viernes, 3 de diciembre de 2010

cuento

Bueno y el cuento es cuestión es de Jorge Bucay, de aquellos que te hacen pensar


La verdad es que lo tengo un poco olvidado este blog.
Era el trabajo obligatorio de una asignatura que ya me saqué el curso pasado.







Pero hoy, mirando el blog de una compañera que se lo curra mucho, encontre este cuento. Y pensé: - ¿Porque no? Voy a colgarlo-. Gracias Laura, por descubrimelo y recordarme la existencia de mi blog. Que memoria la mia :)

sábado, 10 de julio de 2010

miércoles, 7 de julio de 2010

Más vale astucia que fuerza


En el mundo de los animales casi siempre impera «la ley del más fuerte». Y en el nuestro, ¿crees que es igual?

En una selva lejana se instaló un tigre con ganas de armarla. Aparte de ser enorme, este felino mataba y engullía sin piedad varias piezas diarias poniendo en peligro el equilibrio de la jungla.

El resto de los animales, alarmados y entristecidos, decidieron entregarle cada día al gran sanguinario a un miembro de una familia, empezando por los más mayores. Y así lo hicieron hasta que les tocó el turno a los zorros. Y cuando el abuelo zorro estaba a punto de marcharse para ser sacrificado, su nieto dijo que él mismo ocuparía su lugar.

El pequeño zorro se plantó sin miedo delante del tigre y comenzó a reírse compulsivamente. El gran felino, desconcertado, le preguntó por qué se reía, y el pequeño le dijo que otro tigre le estaba quitando buenos bocados. El tigre, enfurecido, le dijo que le llevase ante tan terrible rival. Se pusieron en camino y muy pronto llegaron a un profundo pozo. El zorrito le dijo al tigre que su colega vivía allí dentro. El felino se asomó al pozo y al ver su reflejo en el agua, con una expresión tan feroz, no se reconoció y pensó que era el otro tigre. Y entonces,... se tiró de cabeza a las oscuras aguas para luchar a muerte con su reflejo.

No siempre gana la fuerza: la inteligencia puede ser una alternativa interesante para triunfar. ¡Hagamos músculos mentales!

lunes, 28 de junio de 2010

Tanabata


Quieres saber cómo se creó la Vía Láctea? Pues aquí tienes una leyenda que explicaban los antiguos japoneses para explicar la creación de esa Galaxia.

Había una vez un joven labrador. Un día, cuando estaba caminando hacia su casa se encontró una tela colgada en un árbol. ¡Era una tela maravillosa! La más bonita que el joven había visto en su vida. Así, pensando que alguien la había tirado allí cogió la tela y se la metió en su cesto. Había acabado de poner la tela en en el cesto, cuando alguien le llamó, y al girarse se sorprendió mucho al ver aparecer a una mujer muy hermosa que le dijo: "Me llamo Tanabata. Por favor devuélveme mi 'hagoromo'."

El joven le preguntó: "¿Hagoromo? ¿Qué es un hagoromo?"

Ella le dijo: "El hagoromo es una tela que uso para volar. Vivo en el cielo. No soy humana. Descendí para jugar en aquella laguna, pero sin mi hagoromo no podré regresar. Por eso le pido que me la devuelva."
El joven avergonzado no pudo decir que él la había ocultado y le dijo que no sabía nada de esa tela.

Así, como no tenía el hagoromo Tanabata no pudo volver al cielo y no tuvo más remedio que quedarse en la tierra. Sin embargo, al cabo de un tiempo ella y el joven labrador se enamoraron y se casaron.

Al cabo de unos años, Tanabata, cuando hacía la limpieza de la casa, encontró el hagoromo, y entonces le dijo a su marido que tenía que regresar al cielo, pero también le dijo que había una manera de estar juntos. Si hacía mil pares de sandalias de paja y las enterraba en torno a un bambú podría subir al cielo. Tanabata le estaría esperando.

El joven se quedó muy triste y empezó a hacer las sandalias de paja. Cuando había hecho 999 estaba tan impaciente fue a enterrarlas al lado de un bambú. En ese momento el bambú se alargó muy alto hasta el cielo.
El joven labrador subió por el bambú hasta el cielo, pero le faltaba sólo un poco para llegar. Era el par de sandalias que no había hecho, pero empezó a llamar a Tanabata. Y ésta le ayudó a subir.

Su felicidad no duró mucho porque en ese momento apareció el padre de Tanabata, al que no le había gustado que ella se casara con un simple mortal. El padre pidió al joven labrador que cuidara durante tres días sus tierras.
"Entendido.", respondió el joven.

Tanabata le dijo a su marido que su padre le estaba haciendo una trampa y que aunque tuviese sed no comiese ninguna fruta pues le ocurriría algo malo.
El joven se puso a cuidar las tierras. Pero la mañana del tercer día ya no podía aguantar la sed y sus manos se fueron hacia la fruta. En ese momento, del melocotón que había tocado empezó salir mucha agua convirtiéndose en el río el "Amanogawa"
El joven y Tanabata quedaron separados por Amanogawa y ambos se convirtieron en estrellas, las estrellas Vega y Altaír. Desde entonces, la pareja con el permiso del padre, puede encontrarse sólo un día al año, el siete de julio.

domingo, 27 de junio de 2010

Gallo y gallina

Un gallo y una gallina salieron un día a coger nueces. Al gallo se le quedaron
atascadas dos nueces en la garganta, así que corría el riesgo de ahogarse.

