él no entendía de estrellas y que su misión consistía en obedecer a las hadas.

-Ellas me han hablado de ti y me han aconsejado que le diga a Cuatro Patas que me conduzca hasta Sin Patas.

-Pues mira por donde yo soy Cuatro Patas, sube a mi lomo y partiremos.

Y anda que te andarás, o, mejor dicho, cabalga que te cabalgarás, abandonaron el bosque llegando a la orilla del mar.

El caballo se despidió, ya había cumplido su misión, y la niña
prosiguió su marcha bordeando la orilla del mar y se decía qué más
podía pasar ahora y a quién encontraría que se llamara Sin Patas, y,
cuanto menos lo esperaba, un pez enorme como ella nunca había creído
que existieran, asomó la cabeza entre la espuma de las olas.

-Buenas noches –saludó la niña al pez-. Me gustaría tocar las estrellas con la mano, ¿puedes ayudarme a conseguirlo?

-No lo sé; si no me traes el permiso de las hadas no podré ayudarte –le contestó el pez.

-Pues lo tengo, y para que veas te trasmitiré el mensaje: debía
encontrar a Cuatro Patas que me conduciría a Sin Patas y éste hasta la
Escalera sin escalones.

-Esto es otra cosa –exclamó el pez-, venga, súbete a mi lomo y procura no caerte.

Navegaron, navegaron y navegaron precedidos por una estela dorada que
se dirigía hacia el lejano horizonte, allá donde el mar y el firmamento
se encuentran.

Entonces la niña vislumbró un bellísimo Arco Iris que saliendo del mar
llegaba hasta el cielo brillando en todo su esplendor y colorido.

Por fin alcanzaron el inicio del Arco Iris y la niña descubrió que se
trataba de un camino amplio y lleno de luz, que subía hacia la bóveda
celeste, y en lontananza, la chiquilla apercibió unas minúscula
lucecillas que daban la impresión de bailar.

-Hasta aquí hemos llegado –informó el pez-. Esa es la Escalera sin escalones. Ves con cuidado al subir, si es que puedes. Piensa que esta
escalera nunca se hizo para los piececitos de las niñas.

En cuanto la pequeña saltó del lomo de Sin Patas, éste desapareció en el mar.

La niña ascendió por el Arco Iris, tarea, por otra parte, nada sencilla, pues a cada escalón que subía le daba la sensación de bajar dos. Y aunque ascendió hasta que el mar quedó muy lejos, las estrellas seguían encontrándose remotas.

Pero ella se dijo ya que era muy animosa:

-No voy a echarme atrás; si he llegado hasta aquí no voy a volver sobre mis pasos.

Así que ascendió y ascendió, encontrando que el aire por momentos se volvía muy, muy frío, mas el firmamento brillaba intensamente, tanto que se dio cuenta de que estaba ya cerca de las estrellas.

-¡Lo estoy consiguiendo! –gritó.

Y sin vacilar llegó repentinamente al final del Arco Iris. En torno suyo, mirase por donde mirase, las estrellas daban vueltas y bailaban.
Era una danza que tan pronto subía como bajaba, igual que las hojas cuando las mueve el viento, y giraban a su alrededor lo mismo que un torbellino, entre los destellos de miles de colores.

-Finalmente las alcancé –se dijo-. En toda mi vida había contemplado algo tan bonito.


Entonces se dio cuenta de que estaba helada y al mirar en dirección a sus pies entre las sombras, le fue imposible ver la Tierra.

La pequeña tembló de miedo.



-Pero no me marcharé sin antes acariciar una estrella– y así diciendo
con decisión se puso en puntas de pie extendiendo los brazos tanto como
le fue posible. Y ya estaba próxima a lograr su empeño, cuando, el paso
raudo de una estrella la sorprendió hasta el punto que le hizo perder
el equilibrio y hybdirse en el vacío.

Fue cayendo, cayendo, cayendo, Arco Iris abajo y más iba bajando más
templado era el aire y más somnolienta se sentía, y entre bostezos y
suspiros quedóse profundamente dormida.


Al despertar se encontró de nuevo en su camita. Lucía el sol en la ventana y las aves mañaneras cantaban en los árboles y entre las flores
del jardín.

-¿De veras estuve entre las estrellas y las toqué, o no ha sido más que un sueño?

Inesperadamente notó algo en la palma de su mano, y cuando la extendió,
el brillo de una luz centelleó para desvanecerse enseguida.

La niña, muy feliz, pudo darse cuenta en ese momento de que no se engañaba; aquel era el polvo de las estrellas y ella las había tocado
con sus manos, no se trataba de un sueño.

martes, 30 de marzo de 2010

La princesa rana


Había una vez un rey que tenía tres hijos. Cuando los príncipes se hicieron mayores, su padre los reunió y les dijo:

-Mis queridos hijos, quisiera que cada uno de ustedes se casara. Deseo tener nietos que endulcen mi vejez.

-Si es así, padre, danos tu bendición –le respondieron los príncipes-. ¿Con quién debemos casarnos?

-Cada uno tomará una flecha –les explicó el rey-. Saldrán al campo y dispararán. Allí donde caiga la flecha, encontrarán su suerte.

Los hijos hicieron una profunda reverencia ante el rey, tomaron cada uno una flecha, salieron al campo, tensaron sus arcos y dispararon.


La flecha del príncipe Nikolai, el hermano mayor, cayó en la mansión de un noble, cuya hija la encontró.


La flecha del príncipe Alexei, el segundo hermano, cayó en el patio de un rico mercader y la recogió una de sus hijas.


La flecha del hermano menor, el príncipe Iván, ascendió muy alto y se perdió de vista. El joven fue a buscarla y, luego de andar y andar sin descanso, llegó a un pantano. Allí, sobre una hoja de nenúfar, había una rana y a su lado estaba la flecha.


-Rana, ranita –pidió el príncipe-. Devuélveme mi flecha.

-Te la devolveré, si te casas conmigo- respondió la rana.


-¿Qué dices? ¿Acaso voy a casarme con una rana?

-Deberás casarte conmigo. Ésa es tu suerte.

El príncipe Iván se puso triste, pero comprendió que no tenía otra posibilidad. Tomó a la rana, guardó su flecha y volvió al palacio del rey.


Al día siguiente se celebraron las tres bodas: la del príncipe Nikolai con la hija del noble, la del príncipe Alexei con la hija del mercader y la del príncipe Iván con la ranita.

Poco después, el rey hizo llamar a los príncipes y les dijo:

-Quisiera conocer las habilidades de sus mujeres. Para mañana, cada una debe hacerme una camisa.

Los hijos se inclinaron ante el rey y fueron a transmitir la orden.

El príncipe Iván llegó a sus habitaciones muy acongojado. La ranita, que daba saltos por el piso, se detuvo frente a él.

-¿Por qué estás tan cabizbajo, príncipe Iván? –le preguntó-. ¿Qué pena oprime tu corazón?

-Mi padre ha ordenado que le hagas una camisa para mañana.

-No te preocupes, príncipe Iván. Acuéstate y duerme tranquilo, que mañana será otro día.

Cuando el príncipe Iván se durmió, la ranita saltó hasta una de las torres del palacio, se despojó de su piel y se convirtió en Basilisa la Sabia.


Era tan bella que ni en los cuentos había otra igual.

Basilisa la Sabia aplaudió tres veces y llamó con voz melodiosa:

-¡Madrinas, nodrizas mías, no demoren ni un instante! Para mañana por la mañana debo tener una camisa, como la que usa mi padre, para entregar al rey.

Muy temprano, cuando el príncipe Iván se despertó, la ranita ya estaba saltando por la habitación. Sobre la mesa había una camisa envuelta en fino lienzo.

Lleno de alegría, el príncipe Iván fue a ver a su padre. El rey recibió los regalos de los tres hermanos.

El príncipe Nikolai desenvolvió la camisa que traía. Cuando el rey la vio, dijo:

-Esta camisa no es digna de un rey.

Luego desenvolvió la camisa el príncipe Alexei. El rey la vio y dijo:

-Esta camisa sólo sirve para ir al baño.

Llegó entonces el turno del príncipe Iván. La camisa que mostró al rey era una prenda de seda con bellos bordados en oro y plata.


-¡Esta camisa es para lucirla en las fiestas! –exclamó el rey al verla.

Los hermanos mayores se alejaron murmurando:

-Debemos tener cuidado con la mujer de Iván. No es una rana sino una bruja.

Unos días más tarde, el rey volvió a llamar a sus hijos y les pidió:

-Quiero que para mañana sus mujeres me horneen un pan. Me gustaría saber cuál de ellas cocina mejor.

El príncipe Iván regresó a sus habitaciones. Al ver su cara de tristeza, la ranita le preguntó:

-¿Qué pena te agobia, príncipe?

-El rey ha ordenado que le hornees un pan para mañana.

-No te preocupes, príncipe Iván. Acuéstate y duerme tranquilo, que mañana será otro día.

Mientras tanto, las mujeres de los hermanos mayores se burlaban de la rana y anticipaban que no podría cumplir la orden del rey. Sin embargo, enviaron a una vieja criada para que la espiase y les contara cómo horneaba el pan.

La ranita era muy perspicaz y se dio cuenta de que la estaban espiando. Por eso, preparó la masa y la echó por un agujero que había en lo alto del horno.

La criada corrió a contar lo que había visto y las mujeres de los príncipes hicieron exactamente lo que había hecho la ranita.

Un rato después, la ranita saltó hasta la torre del palacio, se convirtió en Basilisa la Sabia y aplaudió tres veces:


-¡Madrinas, nodrizas mías, no demoren ni un instante! Para mañana por la mañana debo tener un pan esponjoso y blanco como el que comía en casa de mi padre.

Cuando el príncipe Iván se despertó, el pan ya estaba sobre la mesa. Era una hogaza bordeada con arabescos y coronada por una ciudad con sus murallas.

El príncipe Iván se puso muy contento, envolvió cuidadosamente el pan y se lo llevó a su padre.

El rey puso cara de disgusto al ver los panes que traían los hermanos mayores. Sus mujeres habían vertido la masa en el lugar incorrecto del horno y el pan había quedado requemado y duro.

El rey ordenó que se lo dieran a los cerdos.

Cuando el príncipe Iván le entregó su pan, el rey exclamó:

-¡Este pan es para comerlo en las fiestas!

Al día siguiente el rey decidió celebrar un banquete en el palacio. Los tres príncipes debían asistir con sus mujeres.

Una vez más el príncipe Iván regresó cabizbajo a sus habitaciones. La ranita interrumpió sus saltos y le preguntó:

-¿Qué pena te acongoja, príncipe Iván? ¿Acaso tu padre no ha sido cariñoso contigo?

