miércoles, 24 de marzo de 2010
El tesoro
En Flensburgo, hoy perteneciente a Alemania, pero antiguamente población danesa, se podían ver en el siglo pasado las ruinas de un viejo castillo.
Una vez, cuando aún las paredes estaban en pie, dos soldados hallábanse allí de guardia. Uno de ellos había ido al pueblo vecino, y el que había quedado procuraba distraer las horas tediosas de la centinela canturreando.
De pronto se interrumpió, espantado. Delante de él había aparecido una dama, alta y blanquísima, que le dijo:
- Yo soy un espíritu maldito. He errado por este lugar durante muchos siglos y no encontraré jamás el reposo de la tumba. Junto a estas paredes hay enterrado un gran tesoro y sólo hay tres personas que puedan apoderarse de él. Tú eres una de esas tres.
Entonces el soldado le preguntó lo que debía hacer para que se cumpliese aquello que ella decía.
La dama le contestó:
- Hoy no hagas nada ni intentes buscar por ti mismo, porque sería en vano. Ven mañana temprano y te diré lo que tienes que hacer.
Dichas estas palabras, desapareció.
Pero las palabras de la dama habían sido escuchadas por el otro soldado, que, al volver, había visto la aparición conversando con su compañero. Mas nada dijo, sino que a la mañana siguiente se ocultó, para oír las instrucciones que recibía su camarada. Cuando el amigo, provisto de pico y azada, se presentó, la dama blanca salió a su vez, pero al notar que eran espiados, objetó:
- Hoy no es día bueno para lo que hemos de hacer. Lo dejaremos para mañana.
Y desapareció.
El segundo soldado, que había esperado oculto, volvió a su casa y cayó súbitamente enfermo. Mandó llamar a su amigo, al que confesó lo que había hecho y que le suplicaba que no se ocupase de las cosas sobrenaturales, y que antes de volver a seguir las instrucciones de la dama blanca, que consultase con el párroco, que él le daría un buen consejo. Al amigo le parecieron razonables estas palabras y fue a contarle al párroco todo lo que le había ocurrido.
Éste le aconsejó:
- Sigue las instrucciones de la dama blanca, pero ten cuidado de que sea ella la que empiece.
Por la mañana, el soldado subió al castillo. A poco se le apareció la dama blanca, la cual le indicó el sitio por donde debía comenzar su trabajo. Después añadió:
- Cuando halles el tesoro, la mitad te pertenecerá, pero de la otra mitad harás dos partes: una para la iglesia y otra para los pobres.
El soldado fue tentado por el demonio, que despertó en él la codicia y le hizo gritar de mala manera a la dama blanca:
- Pero, entonces, ¿no es todo para mí?
¡Nunca hubiera dicho estas palabras! La dama blanca exhaló un doloroso gemido y desapareció, como una llama azul, por el foso del castillo.
El soldado regresó a su casa, y de la impresión recibida, enfermó. Nada pudo hacerse para curarlo, y a los tres días justos entregó su alma.
Estos acontecimientos se extendieron pronto por todo el país.
Un día llegó al castillo un joven estudiante, pobre y valiente, y que deseaba hacer su fortuna. Sin temer nada, esperó a que dieran las doce, en el sitio que ya le habían dicho, hora en que se aparecería la dama blanca.
En efecto, cuando a lo lejos, en el pueblo, retumbaron las campanadas de la medianoche, la dama blanca se apareció. Él le dijo:
- He sabido la historia de vuestra desgracia y quiero libraros de la maldición.
Pero la dama blanca le contestó que él no era una de las tres personas que podían encontrar el tesoro y librarla de su maldición.
- Pero en pago de tu buena voluntad, serás recompensado. La muralla que hay que derribar no podrá serlo en mucho tiempo por manos humanas.
Y desapareció.
El estudiante volvió a la noche siguiente, por compasión hacia la dama, para oír sus lamentos, que resonaban en la oscuridad y el silencio. Cuando penetró en el castillo, tropezó y cayó. A la luz de la Luna, vio con sorpresa que había tropezado en un montón de monedas de plata, de las que se apoderó
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