La gallina corrió hacia una fuente y dijo:
— ¡Querida fuente, dame agua! El agua es para el gallo, que se está ahogando.
La fuente contestó:
—Vete al tilo y tráeme hojas

La gallina corrió hacia el tilo y dijo:
— ¡Querido tilo, dame hojas! Las hojas se las daré a la fuente, la fuente me dará
agua y el agua se la daré al gallo, que se está ahogando.
Pero el tilo respondió:
—Ve a la doncella y tráeme una cinta.

Entonces la gallina corrió hacia la doncella y le dijo:
—Querida doncella, dame una cinta! La cinta se la daré al tilo, el tilo me dará hojas,las hojas se las daré a la fuente, la fuente me dará agua y el agua se la daré al gallo, que se está ahogando.
Pero la doncella dijo:
—Ve al zapatero y tráeme unos zapatos.

Entonces la gallina corrió hacia el zapatero y le dijo:
—Querido zapatero, dame unos zapatos! Los zapatos se los daré a la doncella, la
doncella me dará una cinta, la cinta se la daré al tilo, el tilo me dará hojas, las
hojas se las daré a la fuente, la fuente me dará agua y el agua se la daré al gallo,
que se está ahogando.
—Ve a la puerca y tráeme unas cerdas —dijo el zapatero.

La gallina corrió hacia allí y dijo:
—Querida puerca, dame unas cerdas! Las cerdas se las daré al zapatero, el
zapatero me dará unos zapatos, los zapatos se los daré a la doncella, la doncella
me dará una cinta, la cinta se la daré al tilo, el tilo me dará hojas, las hojas se las daré a la fuente, la fuente me dará agua y el agua se la daré al gallo, que se está ahogando.
—Ve al granero y tráeme paja! -dijo la puerca.

Entonces la gallina fue allí y dijo:
—Querido granero, dame paja! La paja se la daré a la puerca, la puerca me dará
unas cerdas, las cerdas se las daré al zapatero, el zapatero me dará unos zapatos,
los zapatos se los daré a la doncella, la doncella me dará una cinta, la cinta se la
daré al tilo, el tilo me dará hojas, las hojas se las daré a la fuente, la fuente me
dará agua y el agua se la daré al gallo, que se está ahogando.
—Bueno, ahí tienes algo de paja -dijo el granero.

Y entonces la puerca le dio unas cerdas y el zapatero le dio unos zapatos y la
doncella le dio una cinta y el tilo le dio hojas y la fuente le dio agua.
Pero cuando la gallina llegó donde estaba el gallo, éste ya estaba muerto, así que tuvo que beberse ella toda el agua.

viernes, 25 de junio de 2010

El molino mágico.


Sabor a mar

Los océanos son una masa de agua que cubre gran parte de nuestro planeta. ¿Pero sabes por qué son salados?

Un intrépido capitán de barco recaló en un puerto de las costas noruegas para hacer negocios. Allí un comerciante le vendió unos enormes bloques de sal.

El capitán los cargó en la bodega de su barco y se puso rumbo a nuevos destinos. Por el camino se desató una tormenta que le hizo detenerse en un islote helado. Allí, para asombro de los marineros y del propio capitán, un viejo mago molía enormes bloques de piedra con una extraña máquina, con tan sólo pronunciar: «Muele que te muele».

Toda la tripulación se escondió detrás de unas rocas y esperó a que el mago acabase con su ceremonia para... robarle tan increíble aparato. En plena noche, subieron la máquina al barco y zarparon sin ser vistos. El capitán estaba tan contento que no dejaba de pronunciar las palabras mágicas para que la máquina no dejase de moler los bloques de sal.

Pero después de varias horas la bodega del barco y la cubierta se llenaron de sal, de tal forma que no se cabía. Y por mucho que el capitán inventaba palabras para detener al infernal aparato, éste seguía muele que te muele. Hasta que tuvieron que abandonar el barco y dejar que se hundiese en las profundidades marinas, donde sigue moliendo sal.

No sabemos si esta historia es del todo verdadera. Lo cierto es que es una suerte que el mar sea salado. ¿No te parece?

jueves, 24 de junio de 2010

El bosque mágico


Había una vez un bosque mágico.

Su leyenda cuenta que cuando en aquel bosque entre una persona que estime más su miseria que toda la felicidad de este mundo, el bosque perderá su magia y pasará a ser un bosque normal.

Muy cerca de este bosque vivían una anciana y su hijo mayor. Vivían ambos en una casa pequeña y nunca entraban en el bosque mágico. Todo seguía igual, con felicidad y tranquilidad hasta que un día necesitaban leña para hacer fuego y tuvieron que ir al otro lado de la montaña a buscarla.

El hijo era un poco perezoso y corto de entendederas, y pensó:

- ¿Por qué tengo que ir al otro lado de la montaña para coger la leña, teniendo el bosque aquí cerca?