-Ranita, ranita, ¿Cómo quieres que no esté apenado? Mi padre ha ordenado que vaya contigo al banquete. Dime, ¿crees que puedo mostrarte a los invitados?

-No te preocupes, príncipe Iván –le respondió la ranita-. Ve solo al banquete y yo te seguiré. Cuando oigas retumbar un trueno, no te asustes. Si alguien te pregunta algo, le dirás: “Es mi ranita que viene en una cajita”.

Así lo hizo el príncipe. Al verlo llegar solo, sus hermanos, cuyas mujeres lucían hermosos trajes y tocados elegantes, se burlaron de él.

-¿Por qué no ha venido tu mujer? Podrías haberla traído envuelta en un pañuelo –dijo el príncipe Nikolai.

-¡Para encontrar una belleza semejante habrás tenido que recorrer todos los pantanos! –agregó el príncipe Alexei.

El rey, sus hijos, las mujeres y los invitados se ubicaron en las engalanadas mesas y dio comienzo el banquete. De pronto, el sonido de un trueno estremeció a todos. El príncipe Iván los tranquilizó:

-No teman, queridos invitados, es mi ranita que viene en una cajita.


Ante la puerta del palacio real se detuvo un magnifico carruaje tirado por seis caballos blancos.

De su interior descendió Basilisa la Sabia, vestida con un traje color de cielo cuajado de estrellas de plata. Sobre su pelo lucía la luna clara.


Estaba tan bonita que no parecía real. El príncipe Iván le ofreció su brazo y juntos se dirigieron a ocupar su sitio en la mesa.

La comida transcurrió entre alegres bromas y exclamaciones de admiración por la belleza de la mujer del príncipe Iván. Basilisa bebió un sorbo de vino de su copa y echó el resto del contenido en su manga izquierda. Luego se sirvió un ala de cisne, comió la carne y guardó los huesos en su manga derecha.

Las mujeres de los príncipes mayores la observaban atentamente y se apresuraron a imitarla.

Al terminar la cena, todos se dirigieron al salón de baile. Basilisa la Sabia tomó de la mano al príncipe Iván y comenzó a bailar con tanto ritmo y tanta gracia que los invitados se quedaron impresionados. Luego sacudió la manga izquierda de su traje y ante ella apareció un lago.
Al sacudir la manga derecha, surgieron varios cisnes con plumaje blanco como la nieve y comenzaron a deslizarse suavemente sobre la superficie del lago.

El rey y sus invitados no cabían en sí de asombro.

Las mujeres de los príncipes mayores también salieron a bailar. Sacudieron una manga y salpicaron a los invitados con vino. Sacudieron la otra y los huesos salieron disparados en todas direcciones. Uno de ellos le dio en un ojo al rey quien, indignado, echó del salón a sus dos nueras.

Mientras tanto, el príncipe Iván abandonó el baile sin que nadie lo viera, corrió a sus habitaciones, encontró allí la piel de la rana y la arrojó al fuego.


Basilisa la Sabia regresó del baile y vio que la piel había desaparecido. Se dejó caer sobre un taburete y habló al príncipe con infinita tristeza.

-¡Ay, príncipe Iván! ¿Qué has hecho? Si hubieras esperado tan sólo tres días más, me hubiera quedado contigo para siempre. Ahora tendremos que separarnos. Búscame en el fin del mundo, en el rincón mas apartado de la tierra, en los dominios de Koschei el Inmortal…

Basilisa se transformó en una alondra y salió volando por la ventana.

El príncipe Iván lloró amargamente. Luego hizo una profunda reverencia en dirección a los cuatro puntos cardinales para despedirse de su tierra amada y partió en busca de su mujer.

Nadie sabe cuánto anduvo, pero sus botas perdieron las suelas, su ropa se hizo jirones y su gorro se despedazó por las lluvias. Un día, mientras avanzaba por un estrecho sendero se encontró con un anciano.


-¡Buenos días, galán! –lo saludó el hombre. ¿A dónde quieres llegar por este camino?

El príncipe Iván le contó su historia.

-¡Ay, príncipe Iván! –se lamentó el anciano-. ¿Por qué se te ocurriría quemar la piel de la ranita? No se la habías puesto tú y no eras tú quien debía quitársela. Basilisa la Sabia nació muy inteligente y con el paso del tiempo superó a su padre en sabiduría. Temeroso por el poder que pudiera alcanzar, él la condenó a vivir tres años transformada en rana. En fin, lo hecho, hecho está. Toma este ovillo y síguelo sin temor. Cada paso que avances te acercará a tu mujer.

El príncipe Iván dio las gracias al anciano y echó a andar tras el ovillo. Mientras atravesaba un bosque vio salir un oso de la espesura. El príncipe aprestó su arco con intención de dispararle, pero el oso le habló con voz humana.

-No me mates, príncipe Iván –le rogó-. Algún día te prestaré un buen servicio.

El príncipe se compadeció del oso, bajó el arco y siguió su camino. De pronto, vio pasar un pato sobre su cabeza. Aprestó su arco para dispararle, pero el pato le habló con voz humana.

-No me mates, príncipe Iván –le rogó-. Algún día te prestaré un buen servicio.

El príncipe se compadeció del pato, bajó el arco y siguió su camino. En medio de un campo se cruzó con una liebre que corría velozmente. Con rapidez, el príncipe aprestó el arco, dispuesto a dispararle, pero la liebre le habló con voz humana.

-No me mates, príncipe Iván –le rogó-. Algún día te prestaré un buen servicio.

El príncipe se compadeció de la liebre, bajó el arco y siguió su camino. Llegó a la orilla del mar y vio que sobre la arena yacía un arenque.

-Compadécete de mí, príncipe Iván –le rogó el pez con gran dificultad-. Devuélveme al mar azul.

El príncipe echó el arenque al mar y siguió su camino bordeando la orilla. Tiempo después, el ovillo se internó en un bosque. Allí había una pequeña cabaña de madera apoyada sobre patas de gallina, que daba vueltas y vueltas sin parar.

-Cabaña, cabaña, deja de girar.Vuelve la espalda al espeso bosque y ábreme la puerta de par en par.

Cuando el príncipe Iván pronunció estas palabras, la cabaña se detuvo con la pared trasera en dirección al bosque y la puerta abierta frente al joven. El príncipe entró y vio que en la novena hilera de ladrillos de la chimenea estaba acostada la bruja Yagá Pata de Palo, con los dientes sobre la repisa y la nariz clavada en el techo.

-¿Qué te trae por aquí, galán? –preguntó la bruja-. ¿Vas en busca de tu destino o huyes de él sin tino?

-Antes de ponerte a preguntar, vieja bruja –replicó sin temor el príncipe-, deberías prepararme un baño y darme de comer y beber.

La bruja Yagá Pata de Palo preparó el baño para el príncipe, le sirvió una comida y tendió la cama para que se acostase a descansar. Antes de dormirse, el príncipe Iván le contó que iba en busca de su mujer, Basilisa la Sabia.

-Ya estaba enterada –le dijo la bruja-. Tu mujer vive ahora en el palacio de Koschei el Inmortal.

No va a ser nada fácil rescatarla. Vencer a Koschei es casi imposible. Su muerte se encuentra en la punta de una aguja, la aguja esta encerrada en un huevo,el huevo lo lleva dentro un pato, el pato vive dentro de una liebre, la liebre esta encerrada dentro de un cofre de piedra y el cofre se encuentra en la copa de un roble altísimo que Koschei vigila celosamente día y noche.


A la mañana siguiente, la bruja explicó al príncipe donde se encontraba aquel roble tan alto. El príncipe se puso en camino y luego de mucho andar llego al pie del árbol en cuya copa apenas se distinguía el cofre de piedra. Intentó trepar por el tronco, pero no lo consiguió.

De pronto, como por arte de magia, apareció un oso que arrancó de cuajo el roble y volvió a internarse en el bosque. El cofre cayó y se hizo añicos. De su interior saltó una liebre que echó a correr ligera como el viento, pero otra liebre le dio alcance y la destrozó. De la liebre muerta salió un pato que voló hasta las nubes en un instante, pero otro pato se lanzó sobre él y le dio un terrible aletazo. El pato dejó caer un huevo que se hundió en el mar azul.

El príncipe Iván vio todo desde la orilla y estalló en llanto. ¿Cómo iba a encontrar el huevo en el fondo del mar? Un rato después vio que nadaba hacia él un arenque con el huevo en la boca. El príncipe partió el huevo, sacó la aguja e intentó romperle la punta. Mientras tanto, Koschei el Inmortal se retorcía y gemía. El príncipe empleó toda su fuerza y logró por fin romper la aguja. Koschei exhaló su último suspiro.

El príncipe Iván penetró en el blanco palacio de Koschei. Basilisa la Sabia corrió a su encuentro y lo besó tan dulcemente que Iván sintió un sabor de miel en los labios.



Basilisa la Sabia y el príncipe Iván regresaron al palacio del rey donde disfrutaron de una larga vida feliz.

Y AHORA TOCA DECIR LO DE ...... Y COLORIN COLORADO, POR SIEMPRE FUERON FELICES Y COMIERON PERDICES.

FIN

lunes, 29 de marzo de 2010

La campesina, el erizo y el gallo

Un antiguo proverbio decía: «Cada uno es como es».
Este cuento lo demuestra.

Una campesina volvía a su casa llevando una enorme gavilla sobre la cabeza, cuando
de pronto vio un erizo a la vera del camino.

«Esto me servirá para acompañar el cuscús* que voy a preparar mañana», se dijo.

Con un movimiento rápido arrojó su carga a un lado y se puso a correr tras el animal.
Cuando éste comprendió que no era lo bastante veloz para escapar, se enrolló sobre sí
mismo. A pesar de los pinchazos, la mujer logró cogerlo. Acomodó aquella bola de púas
entre las ramas de su gavilla y continuó su marcha
con la carga sobre la cabeza.

Al llegar a su casa, puso el erizo debajo de un gran tamiz1 y colocó una piedra encima. Aquel día había una boda a la que estaban invitados todos los vecinos
del pueblo. La mujer se arregló y se fue a la fiesta.

El erizo utilizó todas sus fuerzas para dar la vuelta al tamiz, pero tuvo que dejarlo por imposible, ya que la piedra colocada encima de la alambrera era demasiado pesada para él.
Se puso a gritar de rabia y después intentó imaginar la forma de salir de aquella situación.

Así fueron pasando las horas. Cuando la campesina volvió de la boda, el animal estaba rígido y tendido patas arriba. La mujer creyó que estaba muerto, pero esto no le preocupó, ya que había comido mucho. Levantó el tamiz, cogió el erizo por una pata y lo arrojó entre los matorrales. El animal esperó sin moverse hasta
que la mujer se fue, y luego huyó.

Uno de los gallos de la campesina lo había visto todo. A la mañana siguiente, picoteando entre las piedras del camino, encontró una bolita de ámbar que una aldeana debía de haber perdido yendo hacia el aljibe, y creyendo que era comestible la tocó con el pico.

Al ver que era muy dura, insistió golpeándola cada vez más fuerte. Fue así como la punta del pico penetró más de la cuenta en el ámbar, pues no pudo comer, ni beber, ni cantar.

Avergonzado por lo que le ocurría, permaneció escondido todo el día, hasta que el erizo lo descubrió y, burlándose de él, lo ayudó a liberar su pico.

—¡Con qué poco te das por vencido! —le dijo irónicamente.

—Puedo decir otro tanto de ti —replicó el gallo—. Lo que te pasó bajo el tamiz no es
mucho mejor.

—Olvidas que con sus innumerables agujeros era mil veces más peligroso que la cuenta
de ámbar, que sólo tiene uno.

—¡Qué va! Un agujero, cuando sólo se tiene un pico, equivale a mil agujeros cuando se tienen mil púas.

domingo, 28 de marzo de 2010

La niña de nieve



Sentada en el rincón de la chimenea, la anciana suspiraba quedamente mientras revolvía la sopa: nunca se había sentido tan triste.

Muchos, muchos años habían pasado y habían dejado el peso de los inviernos sobre sus hombros y habían encanecido sus cabellos sin traerle siquiera un hijito. Tanto a ella como a su viejo y querido esposo les apenaba su falta, porque fuera había muchos niños jugando en la nieve.

Les resultaba duro aceptar que ninguno fuera en verdad el suyo.
Pero, ¡ay!, ahora ya no les quedaban esperanzas de obtener tal bendición.
No verían nunca un gorrito de piel colgado de la repisa de la chimenea, ni dos zapatillas secándose junto al fuego.

El anciano trajo un haz de leña y se sentó. Luego, mientras oía a los niños reírse y batir palmas, miró por la ventana. Allí estaban, bailando alegremente alrededor del muñeco de nieve que acababan de hacer.

Se sonrió al ver el evidente parecido que el muñeco tenía con el alcalde del pueblo, tan gordo y pomposo era.
-Mira, Marusha -le dijo a su mujer-. Ven a ver el muñeco que han hecho.
Juntos ante la ventana, se rieron al ver cuánto se divertían los niños. De repente, el anciano se volvió hacia Marusha con una brillante idea.
-Salgamos a ver si nosotros también podemos hacer un muñequito de nieve.
Pero la anciana se rió de él.
-¿Qué dirían los vecinos?
Se burlarían de nosotros, seríamos elhaz merreír del pueblo. Ya somos demasiado viejos para jugar como niños.
-Sólo uno pequeño, Marusha, solamente un muñeco pequeñín. Yo me ocuparé de que nadie nos vea.
-De acuerdo, de acuerdo –dijo ella riéndose-, haremos lo que quieras, Youshko, como siempre.

Dicho esto, apartó la olla del fuego, se puso un gorro y salieron. Al pasar junto a los niños, se detuvieron y se quedaron jugando un momento con ellos, porque ahora ellos también se sentían casi como niños.

Luego avanzaron con dificultad por la nieve hasta llegar a un bosquecillo; y, detrás de él, allí donde la nieve era blanca y hermosa y nadie podía verlos, se sentaron a hacer el muñeco.

Youshko se empeñó en que debía ser muy pequeño y su mujer estuvo de acuerdo en que debía tener casi el tamaño de un recién nacido.
Arrodillados en la nieve, modelaron el cuerpecito en un abrir y cerrar de ojos. Ahora únicamente les faltaba la cabeza para finalizar.
Dos gordas bolas de nieve formaron las mejillas y el rostro, y una muy grande la cabeza. Luego colocaron un puñado para la nariz e hicieron dos agujeros, uno a cada lado, a modo de ojos.

No bien estuvo terminado, retrocedieron para mirarlo, riéndose y aplaudiendo como dos niños.

De pronto, se detuvieron. ¿Qué había ocurrido? ¡Algo muy extraño, por cierto!
Allí donde estaban los agujeros, vieron dos melancólicos ojos azules que les miraban.

Luego, el rostro del pequeño muñeco dejó de ser blanco. Las mejillas se volvieron redondas, tersas y brillantes, y dos labios rosados comenzaron a sonreírles.

Un soplo de viento barrió la nieve de la cabeza, transformándola en unos bucles muy rubios que escapaban de un blanco gorro de piel y caían sobre sus hombros.
Al mismo tiempo, un poco de nieve, resbalando por el cuerpecito, cayó y tomó la forma de una bonita prenda blanca.

Luego, de repente y antes de que pudieran reaccionar, el muñeco se había convertido en la más bella niñita que jamás hubieran visto.
Se miraron el uno al otro de soslayo e, incrédulos, se rascaron la cabeza.

Pero aquello era tan real como la vida misma. Allí ante ellos estaba de pie la niña, toda de rosa y blanco. Estaba viva de verdad, pues corrió hacia ellos. Y cuando se agacharon para alzarla, puso un brazo alrededor del cuello de la anciana y con el otro cogió el del anciano y les dio a cada uno un beso y un abrazo.
Rieron y lloraron de felicidad y, luego, recordando súbitamente cuán reales pueden parecer algunos sueños, se pellizcaron el uno al otro.
Aun así no se creyeron seguros, pues los pellizcos podían ser parte del sueño. Y, ante el temor de despertarse y que se rompiera el encanto, arroparon rápidamente a la pequeña y emprendieron el regreso a casa.
Por el camino encontraron a los niños, que todavía jugaban con su muñeco; las bolas de nieve que les lanzaron por detrás eran muy reales, pero, aun así, también podían haber sido parte del sueño.
Aunque cuando estuvieron dentro de la casa y vieron la chimenea, la olla de sopa junto al fuego, el haz de leña a un costado y todo tal cual lo habían dejado, se miraron con lágrimas en los ojos y ya no volvieron a temer que todo aquello fuera un sueño.
De pronto, allí estaban el gorrito blanco de piel colgando de la repisa de la chimenea y los zapatitos secándose al calor del fuego, mientras la anciana cogía a la niña en su regazo y le cantaba suavemente una nana.
El anciano puso la mano sobre el hombro de su esposa y ella alzó la vista.
-¡Marusha!
-¡Youshko!
-¡Al fin tenemos una niñita! La sacamos de la nieve, así que la llamaremos Snegorotchka.
La anciana asintió con la cabeza y luego se besaron. Cuando terminaron de cenar se fueron a la cama seguros de que, por la mañana temprano, encontrarían a la niña todavía con ellos. Y no se equivocaron.
Allí estaba, de pie entre los dos, parloteando y riéndose. Pero había crecido y su cabello era ahora dos veces más largo que la noche anterior.
Cuando ella los llamó «papá» y «mamá», sintieron un placer tan grande como si fueran jóvenes y estuvieran bailando ágilmente; pero, en lugar de bailar, se abrazaron y lloraron de alegría.
Aquel día lo celebraron con un gran banquete. Marusha estuvo ocupada toda la mañana cocinando todo tipo de delicias, mientras su marido daba vueltas por el pueblo para reunir a los violinistas.
Todos los niños y las niñas del lugar fueron invitados; comieron, cantaron, bailaron y se divirtieron hasta el amanecer. Mientras volvían a casa, las niñas hablaban de lo bien que lo habían pasado, pero los niños estaban muy silenciosos; pensaban en la bella Snegorotchka, con sus ojos azules y sus dorados cabellos.
Después de aquel día la pequeña de Marusha y Youshko jugó con los otros niños y les enseñaba cómo hacer castillos y palacios de nieve con salones de mármol, tronos y hermosas fuentes. Parecía que con la nieve y sus finos dedos podía hacer todo lo que quisiera, como si se construyese ella misma.
Todos estaban encantados, y, sobre todo, cuando les enseñaba cómo bailaban los copos de nieve, primero con enérgicos remolinos y luego suave y delicadamente, ninguno podía pensaren ninguna otra cosa que en la Niña de Nieve.

Era la pequeña reina mágica de los niños, la alegría de los mayores y la luz de las vidas de Marusha y Youshko.
Pero ya se iban terminando los meses de invierno. Con pasos suaves y firmes se retiraban de las cumbres de las montañas y se perdían detrás del horizonte. La tierra comenzaba a cubrirse de verde, los árboles vestían
su desnudez y los pájaros del año anterior cantaban las canciones de
este año.

Las flores tempranas derramaban su aroma en la brisa y una ráfaga de aire cálido acariciaba las mejillas y alentaba una grata promesa en el aire. Los bosques, los prados y las fuentes estaban inquietos y conmovidos y un nuevo espíritu todo lo envolvía:
"Era como si la Primavera, amarrada durante el largo invierno, quisiese pegar el estirón definitivo para poder expandirse libre."



Una tarde, Marusha, sentada en el rincón de la chimenea, mientras revolvía la sopa, cantaba una canción, pues nunca se había sentido tan llena de felicidad.

El anciano Youshko acababa de traer un haz de leña que dejó en el suelo. Todo parecía igual que aquella tarde de invierno cuando vieron a los niños bailando alrededor del muñeco de nieve; pero lo que hacía que ahora todo fuera diferente era Snegorotchka, la luz de sus ojos, que,sentada junto a la ventana, contemplaba la verde hierba y el follaje de los árboles.

Youshko, que la estaba mirando, se dio cuenta de que su rostro estaba pálido y sus ojos tenían un tono menos azul de lo habitual.

-¿No te sientes bien, pequeña? -le preguntó.
-No, padre-respondió con tristeza-. ¡Ay, añoro tanto la blanca nieve!

La hierba verde no es ni la mitad de bonita. Me gustaría que la nieve llegase otra vez.
-Pues ¡claro que sí! La nieve llegará nuevamente -contestó el anciano-. ¿Acaso no te gustan las hojas de los árboles y las flores?
-No son tan bonitas como la pura nieve blanca -y la niña tembló.
Al día siguiente ella tenía un aspecto tan triste y estaba tan pálida que sus padres se asustaron y se dirigieron una mirada de inquietud.
-¿Qué le pasa a la niña? -dijo Marusha.
Youshko movió la cabeza mirando alternativamente a Snegorotchka y al fuego.
-Hija mía -dijo al fin-, ¿Por qué no sales a jugar con los demás niños? Están todos divirtiéndose en el bosque; pero he notado que ahora nunca juegas con ellos. ¿Por qué, querida mía?
-Padre, no lo sé, pero mi corazón parece que se convierte en agua cuando el suave y tibio viento me trae el perfume de las flores.
-Nosotros iremos contigo, hija mía -dijo el anciano-, pondré mi brazo sobre ti y te protegeré del viento. Ven, te mostraremos todas las bellas flores del campo, te diremos sus nombres y tú acabarás amándolas..