Su madre le prohibía ir al bosque y siempre le decía que si iba le pasaría algo muy malo. Pero el hijo se fue y trajo la leña.

También lo hizo al día siguiente sin decirle nada a la madre. Al tercer día, cuando fue al bosque, se sentó en un tronco para descansar y, en ese momento, bajo el tronco, salió una serpiente que se convirtió en una mujer maravillosa de cabellos rubios y largos, vestida con un vestido blanco y precioso. Pero era una serpiente y le quedó lengua de serpiente.

El chico, fascinado de su belleza, se enamoró de ella y decidió pedirle que fuera a vivir con él en su casa.

Mientras tanto, por casa la abuela, pasó una chica que venía leña. La joven iba muy mal vestida, fuera hacía mucho frío, la abuela la hizo entrar para darle una chaqueta de su hijo, que ya le había quedado pequeña para que entrara en calor ante el fuego. Al cabo de un rato, la joven se levantó, le agradeció mucho que le ayudara y le regaló un poco de leña para el fuego.

En aquellos momentos volvió el hijo con la mujer-serpiente. El joven explicó a su madre que lo había encontrado por el camino y no tenía nadie en el mundo y había pensado que podría vivir con ellos.

Al cabo de unos días la abuela notó que la mujer tenía la lengua de una serpiente y decidió hablar con su hijo. Pero él, cada vez más y más enamorado de la mujer-serpiente, no hacía caso a nadie. Cuando la madre dijo que quería que la mujer-serpiente se fuera de su casa, el hijo le dijo que amaba aquella chica y que estaba tan enamorado se quería casar.

El chico, a pesar de todos los consejos que le dio su madre, se casó con la hermosa chica. La mujer-serpiente notó que la abuela se había dado cuenta de quién era ella y, para evitar todo lo que podía pasar, empezó a llorar ante su marido y decirle que su madre no la quería. Tanto y tanto insistió en que finalmente el hijo decidió echar de casa a su madre.

La abuela, a pesar de haber dedicado toda la vida a su hijo, se encontraba a la intemperie. Hacía un frío que pelaba y nevaba tanto que, mientras caminaba, la nieve le llegaba hasta las rodillas.

Sin embargo la abuela continuó amándolo ya que sabía que la culpa era de aquella mujer-serpiente.

La abuela, además, tenía mucha hambre y tenía los pies congelados. Estaba muy cansada y finalmente cayó al suelo. Entonces recordó la leña que le había regalado aquella chica y decidió encenderla para calentarse. Era muy vieja y sabía que no podría sobrevivir muchos días más de aquella manera. Al encender el fuego, de dentro de los troncos salieron un duendes con unos sombreros puntiagudos de color rojo como el fuego.

Los enanos empezaron a bailar, a saltar, a cantar y gritar, lo que la hizo alegrar y coger fuerzas. Los duendes se pusieron a su alrededor y le empezaron a hablar:

- Tu hijo, abuela, hizo despertar los espíritus del bosque mágico. Ahora, estos están muy enfadados, por lo que el rey del bosque quiere hablar contigo.

En ese momento apareció un ciervo, con el que la abuela viajó en el interior del bosque mágico, acompañada de los duendes que montaban unos esquiroles que les hacían de caballos. Allí no hacía tan frío y no había nada de nieve. Los árboles parecían vivos, la tierra tenía unos colores diferentes, los animales eran extraños y, incluso, algunos hablaban entre sí.

En ese momento apareció una silla impresionante de color negro. Esta era en un espacio oscuro y no se podía ver quién había sentado.

Entonces se oyó una voz humana que dijo:
- Ya sabes que tu hijo despertó los espíritus del bosque. Ahora ya tiene su castigo.

Tú podrás volver a tu pueblo, en el tiempo de tu juventud.

En ese preciso momento apareció su pueblo, donde la gente era muy feliz porque hacía mucho sol y muy buen tiempo y tenían de todo lo que necesitaban.

- Entra en el interior de tu pueblo. Cuando hayas entrado, te harás joven y te encontrarás con toda tu familia-dijo el rey del bosque.

La abuela se puso a correr hacia el interior del pueblo y justo en el momento de entrar se giró y vio a su hijo. Ella preguntó al rey:

- ¿Qué le pasará a mi hijo?

- Cuando pases esta puerta olvidarás que jamás haya existido. No te recordarás de nada. Pero no te preocupes por él. Él ya recibirá su castigo.

En ese momento la abuela dudó sobre qué debía hacer. Finalmente decidió no dejar a su hijo y dijo:
- A pesar de todo lo que ha hecho, yo no lo puedo abandonar.

Entonces, un viento huracanado lo hizo desaparecer todo: los duendes, la silla, el rey, el pueblo, los animales ... y la mujer-serpiente se convirtió en serpiente de verdad.

La abuela fue la persona que amaba más su miseria que toda la felicidad del mundo. Y la magia del bosque desapareció. El hijo y la abuela quedaron solos. Él lloraba pidiéndole perdón. A partir de ese momento vivieron contentos el resto de su vida.

lunes, 21 de junio de 2010

La canoa de la balena



Cólera vaporizada

Uno de los animales más misteriosos y perseguidos es la ballena. ¿Pero sabes por qué echa agua por su cabeza?