Marusha retiró la olla del fuego y los tres juntos salieron de casa. Youshko rodeó a la niña con su brazo para protegerla del viento, pero no habían ido muy lejos cuando el cálido perfume de las flores llegó hasta ellos flotando en la brisa, y la Niña de Nieve tembló como una hoja. Los ancianos la besaron y consolaron y se dirigieron al campo, al lugar donde crecían las flores más bonitas.

De repente, mientras atravesaban un bosquecillo de grandes árboles, un brillante rayo de sol se cruzó como un dardo y Snegorotchka se puso la mano sobre los ojos y lanzó un grito de dolor.

Se detuvieron y la miraron. Por un momento, mientras se desmayaba en brazos del anciano, sus ojos se encontraron con los suyos. Y por su rostro se deslizaban lágrimas que, al caer, brillaban a la luz del sol.

Y comenzó a volverse más y más pequeña, hasta que al fin todo lo que quedó de Snegorotchka -Niña de Nieve, Nievecita- era una gota de rocío brillando sobre la hierba, una lágrima que había caído en la corola de una flor. Youshko la recogió con delicadez y, sin decir palabra, se la ofreció a Marusha.

En ese preciso momento los dos ancianos, Marusha y Youshko, comprendieron que su pequeña y querida niña estaba hecha simplemente de nieve y se había derretido al calor del sol.

sábado, 27 de marzo de 2010

La leyenda de los ocho soles

En Laos, un país asiático, existe un cuento que dice que hace muchos años había 8 soles que iluminaban la tierra. ¿Quieres saber qué ocurrió para que sólo tengamos uno ahora?

Hace mucho tiempo, la tierra estaba iluminada por ocho soles. La radiante luz deslumbraba a los hombres y el inmenso calor secaba la tierra.

Un día los hombres decidieron que ocho soles eran demasiados para iluminar la tierra y que con uno sólo bastaría.

- ¡Vamos a cazar siete, les vamos a dar miedo y se apagarán! - pactaron los hombres

Fueron a buscar a un buen arquero, el que mejor puntería tenía. Al disparar sus flechas los soles se asustarían y se apagarían. Al disparar la primera flecha, un sol se apagó. Disparó una segunda y otro desapareció. Y así fue hasta llegar a la séptima flecha, que hizo que se apagara el séptimo sol pero también el octavo y último.

Entonces la oscuridad reinó en la tierra, la tierra era sombría y fría y los hombres desgraciados. Necesitaban la luz del sol para vivir.

- Tenemos que hacer volver al último sol - se lamentaban las mujeres

- Tiene miedo de nosotros - respondían los hombres

- En ese caso- contestaron las mujeres- Pediremos a los animales que nos ayuden a hacer volver al sol.

Hicieron venir a una vaca, que mugió y mugió pero el sol no vino. Llamaron entonces a un tigre, que estuvo rugiendo mucho rato. Los hombres y las mujeres temblaban de miedo y seguramente el sol también tuvo miedo porque no apareció.

Hicieron venir a un búho, que ululó toda la noche, pero el sol tampoco apareció. Sí que lo hizo en cambio una luna blanca que iluminó la tierra.



Entonces los hombres y las mujeres llamaron al gallo. Se puso a cantar tan fuerte que su cresta se enrojeció. Pero siguió cantando y cantando con toda su garganta.

Entonces, tímidamente, una luz amarilla y cálida apareció sobre la tierra. Era un sol que despuntaba sobre la línea del horizonte. Poco a poco, mientras el gallo seguía cantando, el sol se iba alzando en el cielo e iluminaba las caras de todos aquellos que lo esperaban.

Y desde ese momento cada mañana el gallo llama al sol para que ilumine la tierra.

viernes, 26 de marzo de 2010

La hierba mate


Tan conocida como Mafalda es para los argentinos la hierba mate. Espero que les guste la historia de su origen.

¿Por dónde podré bajar?, se preguntaba la solitaria luna paseándose por el cielo.
El inmenso espacio azul le parecía una jaula y su único amigo era el aire. Lo envidiaba por su libertad para desplazarse de un lado a otro jugueteando con las nubes. Su mayor anhelo era pisar esa verde alfombra de las praderas que veía desde arriba, y dejarse resbalar por las colinas que descendían hasta un profundo y misterioso manchón azul.
-Quiero conocer ese otro cielo que tienen abajo -le contó al aire.

- No es el cielo, mi amiga -silbó él-, es el mar.

Se acrecentaron sus deseos y en un ataque de mal genio gritó:
-¡Quiero bajar! ¡Quiero bajar!


Una estrella peleadora le dijo:
-¿Para qué formas berrinche? Eres centinela de la noche y no puedes dejar tu puesto.

Al verla llorar lágrimas de plata, las nubes se pusieron de acuerdo. Ellas la comprendían, porque en sus viajes siempre admiraron la tierra.

-Te vamos a ayudar para que no se note tu ausencia -le dijeron-. Cada una de nosotras colgará sutiles gasas de neblina y entre todas formaremos un telón, que dejará la noche más oscura que boca de lobo.

-¿Qué es eso? -preguntó ingenuamente la luna.

El arco iris prestó su escala de siete colores, y la luna, con una capa negra, un aderezo de tules y una coronita de estrellas, como una reina, bajó orgullosa. La tierra le abría al fin sus brazos amorosos, sus lagos y sus abanicos de palmera.

La primera sensación que experimentó fue la de volar, de ser libre como un pájaro, hasta que sus pies tocaron unas agrestes colinas cubiertas de vegetación, entre las que cantaba el río Paraná.

Se volvió niña, fascinada por las flores y los perfumes. Al mirarse en las aguas, su cara redonda le pareció demasiado pálida entre los coloreados frutos. Hubiera querido ponerse trenzas y parecer una campesina.

-¿Dónde habrá niños? - se preguntaba, sin saber que era este un lugar tropical y muy desierto.

-Ven a nadar - la invitó el río con un murmullo de cascadas.

No se hizo de rogar la traviesa luna. Se despojó de su paca y tules y de su coronita de estrellas para sumergirse en las rumorosas aguas que se llenaron de reflejos. En el oleaje aparecía y desaparecía, cual un barco redondo y blanco, y era ella la que miraba el cielo, un tanto oscuro sin su presencia.

"Ahora -pensaba- que he probado los frutos y conozco eso verde que es el pasto, los helechos y el agua; ahora que he aquietado este deseo de tierra, podré volver a mi sitio y ser para siempre una luz lejana, que alumbre los caminos del mundo y las ventanas de sus casas. Pero, ¡qué bueno fue mirar desde abajo!"

Ni se acordaba del cielo y lo encontró lindo.

Con su falta de experiencia se olvidó del jaguar, el temible animal de la selva que en las noches busca siempre alguna víctima para calmar su feroz apetito. Agazapado entre los juncos, vio a la luna, le pareció una gran tortilla de maíz, un tanto cruda tal vez.

Cuando quiso abalanzarse a devorarla, el cuchillo de un diestro cazador terminó con su hambre y con su vida.
Este hombre con su mujer e hija eran los únicos habitantes de la enmarañada selva; había construido una choza en un claro y hacía tiempo que andaba en busca de liquidar al jaguar que robaba sus animales domésticos.

-No temas, criatura -le dijo a la luna, que tiritaba de susto, sin saber aún de quien era esa redonda cara pálida-. Yo te llevaré a mi choza, en donde mi familia te atenderá.
Generoso, como buen campesino, le cocinó la última tortilla de maíz que quedaba; pasarían muchos meses antes de la próxima cosecha. La luna, envuelta en una gran sábana, se sintió feliz y humana entre gente tan amable, hasta que oyó decir a la mujer de su salvador:

-¿Qué vamos a comer mañana? Se acabó el maíz.

Con un poco de pena se puso su capa de reina, sus gasas y su coronita maltrecha. Se decidió a partir para volver a tomar su puesto en el firmamento y de paso agradecer su ayuda a las nubes. Nadie se había percatado de su ausencia ni de su viaje a la tierra y el arco iris se afanaba guardando su escala.

La luna pensó: "¿qué puedo regalarle a esos campesinos que tan amablemente me acogieron? Algo que los ayude a vivir momentos felices, a olvidarse de la soledad y que los reponga de los duros trabajos que realizan".

Entonces, muy emocionada, dejó caer sus lágrimas de plata que, iluminando la choza de luz y reflejos, regaron los campos.
Cuando al amanecer el buen hombre salió de la casa, arbustos desconocidos habían brotado por doquier. Entre el verde oscuro de las hojas asomaban blancas florecillas.

La mujer, de pura hambre, preparó una infusión con esta hierba nueva y al beberla se sintieron todos mucho mejor y con ánimo.

El arbusto cundió como maleza por todas partes, y el país se hizo famoso y rico por su hierba mate. Se dice que la hija del campesino fue la depositaria de este regalo, que jamás murió y que va por todas partes repartiendo este don de la luna.

jueves, 25 de marzo de 2010

El gallo de Barcelos


Tiempo atrás, los habitantes de una villa llamada Barcelos se sobresaltaron porque en su pueblo, normalmente tranquilo, había ocurrido un crimen oprobioso y aún más, porque pese a los esfuerzos de las autoridades, no habían podido localizar al perpetrador.

Un día apareció un forastero en el pueblo y los lugareños no tardaron en sospechar de él, como casi siempre se sospecha de los rostros que nos son desconocidos.

Las autoridades resolvieron aprehenderlo y muy a pesar de sus protestas de inocencia nadie quiso creerle. De poco valió que dijera una y mil veces que era un peregrino de Santiago y que se encaminaba a Compostela a cumplir con su cometido religioso. Pudo más la desconfianza en él y finalmente fue condenado a morir en la horca.

Como último deseo antes de ser ejecutado, solicitó ser llevado de nuevo ante el Juez que lo condenó. Se le concedió su solicitud y cuando fue llevado ante éste el funcionario se encontraba en un banquete, compartiendo con los amigos. El pobre condenado declaró una vez más su inocencia y pronunció las siguientes palabras mientras apuntaba con el dedo hacia un plato donde había un gallo asado listo para ser comido:

"Mi inocencia es tan cierta que os puedo asegurar que este gallo asado se pondrá de pie en su plato y cantará si soy colgado por el cuello sin ser culpable del crimen de que se me acusa."

Todos los presentes se rieron de él. Sin embargo, nadie se atrevió a tocar el platillo donde estaba el gallo asado, mucho menos a comerlo.

Así las cosas, lo que parecía imposible, ocurrió. Cuando el peregrino fue colgado, en el momento mismo en que el verdugo lo hacía pender de la cuerda, allá en el palacio, el gallo asado se puso en pie, batió sus alas y empezó a cantar.

Ante este portento, nadie dudó un solo instante que se había sentenciado a muerte a un hombre inocente. El Juez se apre- suró a detener la ejecución pero al llegar a la plaza el pobre forastero ya pendía de la cuerda. Horrorizado por lo que ha bía hecho el Juez ordenó lo descolgaran y para sorpresa y alegría de todos los de Barcelos, luego de toser varias veces el presunto cadáver se puso de pie y recuperó el resuello. Un nudo o torcedura de la cuerda había impedido que ésta se cerrara totalmente sobre la garganta del sentenciado.

El peregrino de Santiago fue puesto en libertad y así pudo marchar a cumplir con su cometido. Algunos años más tarde el peregrino retornó a Barcelos y ordenó construir de su peculio un monumento en honor de Santiago y de la Santísima Virgen como testimonio de su agradecimiento.

miércoles, 24 de marzo de 2010

El tesoro


En Flensburgo, hoy perteneciente a Alemania, pero antiguamente población danesa, se podían ver en el siglo pasado las ruinas de un viejo castillo.

Una vez, cuando aún las paredes estaban en pie, dos soldados hallábanse allí de guardia. Uno de ellos había ido al pueblo vecino, y el que había quedado procuraba distraer las horas tediosas de la centinela canturreando.

De pronto se interrumpió, espantado. Delante de él había aparecido una dama, alta y blanquísima, que le dijo:


- Yo soy un espíritu maldito. He errado por este lugar durante muchos siglos y no encontraré jamás el reposo de la tumba. Junto a estas paredes hay enterrado un gran tesoro y sólo hay tres personas que puedan apoderarse de él. Tú eres una de esas tres.

Entonces el soldado le preguntó lo que debía hacer para que se cumpliese aquello que ella decía.

La dama le contestó:
- Hoy no hagas nada ni intentes buscar por ti mismo, porque sería en vano. Ven mañana temprano y te diré lo que tienes que hacer.
Dichas estas palabras, desapareció.

Pero las palabras de la dama habían sido escuchadas por el otro soldado, que, al volver, había visto la aparición conversando con su compañero. Mas nada dijo, sino que a la mañana siguiente se ocultó, para oír las instrucciones que recibía su camarada. Cuando el amigo, provisto de pico y azada, se presentó, la dama blanca salió a su vez, pero al notar que eran espiados, objetó:

- Hoy no es día bueno para lo que hemos de hacer. Lo dejaremos para mañana.
Y desapareció.

El segundo soldado, que había esperado oculto, volvió a su casa y cayó súbitamente enfermo. Mandó llamar a su amigo, al que confesó lo que había hecho y que le suplicaba que no se ocupase de las cosas sobrenaturales, y que antes de volver a seguir las instrucciones de la dama blanca, que consultase con el párroco, que él le daría un buen consejo. Al amigo le parecieron razonables estas palabras y fue a contarle al párroco todo lo que le había ocurrido.

Éste le aconsejó:
- Sigue las instrucciones de la dama blanca, pero ten cuidado de que sea ella la que empiece.

Por la mañana, el soldado subió al castillo. A poco se le apareció la dama blanca, la cual le indicó el sitio por donde debía comenzar su trabajo. Después añadió:
- Cuando halles el tesoro, la mitad te pertenecerá, pero de la otra mitad harás dos partes: una para la iglesia y otra para los pobres.

El soldado fue tentado por el demonio, que despertó en él la codicia y le hizo gritar de mala manera a la dama blanca:
- Pero, entonces, ¿no es todo para mí?
¡Nunca hubiera dicho estas palabras! La dama blanca exhaló un doloroso gemido y desapareció, como una llama azul, por el foso del castillo.
El soldado regresó a su casa, y de la impresión recibida, enfermó. Nada pudo hacerse para curarlo, y a los tres días justos entregó su alma.
Estos acontecimientos se extendieron pronto por todo el país.

Un día llegó al castillo un joven estudiante, pobre y valiente, y que deseaba hacer su fortuna. Sin temer nada, esperó a que dieran las doce, en el sitio que ya le habían dicho, hora en que se aparecería la dama blanca.

En efecto, cuando a lo lejos, en el pueblo, retumbaron las campanadas de la medianoche, la dama blanca se apareció. Él le dijo:
- He sabido la historia de vuestra desgracia y quiero libraros de la maldición.
Pero la dama blanca le contestó que él no era una de las tres personas que podían encontrar el tesoro y librarla de su maldición.

- Pero en pago de tu buena voluntad, serás recompensado. La muralla que hay que derribar no podrá serlo en mucho tiempo por manos humanas.
Y desapareció.

El estudiante volvió a la noche siguiente, por compasión hacia la dama, para oír sus lamentos, que resonaban en la oscuridad y el silencio. Cuando penetró en el castillo, tropezó y cayó. A la luz de la Luna, vio con sorpresa que había tropezado en un montón de monedas de plata, de las que se apoderó

martes, 23 de marzo de 2010

Gara y Jonay

Siguiendo con el tema del agua, hoy cuelgó una leyenda de los aborígenes canarios relacionada con ella.

El Parque Nacional de Garajonay en la Gomera,tiene el nombre en conmemoración con dicha historia.


Cuenta una antigua leyenda que en las fiestas de Beñesmén se trasladaban a la Gomera desde Tenerife los menceyes y nobles principales para tomar parte en las celebraciones de la recolección.

Las jóvenes gomeras acudían donde Los Chorros de Epina para mirar su rostro en el agua, y con ellas estaba la bella princesa Gara.

Pero el viejo brujo Gerián vio lo que no pudo ver ninguna otra mirada. “La sombra del fuego quema el agua. La muerte acecha”.

De Epina manaban siete chorros mágicos que nacían en siete puntos distintos sin que nadie supiera su origen secreto. Cada chorro ofrecía una virtud al que de ellos bebiese. Durante las fiestas de Beñesmén era costumbre que las jóvenes gomeras juntasen agua de cada uno de los siete chorros en un pequeño estanque fabricado con musgo y yedras.
Antes de que saliera el sol miraban su rostro en el agua y si la imagen reflejada era calma y clara, esto quería decir que ese año no encontrarían pareja, pero si el reflejo era turbio, alguna desgracia acechaba.












Gara se miró en el estanquillo y, aunque al principio su imagen fue clara, pronto se cubrió de sombras y comenzó a agitarse hasta que su reflejo se convirtió en un sol incendiario que dejó el agua sucia y revuelta.

El brujo Gerián lo predijo “Lo que ha de suceder ocurrirá. Huye del fuego Gara, o el fuego habrá de consumirte” y el augurio corrió de boca en boca.

Llegaron los menceyes y nobles de Tenerife a las playas de la Gomera para compartir las fiestas del Beñesmén. Con el Mencey de Ajede venía su hijo Jonay, el cual se destacó rápidamente en cada competición en la que tomaba parte. Gara lo contemplaba y ocurrió lo inevitable al enlazarse sus miradas.

Los jóvenes enamorados se lo hicieron saber a sus padres y en las mimas fiestas de Beñesmén se hizo público su compromiso.

Pero su júbilo duro poco, pues apenas se propagó la noticia el mar se pobló de destellos y se dejaron oír los estampidos del Echeyde, el gran volcán de Tenerife, que arrojaba lava y fuego con tanta furia que desde La Gomera se podían ver las lenguas de fuego y entonces recordaron el augurio del viejo Gerian: Gara y Jonay, agua y fuego.

Gara era la princesa de Angulo, el lugar del agua, y Jonay venia de la tierra del Fuego. Su amor era imposible y las llamaradas que brotaban de la boca de Echeyde lo confirmaban. Si no se separaban grandes males podían suceder. Ante esta amenaza su unión quedó maldita y sus padres les prohibieron volver a verse. Con esta decisión se calmó la furia del volcán y pudieron concluirse las fiestas.

Los menceyes y nobles regresaron a Tenerife, pero Jonay no podía olvidar a Gara, tenia que estar con ella pese a la maldición que se cernía sobre ellos. Y a mitad de camino se ató a su cintura dos vejigas de animal infladas y se lanzó al mar dispuesto a volver junto a su amada.

Exhausto pero guiado por su amor llegó a las costas de la Gomera y fue al encuentro de Gara con la que se fundió en un abrazo apasionado. Ambos huyeron entre los montes de laurisilva y fueron a refugiarse en El Cedro, pero duró poco su felicidad, ya que al enterarse el padre de Gara de su huida con Jonay salieron prontamente a su encuentro.

Viéndose acosados y antes de volver a separarse, Gara la princesa del Lugar del Agua y Jonay, príncipe de la Tierra del Fuego, buscaron la muerte.

Jonay afiló los extremos de una fuerte vara de cedro y lo colocó entre su pecho y el de su amada Gara, con las puntas hirientes apoyadas en sus corazones. Y, mirándose a los ojos, se abrazaron en un último abrazo, mientras sintieron como la barra de cedro los traspasaba.

Entonces agua y fuego fueron uno, y sus cuerpos fueron uno para siempre

lunes, 22 de marzo de 2010

La madre del agua


Hoy es el dia mundial del Agua,
porque Dónde Hay Agua Hay Vida.

La madre del agua, leyenda originaria de Colombia.


Es como una ninfa de las aguas, con aspecto de niña o de jovencita bellísima, de ojos azules pero hipnotizadores y una larga cabellera rubia. La característica más notoria es la de llevar los piesecitos volteados hacia atrás, es decir, al contrario de cómo los tenemos los humanos, por eso, quién encuentra sus rastros, cree seguir sus huellas, pero se desorienta porque ella va en sentido contrario.


Cuentan los ribereños, los pescadores, los bogas y vecinos de los grandes ríos, quebradas y lagunas, que los niños predispuestos al embrujo de la madre de agua, siempre sueñan o deliran con una niña bella y rubia que los llama y los invita a una paraje tapizado de flores y un palacio con muchas escalinatas, adornado con oro y piedras preciosas.