En la noche de los tiempos existía un Paraíso, al otro lado del mundo. Los animales más poderosos querían conquistarlo, pero tenían un problema: una inmensa masa de agua les separaba de su sueño. Entonces se acordaron de una ballena que surcaba los océanos montada en una resistente canoa. Se la pidieron prestada y el gran cetáceo se negó.

Pero la estrella de mar sabía que la ballena tenía una debilidad: le encantaba que le contasen cuentos. Y la estrella de mar le convenció para que se tumbase y comenzó a narrarle historias de príncipes, piratas y castillos de azúcar. Cuando la ballena estaba casi dormida, todos los animales se montaron en su canoa y se escaparon surcando las olas. Pero a la estrella de mar pronto se le acabó el repertorio de cuentos y la ballena se despertó, se dio cuenta de lo sucedido y entonces, llena de furia, comenzó una lucha encarnizada con la estrella.

Cuando terminaron la batalla, la ballena tenía un agujero en la cabeza y la estrella era más plana que una torta de aceite. El gran cetáceo comenzó a perseguir a su embarcación, pero de nada le sirvió. Y se quedó tan llena de rabia que le salió vapor de agua a presión por el agujero de su cabeza.

La cólera es un arma arrojadiza que se vuelve contra nosotros. ¿Te sale espuma por la boca cuando te enfadas?

domingo, 20 de junio de 2010

viernes, 18 de junio de 2010

¿Por qué el cielo está tan lejos?


Cuentan que en el principio de los tiempos, el cielo estaba tan cerca de la tierra que la gente no tenía más que levantar la mano para tocarlo. La gente vivía muy contenta porque además el cielo protegía a los seres humanos y a los animales del viento frío y del calor del sol.

Pero un día, dos mujeres que querían preparar la comida se pusieron a moler grano con un bastón grueso y largo en un gran mortero de piedra. Los bastones eran tan largos que a menudo golpeaban al cielo, agujereándolo y causándole gran dolor. El cielo enfadado protestó a las mujeres:
-¡Eh, vosotras! Dejad de golpearme. Me estáis haciendo daño y llenándome de agujeros. Soi seguís así, ya no podré seguir protegiéndoos del viento y del calor.
Pero las mujeres estaban tan concentradas en su trabajo que no prestaron atención a las palabras del cielo y siguieron moliendo su grano y golpeando de tanto en tanto al cielo.

El cielo aguantó todo lo que pudo, pero le hacían tanto daño, que poco a poco fue alejándose de la tierra para que no le alcanzaran con los bastones y se quedó donde está hoy, así que las gentes perdieron la protección del cielo y desde entonces sufren el frío viento y el calor. Es por esto que en Somalia llaman al cuelo Daldaloole, el que está agujereado.

Cuentan también en Somalia que las nubes son una hermosa muchacha que lleva a su casa un cántaro lleno de agua que saca de un pozo. Cuando la muchacha camina de regreso a casa, el cántaro se bambolea y el agua se derrama por todas las partes, cayeron hacia la tierra por los agujeros del cielo. Esa agua es lo que llamamos lluvia.

jueves, 17 de junio de 2010

El conejito de la casa de palma.


Fuerza bruta

Sueles prestar tus cosas cuando te las piden? ¿O tienes miedo de que no te las devuelvan a tiempo?

Un lindo conejito se construyó una casa de palma. ¡Y menos mal! Porque nada más terminarla llegó el invierno. Un día de lluvia estaba el conejito delante de la chimenea cuando llamaron a la puerta.

«¿Quién es?», preguntó el conejo. «Soy el zorro. Por favor, déjame entrar en tu casa, estoy empapado».

El conejo le dijo que su casa era tan pequeña que no cabían los dos y que buscase otro refugio. Pero el zorro insistió tanto que le convenció, y le dijo que sólo estaría un momento para calentarse en la chimenea. El conejo salió de su casa, y en la puerta se quedó con la lluvia calándole los huesos. Aguantó y aguantó el frío hasta que no pudo más y le dijo al zorro que le devolviera su casa. Pero el zorrito empezó a reírse y le dijo que de allí no le sacaba nadie.

Entonces el conejo pidió ayuda a un burro, a un perro y a un gato, que con mucha cortesía y educación intentaron que el zorro dejase la casa del conejo, pero de nada sirvió. El conejo estaba a punto de enloquecer, cuando se acercó por allí un gallo muy pinturero que le dijo al zorro: «Como no salgas inmediatamente, te voy a meter dos tiros con esta escopeta». Y el zorro salió despavorido y no se le volvió a ver más por aquellos lares.

En ocasiones hace falta más que las buenas maneras y la educación para vencer la astucia de un fresco

miércoles, 16 de junio de 2010

El Urutaú.

Morir de amor
¿Te gustan las auténticas historias de amor? ¿Crees que son más interesantes las del pasado o las de ahora?

Hace mucho tiempo existían en América del Sur dos tribus rivales: los tupi y los guaraní. Siempre estaban en lucha y nunca conseguían llegar a ningún acuerdo.

Salvo una chica guaraní y un chico tupi que estaban locamente enamorados y que se veían en secreto en el bosque, dentro de un gran árbol hueco. Allí, una tarde, antes de que estallase una nueva guerra, se juraron amor eterno. El joven tupi luchó en la batalla hasta que fue hecho prisionero por la tribu guaraní. Le ataron y le encerraron en una choza. Cuando la joven se enteró, se le rompió el corazón y se lo contó todo a sus padres.

Pero éstos no entendieron aquel amor prohibido y no la hicieron caso. La chica, desesperada, abandonó su casa y se fue al bosque. Allí se encaramó en el árbol hueco.
Pasaron varias semanas y su familia, preocupada, insistía para que bajase, pero la chica lo único que hacía era llorar sin consuelo. Hasta que el hechicero de la tribu inventó una mentira para que bajase: le dijo que su enamorado había muerto. La chica dio un extraño grito de dolor y después desapareció para siempre. Desde entonces anidó en el árbol un pájaro desconocido, y cuyo canto era igual a un llanto: se le llamó Urutaú.

Manifestar el dolor a través del llanto puede ser una buena terapia. Pero, ¡ojo! Hay que saber parar a tiempo.

martes, 15 de junio de 2010

La caja de Pandora




Uno de los temas que han inquietado el interés de los hombres a lo largo de toda su historia es la creación del mundo. Los antiguos griegos tenían su propia forma de contar la historia, que era como sigue:


domingo, 13 de junio de 2010

¿Por qué los gallos sólo cantan de día?


¿Os habéis fijado que los gallos se despiertan justo cuando el sol empieza a despuntar, y se van a dormir justo cuando la luna saca la nariz? ¿Queréis saber por qué pasa esto?

Hace muchos, muchos años, vivían en el cielo tres hermanos: el Sol, la Luna y Quiquiriquí.

Un día, el Sol se fue a trabajar y la Luna y Quiquiriquí se quedaron solos. Al llegar la noche, la Luna ordenó a Quiquiriquí que hiciese volver el ganado a los establos, pero Quiquiriquí, que estaba cansado de trabajar todo el día, le dijo que no. Enfurecida, la Luna agarró a su hermano por la cresta y lo arrojó a la Tierra, expulsándolo para siempre del reino celestial.

Cuando el Sol llegó de trabajar y no vio a su hermano Quiquiriquí, le preguntó a la Luna qué había pasado. Cuando le explicó la verdad, el Sol se enfadó muchísimo y le dijo:

- Hermana Luna, como no puedes vivir en paz con nadie, a partir de ahora vivirás sola. Yo trabajaré de día y tú de noche, de manera que no nos veremos nunca más. Pero nuestro hermano Quiquiriquí no se olvidará de mí, y cuando yo salga por el día me cantará alegremente, mientras que cuando llegue la noche, se esconderá para no ver a la hermana que ya no le quiere.

Y a partir de entonces siempre ha sido así. Al salir el Sol, el gallo sale y canta: "¡Quiquiriquí, quiquiriquí!", que en el lenguaje de los gallos significa: "¡Yo también estoy aquí! ¡Yo también estoy aquí!". En cambio, cuando la Luna empieza a asomar, se esconde y se va a dormir, porque sigue enfadado con la hermana que lo expulsó del Cielo.

viernes, 11 de junio de 2010

jueves, 10 de junio de 2010

La leyenda del atrapasueños

Hace mucho tiempo cuando el mundo era joven, un viejo líder espiritual Lakota estaba en una montaña alta y tuvo una visión.

En esta visión Iktomi, el gran maestro bromista de la sabiduría apareció en la forma de una araña. Iktomi le hablo en un lenguaje sagrado, que solo los líderes espirituales de los Lakotas podían entender.

Mientras le hablaba Iktomi, la araña tomo un aro de sauce, el de mayor edad, también tenia plumas, pelo de caballo, cuentas y ofrendas y empezó a tejer una telaraña.

Habló con el anciano acerca de los círculos de la vida, llegamos siendo unos bebes y crecemos durante la niñez y llegamos después a la edad adulta, finalmente caminamos hacia la ancianidad, donde nosotros debemos ser cuidadosos como cuando éramos bebes, completando el círculo.

Pero Iktomi dijo mientras continuaba tejiendo su red……

- en cada tiempo de la vida hay muchas fuerzas, algunas buenas otras malas, si te encuentras con las buenas fuerzas ellas te guiaran en la dirección correcta.
Pero si tú escuchas a las fuerzas malas, ellas te lastimaran y te guiaran en la dirección equivocada.


Iktomi continuo….. ahí hay muchas fuerzas y diferentes direcciones y pueden ayudar a interferir con la armonía de la naturaleza.
También con el gran espíritu y sus maravillosas enseñanzas.

Mientras la araña hablaba continuaba entretejiendo su telaraña, empezando de afuera y trabajando hacia el centro. Cuando Iktomi termino de hablar, le dio al anciano Lakota, la red y le dijo:
-ves la telaraña es un circulo perfecto, pero en el centro hay un agujero, usa la telaraña para ayudarte a ti mismo y a tu gente, para alcanzar tus metas y hacer buen uso de las ideas de la gente, sueños y visiones.
Si tu crees en el gran espíritu, la telaraña atrapara tus buenas ideas y las malas se irán por el agujero.