En la época de la Conquista, en que la ambición de los colonizadores no solo consistía en fundar poblaciones sino en descubrir y someter tribus indígenas para apoderarse de sus riquezas, salió de Santa Fe una expedición rumbo al río Magdalena. Los indios guías descubrieron un poblado, cuyo cacique era un joven fornido, hermoso, arrogante y valiente, a quien los soldados capturaron con malos tratos y luego fue conducido ante el conquistador. Este lo abrumó a preguntas que el indio se negó a contestar, no sólo por no entender español, sino por la ira que lo devoraba.

El capitán en actitud altiva y soberbia, para castigar el comportamiento del nativo ordenó amarrarlo y azotarlo hasta que confesara dónde guardaba las riquezas de su tribu, mientras tanto iría a preparar una correría por los alrededores del sector. La hija del avaro castellano estaba observando desde las ventanas de sus habitaciones con ojos de admiración y amor contemplando a aquel coloso, prototipo de una raza fuerte, valerosa y noble.

Tan pronto salió su padre, fue a rogar enternecida al verdugo para que cesara el cruel tormento y lo pusieran en libertad. Esa súplica, que no era una orden, no podía aceptarla el vil soldado porque conocía perfectamente el carácter enérgico, intransigente e irascible de su superior, más sin embargo no pudo negarse al ruego dulce y lastimero de esa niña encantadora.

La joven española de unos quince años, de ojos azules, ostentaba una larga cabellera dorada, que más parecía una capa de artiseda amarilla por la finura de su pelo. La bella dama miraba ansiosamente al joven cacique, fascinada por la estructura hercúlea de aquel ejemplar semisalvaje.

Cuando quedó libre, ella se acercó. Con dulzura de mujer enamorada lo atrajo y se fue a acompañarlo por el sendero, iternándose entre la espesura del bosque. El aturdido indio no entendía aquel trato, al verla tan cerca, él se miro en sus ojos, azules como el cielo que los cobijaba, tranquilos como el agua de sus pocetas, puros como la florecillas de su huerta.

Ya lejos de las miradas de su padre lo detuvo y allí lo besó apasionadamente. Conmovida y animosa le manifestó su afecto diciéndole! Huyamos!, llévame contigo, quiero ser tuya.

El lastimado mancebo atraído por la belleza angelical, rara entre su raza, accedió, la alzó intrépido, corrió, cruzo el río con su amorosa carga y se refugió en el bohío de otro indio amigo suyo, quien la acogió fraternalmente, le suministro materiales para la construcción de su choza y les proporcionó alimentos. Allí vivieron felices y tranquilos. La llegada del primogénito les ocasionó más alegría.

Una india vecina, conocedora del secreto de la joven pareja y sintiéndose desdeñada por el indio, optó por vengarse: escapó a la fortaleza a informar al conquistador el paradero de su hija. Enfadado y violento el capitán, corrió al sitio indicado por la envidiosa mujer a desfogar su ira como veneno mortal. Ordenó a los soldados amarrarlos al tronco de un caracolí de la orilla del río. Entretanto, el niño le era arrebatado brutalmente de los brazos de su tierna madre.

El abuelo le decía al pequeñín: "morirás indio inmundo, no quiero descendientes que manchen mi nobleza, tu no eres de mi estirpe, furioso se lo entregó a un soldado para que lo arrojase a la corriente, ante las miradas desorbitadas de sus martirizados padres, quienes hacían esfuerzos sobrehumanos de soltarse y lanzarse al caudal inmenso a rescatar a su hijo, pero todo fue inútil.

Vino luego el martirio del conquistador para atormentar a su hija, humillarla y llevarla sumisa a la fortaleza. El indio fue decapitado ante su joven consorte quien gritaba lastimeramente. Por último la dejaron libre a ella, pero, enloquecida y desesperada por la pérdida de sus dos amores, llamando a su hijo, se lanzo a la corriente y se ahogó.

La leyenda cuenta que en las noches tranquilas y estrelladas se oye una canción de arrullo tierna y delicada, tal parece que surgiera de las aguas, o se deslizara el aura cantarina sobre las espumas del cristal.

La linda rubia que sigue buscando a su querido hijo por los siglos de los siglos, es la MADRE DEL AGUA. La diosa o divinidad de las aguas; o el alma atormentada de aquella madre que no ha logrado encontrar el fruto de su amor.

Por eso, cuando la desesperación llega hasta el extremo, la iracunda diosa sube hasta la fuente de su poderío, hace temblar las montañas, se enlodan las corrientes tornándolas putrefactas y ocasionando pústulas a quienes se bañen en aquellas aguas envenenadas.

jueves, 18 de marzo de 2010

Los tirantes de color escarlata





Seguimos en irlanda..


miércoles, 17 de marzo de 2010

La calzada del gigante




¡Hoy es San Patricio, patrón de Irlanda!
Hoy, La leyenda de "La calzada del gigante", uno de los sitios más emblemáticos y de obligada visita





Fionn y su esposa Unna vivían tranquilamente en su castillo a orillas del mar en el condado de Antrim, hasta que un día un forastero llegó.
Era un mensajero de Escocia, un país al otro lado de los mares.

"Llevo un reto del maravilloso Angus" - dijo el mensajero – "Es el más alto, más fuerte y más temible gigante de toda Escocia. Ha oído hablar de su formidable fuerza y quiere luchar con vosotros.
Angus ha vencido a todos los otros gigantes y tú eres el único que queda invicto. ¿Aceptáis el reto? ".

"¡Claro que acepto!" - Dijo en Fionn –
"Comenzaré a prepararme ahora mismo" - remarcó. Y así lo hizo.

Desde entonces Fionn trabajó muy duro. Decidió construir un camino a través del mar hasta Escocia. Era un camino especial, pues estaba hecho de cientos de miles de piedras negras, todas de diferente tamaño y de diferentes alturas. Algunas piedras tenían seis lados, otras ocho y algunas hasta diez.



Los guerreros de Fianna (la condesa de Antrim) miraban con curiosidad como Fionn trabajaba cada día, y ver como pronto el camino se adentraba varias millas mar adentro.


Una noche, cuando Fionn regresaba de trabajar vio que Unna estaba preocupada.

- "¿Qué problema hay?" - Preguntó.

- "Oh! Fionn" - contestó Unna –"He oído unos rumores que me han impactado. He oído decir que Angus es mucho mayor que tú y que es, sin duda, más fuerte".

Fionn quedó pensativo hasta que dijo - "Pues si no lo puedo vencer con mi fuerza, tendremos que pensar en algún plan. Quizá no soy tan grande o fuerte como él, pero si que soy más inteligente”.

Fionn y Unna hablaron durante horas. Pensaron muchos planes, pero no encontraron a ninguno que seguro que funcionara. El tiempo corría, hasta que a finales de semana llegó de nuevo el mensajero de Angus anunciando su llegada en dos días.

- "Dile que Fionn está apunto, esperándolo" - dijo Unna
–"Y no te preocupes Fionn, tengo un plan en mente" - le susurró a su marido.

Unna trabajó duro durante los siguientes dos días, pasó la mayor parte del tiempo cosiendo y haciendo punto.

-"¡Ponerse a coser y hacer punto en un momento como este!" - Se desesperaba Fionn
-"¡Creía que tenías un plan!".

-"Mira atentamente" - dijo Unna - "¿Qué ves?".

-"Ropas" - dijo - "Veo ropas, pero son extrañas...".

-"No te preocupes por ello, simplemente pontéelas" - ordenó Unna.

Qué pinta que hacía en Fionn. Llevaba puesto un vestido largo, a los pies llevaba unos patucos gigantes y Unna había hecho un bonito sombrero por su cabeza. Realmente parecía un bebé. Y entonces comprendió el plan de Unna.

"Mientras estabas trabajando, le pedí a en Fergus que hiciera una cuna muy grande. Ponte dentro" - dijo Unna - "¡no tenemos tiempo que perder!".

Angus se estaba acercando. El suelo temblaba cada pasa.
"¿Dónde está el magnífico Fionn? He viajado desde la lejana Escocia para luchar contra él" - El gigante bramó -
"¿Tiene miedo de encontrarme?"

Unna abrió la puerta de casa. "Por favor, haga el favor de entrar. Sea bienvenido a nuestra casa. En Fionn está de caza, pero no tardará, pero por favor, ¿podría hablar más bajo? Nuestro hijo está durmiendo".

"¿Este es tu hijo?" - Exclamó casi sin voz, al ver la criatura

"Pues sí, ahora todavía es pequeño, pero ya crecerá" – respondió Unna.

Angus estaba aterrorizado - "Si este es el hijo pequeño de Fionn... ¿De qué tamaño debe ser Fionn?" - Se preguntaba - "¡Fionn debe ser enorme!" - Decía atónito.

Angus echó a correr, y sin girarse cruzó el camino que había hecho Fionn.
Y mientras corría, pensaba - "¿Y qué haré si Fionn me persigue?" -

Y se le ocurrió que mientras avanzaba podía deshacer el camino. Así que mientras corría hacia Escocia, fue tirando todas las piedras, hasta dejar sólo una pequeña parte de los extremos en Irlanda y Escocia, extremos que duran hasta hoy en día.


martes, 16 de marzo de 2010

El indio que no cumplia su palabra

Al comienzo del mundo, cuando aún no había mucha gente, el Gran Espíritu podía acercarse a cada indio y darle lo que necesitaba.

Pero cuando sobre la tierra ya había mucha gente y no podía escuchar a todos, coloco en en la tierra de los “oglales” una roca en forma de hombre y les dijo:


- Hay indios por toda la tierra, así es que yo tengo que viajar por todo el mundo. Si alguno de vosotros necesita ayuda que venga aquí y le pida a la roca. Esta roca tiene el poder de comunicarse conmigo.
Entonces, los oglala se acostumbraron a hablar con aquella roca y cuando escaseaban los bisontes o había mucha sequía, le pedían ayuda y la roca resolvía sus problemas.

Había un indio llamado Raya Quebrada a quien no le gustaba cazar y vivía muy pobremente. Un día que no tenía nada para comer se acercó a la roca y le pidió:
- Sé que eres tan poderosa como el Gran Espíritu, ya ves que soy pobre y desgraciado. ¿Me podrías ayudar?

La roca contestó:
- Desde que te conozco no te he visto cazar nunca.
- Es que tengo un arco muy malo, mi lanza no tiene punta y he perdido mi hacha-contestó Raya Quebrada-. Y además, mis piernas son débiles y no puedo correr detrás de los ciervos.
- ¿Y por qué no vas a pescar? -preguntó la roca.
- La última vez que fui a atrapar un pez se me escapó y se llevó el arpón. Un perro se ha comido mis anzuelos de hueso y las hormigas se han instalado en mis redes.