El anciano Lakota, le paso su visión a su gente y ahora los indios Siux usan el atrapasueños como la red de su vida. Este se cuelga arriba de sus camas, en su casa para escudriñar sus sueños y visiones.

Lo bueno de sus sueños es capturado en la telaraña de vida y enviado con ellos, lo malo de sus sueños escapa a través del agujero en el centro de la red y no será más parte de ellos.

Ellos creen que el atrapasueños sostiene el destino de su futuro.

martes, 8 de junio de 2010

La desaparición de la ciudad de La Serena


Algunos dichos populares dicen: “El amor mueve montañas” o “El amor es más fuerte”, pero tras conocer la siguiente historia debería instaurarse uno que dijera: “El amor hace desaparecer ciudades”.

Y es que la leyenda de la “Desaparición de la ciudad de La Serena” nos cuenta la historia de Juan Soldado, un joven buen mozo y muy humilde que se enamora de la única hija del rico cacique de la ciudad.

Pese al enfático rechazo de su padre, la chica se enamora de Juan Soldado y decide casarse con él. Justo en el momento en que el cura iba a dar inicio al sacramento, en la iglesia se comenzó a sentir un fuerte alboroto. Todos los presentes comentaron que se acercaba a la ciudad el padre de la novia, con la firme intención de matar a los futuros esposos para luego, incendiar y destruir toda la ciudad.

Nadie sabe qué, ni cómo pasó, pero el asunto es que cuando el padre enfurecido pisó los alrededores de la ciudad, ésta de pronto se desvaneció, se esfumó.

Acompañado de sus soldados recorrió a caballo montes y praderas, pero la ciudad no estaba. Había desaparecido.

Cuentan que a veces, por lo general los sábados, las personas que pasan cerca del lugar donde estaba emplazada dicha ciudad, escuchan música y canciones. Otros dicen que para Viernes Santo la ciudad se hace visible a los que la contemplan desde lejos, pero la imagen comienza a desvanecerse en la medida en que la gente se acerca a ella.

domingo, 30 de mayo de 2010

El Enano Saltarín (Rumpelstilzchen)

Cuentan que en un tiempo muy lejano el rey decidió pasear por sus dominios, que incluían una pequeña aldea en la que vivía un molinero junto con su bella hija. Al interesarse el rey por ella, el molinero mintió para darse importancia:
- Además de bonita, es capaz de convertir la paja en oro hilándola con una rueca. El rey, francamente contento con dicha cualidad de la muchacha, no lo dudó un instante y la llevó con él a palacio.

Una vez en el castillo, el rey ordenó que condujesen a la hija del molinero a una habitación repleta de paja, donde había también una rueca: - Tienes hasta el alba para demostrarme que tu padre decía la verdad y convertir esta paja en oro. De lo contrario, serás desterrada. La pobre niña lloró desconsolada, pero he aquí que apareció un estrafalario enano que le ofreció hilar la paja en oro a cambio de su collar.

La hija del molinero le entregó la joya y... zis-zas, zis-zas, el enano hilaba la paja que se iba convirtiendo en oro en las canillas, hasta que no quedó ni una brizna de paja y la habitación refulgía por el oro. Cuando el rey vio la proeza, guiado por la avaricia, espetó:
- Veremos si puedes hacer lo mismo en esta habitación.
- Y le señaló una estancia más grande y más repleta de oro que la del día anterior.

La muchacha estaba desesperada, pues creía imposible cumplir la tarea pero, como el día anterior, apareció el enano saltarín:
- ¿Qué me das si hilo la paja para convertirla en oro? - preguntó al hacerse visible.
- Sólo tengo esta sortija - Dijo la doncella tendiéndole el anillo.
- Empecemos pues, - respondió el enano. Y zis-zas, zis-zas, toda la paja se convirtió en oro hilado.

Pero la codicia del rey no tenía fin, y cuando comprobó que se habían cumplido sus órdenes, anunció:
- Repetirás la hazaña una vez más, si lo consigues, te haré mi esposa
- Pues pensaba que, a pesar de ser hija de un molinero, nunca encontraría mujer con dote mejor. Una noche más lloró la muchacha, y de nuevo apareció el grotesco enano:
- ¿Qué me darás a cambio de solucionar tu problema? - Preguntó, saltando, a la chica.
- No tengo más joyas que ofrecerte - y pensando que esta vez estaba perdida, gimió desconsolada. - Bien, en ese caso, me darás tu primer hijo - demandó el enanillo.

Aceptó la muchacha: “Quién sabe cómo irán las cosas en el futuro” - Dijo para sus adentros. Y como ya había ocurrido antes, la paja se iba convirtiendo en oro a medida que el extraño ser la hilaba.

Cuando el rey entró en la habitación, sus ojos brillaron más aún que el oro que estaba contemplando, y convocó a sus súbditos para la celebración de los esponsales.

Vivieron ambos felices y al cabo de una año, tuvieron un precioso retoño. La ahora reina había olvidado el incidente con la rueca, la paja, el oro y el enano, y por eso se asustó enormemente cuando una noche apareció el duende saltarín reclamando su recompensa.

- Por favor, enano, por favor, ahora poseo riqueza, te daré todo lo que quieras.
- ¿Cómo puedes comparar el valor de una vida con algo material? Quiero a tu hijo - exigió el desaliñado enano. Pero tanto rogó y suplicó la mujer, que conmovió al enano: - Tienes tres días para averiguar cuál es mi nombre, si lo aciertas, dejaré que te quedes con el niño.

Por más que pensó y se devanó los sesos la molinerita para buscar el nombre del enano, nunca acertaba la respuesta correcta. Al tercer día, envió a sus exploradores a buscar nombres diferentes por todos los confines del mundo. De vuelta, uno de ellos contó la anécdota de un duende al que había visto saltar a la puerta de una pequeña cabaña cantando: - “Yo sólo tejo, a nadie amo y Rumpelstilzchen me llamo”


Cuando volvió el enano la tercera noche, y preguntó su propio nombre a la reina, ésta le contestó: - ¡Te llamas Rumpelstilzchen! - ¡No puede ser! - gritó él -
¡No lo puedes saber! ¡Te lo ha dicho el diablo! - Y tanto y tan grande fue su enfado, que dio una patada en el suelo que le dejó la pierna enterrada hasta la mitad, y cuando intentó sacarla, el enano se partió por la mitad.

sábado, 29 de mayo de 2010

El granjero y el tokaebi


Los monstruos tokaebi son originarios de Corea. Son grandes y feos y siempre están incordiando a las personas. ¿Queréis saber qué hicieron esta vez?

Hace mucho tiempo en Corea, vivía un granjero con su esposa. Una noche, mientras comían arroz y kimchee en su humilde cocina oyeron unos unos gritos y notaron cómo la tierra temblaba.
Con mucho miedo, abrieron la puerta y vieron unos monstruos tokaebi. Estaban bailando, gritando y peleándose delante de su casa. El granjero se armó de valor y dijo:

- "Salid de aquí, ésta es nuestra casa"
- "Ja, ja, ja"- se rió el tokaebi más grande- ¡Ésta ya no es tu casa, es nuestra casa!".

El granjero volvió a decirles que se fueran porque ésa era su tierra, pero los monstruos tokaebi se rieron de él, pero finalmente, el jefe de los monstruos Tokaebi se le ocurrió una idea.

- Veamos, granjero, tú dices que esta tierra es tuyo y yo digo que es nuestra. Te propongo hacer un concurso. Quién gane, se queda la casa y quien pierda, se va.

Aunque al granjero le pareció muy injusto porque la casa era suya, no le quedó más remedio que aceptar la proposición del tokaebi pero con la condición de que cada uno de ellos creara una prueba del concurso.
El tokaebi más grande, se lo pensó un momento y acariciando sus cuernos dijo:

-"¿Cuántos boles se necesitarían para vaciar el mar?"
El granjero se miró al Tokaebi y después de pensar un rato dijo:
- "Depende del tamaño del bol. Si tienes un bol enorme y del tamaño del mar, sólo necesitarías un bol. Si tienes un bol de la mitad del tamaño del mar, necesitarías dos."
El tokaebi se enfadó porque el granjero había respondido sabiamente. Y esperó la pregunta del granjero.
El granjero se puso en el umbral de su puerta con un pie dentro y un pie fuera. Entoces preguntó al tokaebi:
- "¿Estoy entrando o estoy saliendo?"

El tokaebi le miró furioso porque cualquier respuesta sería incorrecta. Así que él y el resto de tokaebis se fueron a regañadientes. ¡El granjero les había ganado!

viernes, 28 de mayo de 2010

El ciervo, la tortuga y el pájaro





Muchas veces uno solo no puede hacerlo todo y necesita la ayuda de sus amigos. Descubre cómo el ciervo, la tortuga y el pájaro se ayudan los unos a los otros para salvarse de un cazador.


Había una vez tres amigos: un ciervo, una tortuga y un pájaro.

Un día, mientras caminaba por el bosque, el ciervo quedó enredado en una red que había colocado un cazador. El ciervo intentó deshacerse de la red, pero al ver que él solo no podía, pidió ayuda a su amiga la tortuga. Ésta se dirigió donde estaba el ciervo atrapado, y empezó a roer las cuerdas una a una para liberarlo.

La tortuga, concentrada en roer las cuerdas, no se dio cuenta de que estaba amaneciendo, pero el cazador, que ya se había despertado, salió de su casa con el arco preparado para ir a recoger a su presa. El pájaro, que lo había visto todo, se puso a revolotear por encima de la cabeza del cazador para distraerle, y así darle tiempo a la tortuga para liberar totalmente al ciervo.

Cuando el cazador llegó al sitio donde había colocado la red y vio que estaba rota y vacía, se enfadó tanto que se dispuso a dispararle una flecha al pájaro. Pero en ese momento, la tortuga le mordió un dedo del pie y el pájaro pudo escapar. Entonces, el cazador cogió a la tortuga, la metió en su bolsa y se fue.