- ¿Qué quieres, pues? - Dijo la roca.
- Quisiera un ciervo, pequeñito, pequeñito. A cambio yo te taparía con mi manta de piel de bisonte. En invierno las noches refrescan y debes tener frío.

La roca le dijo que se guardara la manta, que él trataría de concederle su deseo.
- No, no, yo quiero regalártela-dijo Raya Quebrada-. Es seguro que tú necesitas más que yo.

El indio tapó la roca con su manta llena de agujeros y se marchó.
Cuando el indio volvía hacia su tienda tropezó con un cervatillo muerto. Lo cogió, le quitó la piel y lo puso al fuego a cocer.

Mientras el ciervo se asaba al fuego, comenzó a hacer mucho frío y Raya Quebrada pensó: "¿Por qué le habré dado mi manta en una roca? Me parece que he hecho una estupidez. Una roca tapada y yo pasando frío!" .



Dejando el ciervo tostándose al fuego, el indio fue hasta la roca y le cogió la manta y se la puso sobre los hombros. Se marchó hacia su “tipi”, comió parte del Cervatillo y se fue a dormir.
Al cabo de unos días volvió a tener hambre y pensó: "Volveré a la roca y le pediré que me dé comida."
- Tengo hambre, mucha hambre. ¿Podrías darme un poco de carne? -dijo el indio.
La roca le respondió:
- ¿Qué has hecho con el cervatillo que te di?
- Era un animalito muy pequeño y me ha durado muy poco tiempo
-¿Todavía no has arreglado tus utensilios de caza? -dijo la roca.

- La cuerda de mi arco se ha estropeado. Necesito piel de bisonte para hacerme una. Si me proporcionas un bisonte tendrás mi agradecimiento.
La roca parecía dudar y el indio le dijo:
- Toma mi manta. Pronto lloverá y con ella estarás cubierta.
El indio volvió hacia su tienda y al llegar se tropezó con un bisonte. Raya Quebrada arrancó la piel al bisonte, la puso a secar ya continuación puso la carne a cocer. Pero el indio había tomado muy poca leña y el fuego no era suficiente para cocer un animal tan grande.
Al poco rato empezó a llover ya hacer un tiempo muy frío. Mojado hasta los huesos el indio dijo:

- Que estúpido que he estado en dar mi manta en la roca. La roca puede aguantar el mal tiempo sin ningún peligro, mientras ¡yo puedo morir de frío!
Con este pensamiento, el indio fue a la roca y le tomó la manta. Después cogió el camino de vuelta con la manta a los hombros. Al llegar a su tipi vio que el bisonte había desaparecido, al fuego sólo quedaba un poco de leña y al ambiente un agradable aroma de bisonte cocido.
Raya Quebrada comprendió que la roca le había castigado por no haber cumplido su palabra.
El indio volvió ante la roca y pidió y pidió que le ayudara. La roca no le hizo caso y no hizo aparecer más comida. Entonces Raya Quebrada adelgazó mucho.
Desde aquel día, Raya quebrada y los indios “oglala” han aprendido que para merecer los favores del Gran Espíritu, hay que ganárselos con el esfuerzo personal y sino es mejor no pedir nada y que, si por casualidad les regala algo, se lo agradecen.

lunes, 15 de marzo de 2010

El origen de la noche




Al principio, muy al principio, no había noche, sino solamente día. La noche estaba dormida en el fondo de las aguas. No había animales; todas las cosas hablaban.

Se cuenta que la Hija de la Gran Serpiente había tomado como esposo a un hombre.

Un día, el hombre, que tenía tres fieles servidores, les dijo a éstos:
- Id a pasear, y con vuestra presencia intimidáis a mi mujer.

Los servidores se fueron a pasear y el hombre llamó a su mujer.Ésta le dijo:
- ¡Oh, esposo! Llevo mucho tiempo esperando que llegue la noche. ¿Por qué no acaba de llegar nunca?

El hombre contestó:
- No hay noche. En todo el tiempo no hay más que día.

- La noche la tiene mi padre - dijo la joven -. Envía a buscarla a orillas del Gran Río.


El joven llamó a sus servidores. La joven le había ordenado que enviase a buscar a casa de su padre una nuez de coco, en la que estaba encerrada la noche.
Los servidores se pusieron enseguida en camino. Llegaron a casa de la Gran Serpiente y le dijeron:

- Tu hija nos manda a buscar una nuez de coco en la que está encerrada la noche. Te rogamos que nos la des.
La Gran Serpiente les entregó una nuez de coco bien cerrada y le dijo:
- La noche está ahí; llevadla con vosotros. Pero tened cuidado de no dejar que se abra la nuez, pues si sucede eso, todas las cosas se perderán.


Los servidores hicieron una reverencia a la Gran Serpiente, cogieron la nuez y se pusieron en camino. Llevaban la nuez bien sujeta y dentro de ella oían un ruido; algo como «tin, tin, tin... chi, chi...»; era el ruido de los grillos y de los pajarillos que cantan por la noche.

Llevaban ya mucho camino andado y seguían oyendo el ruido. Y uno de los servidores dijo a los otros:
- ¿Qué puede ser ese ruido que oímos dentro de la nuez? Veamos de lo que se trata.
Pero otro contestó:
- No; no hagamos esa locura. Estaríamos perdidos. Vamos, seguid.

Y siguieron remando, pues iban en canoa por el Gran Río.

Siguieron más lejos aún, y continuaban oyendo el ruido. Entonces no pudieron contener su curiosidad y encendieron fuego; derritieron la resina que cerraba la nuez y la abrieron.

La noche se escapó y las tinieblas cubrieron el mundo.
- ¡Estamos perdidos! Y la joven Hija de la Gran Serpiente sabrá ya que hemos abierto la nuez y que hemos dejado escapar la noche.

En aquel momento las cosas de la selva se cambiaron en animales. Las cosas que contenía el río formaron patos y peces. Así, el pescador y su canoa dieron origen al pato: la cabeza del pescador forma la cabeza, y el pico; la canoa, el cuerpo, y los, remos, las patas.


La Hija de la Gran Serpiente había dicho a su esposo:
- ¡Ah!, tus servidores han dejado escapar la noche. - Después, cuando vio aparecer la estrella matutina, añadió -: pero el día va a reaparecer. Voy a separar los días de las noches.



Cogió un hilo, lo arrolló y le dijo:
- Tú serás el "cujubin" ; cantarás todas las mañanas, cuando salgan los primeros rayos del sol.
Después arrolló otro hilo, lo espolvoreó con unas cenizas y le dijo:
- Tú serás el "nhambu" , y cantarás a diversas, horas de la noche, hasta la mañana.
Desde entonces, cada pájaro canta a su hora, por la noche, y todos juntos, por la mañana, al comienzo del día.


Cuando los tres servidores llegaron, el joven les dijo:
- No habéis sido fieles; habéis abierto la nuez de coco y habéis dejado escapar la noche. Todas las cosas se han perdido, y vosotros también.

Y desde aquel momento fueron cambiados en monos. Se asegura que el color negro de la boca y las rayas que llevan en el brazo son debidos a la resina que se derramó sobre ellos, cuando abrieron la nuez de coco.

domingo, 14 de marzo de 2010

La princesa de idahue


El peñón de Idahue, en Colchagua, encierra una vieja historia. Quien lo sepa mirar, podrá ver esbozada en uno de sus lados una gran puerta con poderosos cerrojos. Esta puerta guarda el misterio del peñón.
Pero como no hay secreto, por muy guardado que esté, que no se trasluzca, el del peñón de Idahue ha ido poco a poco revelándose.




Según se cuenta, en tiempos muy remotos existía en las inmediaciones del peñón un reino floreciente. Un numeroso ejército lo guarnecía y prestaba especial protección a las grandes riquezas que en el reino se encerraban. Los palacios de los nobles resplandecían de lujo, pero quedaban empequeñecidos si se les comparaba con el palacio real.
Los tesoros que se habían reunido en el regio alcázar superaban a las mayores riquezas de los emperadores de todos los tiempos. Pues bien, sobre tanto oro, sobre tanta pedrería, sobre tantos mármoles y maderas finas, deslumbraba a todos como un sol, la única hija del Rey.

Pero si no había en el reino ninguna joven tan bella como la Princesa, tampoco se conocía una mujer más caprichosa. Nada la contentaba ni satisfacía. Todas las joyas, todos los trajes, todos los adornos, le parecían mezquinos para su belleza. Vivía sólo pendiente de sí misma y constituía un tormento para las modistas, joyeros y perfumistas.

Llegó a tal extremo en sus caprichos, que un día el Rey, su padre, la reprendió:
- Tienes que moderarte - le dijo.
Estás humillando constantemente a todas tus damas. Estás ofendiendo a los pobres con tus derroches. Con lo que tú malgastas, harías ricos a todos mis súbditos.
Modérate y hazte amar.

Pero la caprichosa Princesa no hizo ningún caso de su padre.
Disgustado Dios de su mal proceder, bajó a hablarle:
- Andas muy equivocada - le dijo -. Tienes que pensar que ninguna belleza es perfecta si no va acompañada de la bondad. Tu pueblo admira tu belleza, pero no te quiere. Y cuando llegue el día en que tengas que rendirme cuentas de tu vida, serán tus buenas acciones y no las bellezas de tu rostro, las que te salvarán.

Mas la Princesa, tan ciega estaba con sus lujos y caprichos, que ni al mismo Dios obedeció.

Agotadas así todas las buenas razones, no hubo más remedio que castigarla. Dios bajó de nuevo al palacio, cogió a la Princesa y la condujo al peñón. Al encerrarla dentro de aquella imponente fortaleza, le dio a conocer su sentencia:

- Aquí permanecerás encerrada hasta que te decidas a corregir tu vanidad y a poner freno a tus caprichos. Todas las mañanas se abrirá tu prisión y tendrás ocasión de recuperar la libertad. Si te conformas con lavarte con agua clara y adornarte con flores, te verás inmediatamente libre. Pero si vuelves a perfumarte y a arreglarte con cremas y pinturas, el peñón te volverá a aprisionar.

Y desde entonces, que hace ya muchísimos años, cada mañana a los primeros albores, la enorme puerta del peñón de Idahue se abre, y el mundo ofrece a la cautiva Princesa la misma libertad que disfrutan los vientos y los pájaros.

Y ella quiere ser libre y dejar aquel encierro. Y se lava con el agua fresca y clara de la mañana. Pero luego, coge el espejo, para peinarse, y, al contemplar su rostro, se olvida de su buen propósito y cae de nuevo en su coquetería:
- Tan guapa como soy, no debo estar tan descuidada.
Pero al empezar a darse cremas y perfumes, vuelve a cerrarse el peñón y a prolongarse por un día más el castigo.

Y así, día tras día, desde hace muchísimo tiempo, las primeras luces del alba contemplan esta lucha entre la vanidad y la libertad, en que aquélla siempre resulta vencedora.

El Rey murió, las riquezas que lo rodeaban se esparcieron, el reino se arruinó; y hoy, después de tanto tiempo, en los alrededores del peñón no quedan ya vestigios de toda aquella pasada grandeza. Sólo queda, desafiando al tiempo y a la justicia divina, la incorregible coquetería de una mujer.

Los doce signos del horoscopo chino



Hace mucho, mucho tiempo, vivía un dios en el fondo de una montaña.

Un 30 de diciembre, dicho dios envió unas cartas a todos los animales del país.
Estos la recibieron al día siguiente.La carta decía:

"El primero de enero por la mañana, quiero que vengan aquí, y según el orden en que lleguen, del primero al décimo segundo, designaré su jerarquía entre todos los animales, correspondiéndole a cada uno un año".

Los animales estaban muy animados con la carrera. Todos pensaban:
"¡De todas maneras seré el jefe!", pero un sólo animal, el gato perezoso, no leyó la carta, sino que la rata le "informó" sobre el asunto.
Pero la rata traviesa, en lugar de dicirle al gato que el primero de enero deberían de llegar al lugar designado, le mintió diciéndole que la fecha de llegada era el segundo día de enero.

El gato le agradeció por la información.
Todos los animales decían:
"Mañana tengo que levantarme muy temprano, por eso ya me voy a dormir".

Así lo hicieron todos, excepto el toro que dijo:
"Yo ya voy a salir porque soy lento caminando".

La rata que estaba viendo eso, trepó al lomo del toro y dijo:
"¡se está muy cómodo aquí!"
El toro sin darse cuenta, siguió caminando.

El resto salió a la mañana siguiente.

Todos se dirigieron corriendo a la casa del dios.

A la salida del sol del nuevo año, apareció primero el toro en el lugar fijado.
¡No, no fue el toro, fue la rata!

Esta saltó a tierra desde el lomo del toro y dijo,"¡Dios! ¡Felíz Año Nuevo!"
El toro se sintió humillado.

Los otros animales llegaron sucesivamente.
El dios les dió la bienvenida y anunció:
"El primer lugar es para la rata, le siguen el toro, el tigre, la liebre, el dragón, la serpiente, el caballo, la oveja, el mono, el gallo, el perro y por último, el jabalí".

Así empezó la fiesta de los animales elegidos. En ese momento apareció corriendo el gato, muy furioso y dijo:
"¡Conque me has engañado!", refiriéndose a la rata.


Esta huyó en cuanto vió al gato, quien no pudo contener su cólera porque no pudo ser elegido. Por eso todavía el gato sigue persiguiendo a la rata.




Os dejó otra versión de la misma historia. Aunque en la portada pone que es un cuento japonés, se trata de una leyenda china para explicar los signos del zodiaco.

viernes, 12 de marzo de 2010

Los seis ciegos y el elefante

Este cuento popular de la India nos ayuda a reflexionar sobre la verdadera naturaleza de las cosas. ¿Podemos estar seguros de que todo es como nos parece en una primera impresión? ¿Pueden estar seis sabios equivocados al mismo tiempo sobre la forma real de un elefante? Acompañemos a los seis sabios ciegos en su viaje a la selva.

Hace más de mil años, en el Valle del Río Brahmanputra, vivían seis hombre ciegos que pasaban las horas compitiendo entre ellos para ver quién era de todos el más sabio.

Para demostrar su sabiduría, los sabios explicaban las historias más fantásticas que se les ocurrían y luego decidían de entre ellos quién era el más imaginativo.

Así pues, cada tarde se reunían alrededor de una mesa y mientras el sol se ponía discretamente tras las montañas, y el olor de los espléndidos manjares que les iban a ser servidos empezaba a colarse por debajo de la puerta de la cocina, el primero de los sabios adoptaba una actitud severa y empezaba a relatar la historia que según él, había vivido aquel día. Mientras, los demás le escuchaban entre incrédulos y fascinados, intentando imaginar las escenas que éste les describía con gran detalle.

La historia trataba del modo en que, viéndose libre de ocupaciones aquella mañana, el sabio había decidido salir a dar una paseo por el bosque cercano a la casa, y deleitarse con el cantar de las aves que alegres, silbaban sus delicadas melodías. El sabio contó que, de pronto, en medio de una gran sorpresa, se le había aparecido el Dios Krishna, que sumándose al cantar de los pájaros, tocaba con maestría una bellísima melodía con su flauta. Krishna al recibir los elogios del sabio, había decidido premiarle con la sabiduría que, según él, le situaba por encima de los demás hombres.

Cuando el primero de los sabios acabó su historia, se puso en pie el segundo de los sabios, y poniéndose la mano al pecho, anunció que hablaría del día en que había presenciado él mismo la famosa Ave de Bulbul, con el plumaje rojo que cubre su pecho. Según él, esto ocurrió cuando se hallaba oculto tras un árbol espiando a un tigre que huía despavorido ante un puerco espín malhumorado. La escena era tan cómica que el pecho del pájaro, al contemplarla, estalló de tanto reír, y la sangre había teñido las plumas de su pecho de color carmín.

Para poder estar a la altura de las anteriores historias, el tercer sabio tosía y chasqueaba la lengua como si fuera un lagarto tomando el sol, pegado a la cálida pared de barro de una cabaña. Después de inspirarse de esta forma, el sabio pudo hablar horas y horas de los tiempos de buen rey Vikra Maditya, que había salvado a su hijo de un brahman y tomado como esposa a una bonita pero humilde campesina.

Al acabar, fue el turno del cuarto sabio, después del quinto y finalmente el sexto sabio se sumergió en su relato. De este modo los seis hombres ciegos pasaban las horas más entretenidas y a la vez demostraban su ingenio e inteligencia a los demás.

Sin embargo, llegó el día en que el ambiente de calma se turbó y se volvió enfrentamiento entre los hombres, que no alcanzaban un acuerdo sobre la forma exacta de un elefante. Las posturas eran opuestas y como ninguno de ellos había podido tocarlo nunca, decidieron salir al día siguiente a la busca de un ejemplar, y de este modo poder salir de dudas.

Tan pronto como los primeros pájaros insinuaron su canto, con el sol aún a medio levantarse, los seis ciegos tomaron al joven Dookiram como guía, y puestos en fila con las manos a los hombros de quien les precedía, emprendieron la marcha enfilando la senda que se adentraba en la selva más profunda. No habían andado mucho cuando de pronto, al adentrarse en un claro luminoso, vieron a un gran elefante tumbado sobre su costado apaciblemente. Mientras se acercaban el elefante se incorporó, pero enseguida perdió interés y se preparó para degustar su desayuno de frutas que ya había preparado.

Los seis sabios ciegos estaban llenos de alegría, y se felicitaban unos a otros por su suerte. Finalmente podrían resolver el dilema y decidir cuál era la verdadera forma del animal.

El primero de todos, el más decidido, se abalanzó sobre el elefante preso de una gran ilusión por tocarlo. Sin embargo, las prisas hicieron que su pie tropezara con una rama en el suelo y chocara de frente con el costado del animal.

-¡Oh, hermanos míos! –exclamó- yo os digo que el elefante es exactamente como una pared de barro secada al sol.

Llegó el turno del segundo de los ciegos, que avanzó con más precaución, con las manos extendidas ante él, para no asustarlo. En esta posición en seguida tocó dos objetos muy largos y puntiagudos, que se curvaban por encima de su cabeza. Eran los colmillos del elefante.

-¡Oh, hermanos míos! ¡Yo os digo que la forma de este animal es exactamente como la de una lanza...sin duda, ésta es!

El resto de los sabios no podían evitar burlarse en voz baja, ya que ninguno se acababa de creer los que los otros decían. El tercer ciego empezó a acercarse al elefante por delante, para tocarlo cuidadosamente. El animal ya algo curioso, se giró hacía él y le envolvió la cintura con su trompa. El ciego agarró la trompa del animal y la resiguió de arriba a abajo notando su forma alargada y estrecha, y cómo se movía a voluntad.

-Escuchad queridos hermanos, este elefante es más bien como...como una larga serpiente.

Los demás sabios disentían en silencio, ya que en nada se parecía a la forma que ellos habían podido tocar. Era el turno del cuarto sabio, que se acercó por detrás y recibió un suave golpe con la cola del animal, que se movía para asustar a los insectos que le molestaban. El sabio prendió la cola y la resiguió de arriba abajo con las manos, notando cada una de las arrugas y los pelos que la cubrían. El sabio no tuvo dudas y exclamó:

-¡Ya lo tengo! – dijo el sabio lleno de alegría- Yo os diré cual es la verdadera forma del elefante. Sin duda es igual a una vieja cuerda.

El quinto de los sabios tomó el relevo y se acercó al elefante pendiente de oír cualquiera de sus movimientos. Al alzar su mano para buscarlo, sus dedos resiguieron la oreja del animal y dándose la vuelta, el quinto sabio gritó a los demás:

-Ninguno de vosotros ha acertado en su forma. El elefante es más bien como un gran abanico plano – y cedió su turno al último de los sabios para que lo comprobara por sí mismo.

El sexto sabio era el más viejo de todos, y cuando se encaminó hacia el animal, lo hizo con lentitud, apoyando el peso de su cuerpo sobre un viejo bastón de madera. De tan doblado que estaba por la edad, el sexto ciego pasó por debajo de la barriga del elefante y al buscarlo, agarró con fuerza su gruesa pata.

-¡Hermanos! Lo estoy tocando ahora mismo y os aseguro que el elefante tiene la misma forma que el tronco de una gran palmera.

Ahora todos habían experimentado por ellos mismos cuál era la forma verdadera del elefante, y creían que los demás estaban equivocados. Satisfecha así su curiosidad, volvieron a darse las manos y tomaron otra vez la senda que les conducía a su casa.



Otra vez sentados bajo la palmera que les ofrecía sombra y les refrescaba con sus frutos, retomaron la discusión sobre la verdadera forma del elefante, seguros de que lo que habían experimentado por ellos mismos era la verdadera forma del elefante.

Seguramente todos los sabios tenían parte de razón, ya que de algún modo todas las formas que habían experimentado eran ciertas, pero sin duda todos a su vez estaban equivocados respecto a la imagen real del elefante.