A mitad de camino, al cazador le entró hambre y se sentó bajo un árbol a comer. Aprovechando que estaba distraído, el ciervo se acercó por detrás sin hacer ruido y, muy despacio, levantó la bolsa donde estaba la tortuga con sus cuernos y huyó lejos del cazador, donde el pájaro ya los estaba esperando. En cuanto llegaron, el pájaro se lanzó encima de la bolsa y empezó a picotearla hasta que consiguió liberar a la tortuga.

Y así fue como, ayudándose unos a otros, consiguieron salvarse los tres amigos

jueves, 27 de mayo de 2010

miércoles, 26 de mayo de 2010

El príncipe Danilo


Érase una princesa que tenía un hijo y una hija; los dos eran sanos y guapísimos. Un día vino a visitarla una vieja bruja, que se puso a alabar a los niños, y al despedirse, dijo:

-Querida amiga mía: he aquí un anillo; ponlo en el dedo de tu hijo, porque le traerá suerte y siempre será rico y feliz; pero que tenga cuidado de no perderlo y de no casarse más que con la joven a la que el anillo se le ajuste exactamente.

La princesa agradeció mucho el regalo, no sospechando la mala intención de la bruja, y al llegar la hora de su muerte legó a su hijo el anillo, obligándose a casarse con la joven a la cual éste se le ajustase exactamente.

Así transcurrieron unos cuantos años, y el príncipe cada día era más fuerte y guapo.

Al fin llegó a la edad de casarse; púsose en busca de novia. Primero le gustó una, luego se enamoró de otra; pero a ninguna le venía bien el anillo; o era demasiado grande o demasiado pequeño.

Viajó de una ciudad a otra, de un pueblo a otro de su reino e hizo ensayar el anillo a todas las jóvenes; pero no logró encontrar a su prometida y volvió a casa triste y pensativo.

-¿En qué estás pensando, hermanito?¿Por qué estás tan triste? -le preguntó su hermana.

Éste le contó su desgracia.

-Pero ¿cómo es ese anillo maravilloso que no hay joven a quien le sirva? -exclamó la hermana-. Déjame ensayarlo.

Se lo puso, y le entró tan justamente como si hubiese sido hecho de propósito para su manita.

El príncipe, viendo brillar el anillo en el dedo de su hermana, exclamó con júbilo:

-¡Oh hermanita! ¡Tú eres mi prometida! Me casaré contigo.

-¿Has perdido el juicio? ¿Quién sería capaz de casarse con su propia hermana? Dios te castigaría.
P
ero el príncipe no hacía caso de estas palabras y, saltando de alegría, le ordenó que se preparase para la boda.

La pobre joven salió de la habitación llorando desconsoladamente, se sentó en el umbral de la puerta y sus lágrimas corrieron en abundancia. Pasaban por allí dos ancianos, y la joven los invitó a entrar en palacio para darles de comer. Ellos le preguntaron la causa de su desconsuelo y la joven les contó la desgracia que le ocurría.

-No llores ni te entristezcas, hijita -le dijeron los ancianos-. Ve a tu habitación, haz cuatro muñecas, ponlas en los cuatro rincones del cuarto, y cuando tu hermano te llame para que vayas con él a la iglesia contéstale así: «Voy en seguida; pero no te muevas».

Los ancianos se marcharon y el príncipe, poniéndose su traje de gala, llamó a su hermana para que fuese con él a casarse. Ella le contestó:

-¡Voy en seguida, hermanito! ¡Tengo que ponerme los zapatitos!

Y las muñecas, sentadas en los cuatro rincones de la habitación, contestaron a coro:
-¡Cucú, príncipe Danilo! ¡Cucú, hermoso! El hermano quiere casarse con la hermana.
¡Que se abra la tierra y se hunda la hermana!
La tierra empezó a abrirse y la joven empezó a hundirse poco a poco. El príncipe llamó por segunda vez:

-¡Hermana, vamos a casarnos!

-¡En seguida, hermanito! Estoy atándome la faja.

Las muñecas cantaron otra vez:
-¡Cucú, príncipe Danilo! ¡Cucú, hermoso! El hermano quiere casarse con la hermana. ¡Que se abra la tierra y se hunda la hermana!
La joven seguía hundiéndose y ya sólo se le veía la cabeza. El príncipe llamó por tercera vez:

-¡Hermana, vamos a casarnos!

-En seguida, hermanito. Estoy poniéndome los pendientes.
Las muñecas siguieron cantando hasta que la joven desapareció en las profundidades de la tierra.

El príncipe llamó aún con más insistencia; pero viendo que no le contestaban se enfadó, dio un empujón a la puerta, que se abrió con estrépito, y entrando en la habitación vio que su hermana había desaparecido. En los cuatro rincones del cuarto estaban sentadas las cuatro muñecas, que seguían cantando:

-¡Que se abra la tierra y se hunda la hermana!

Entonces Danilo, cogiendo un hacha, les cortó las cabezas y las echó al horno.

Entretanto, la joven princesa se encontró en un país subterráneo; siguió un camino, y después de andar un largo rato llegó frente a una cabaña, puesta sobre patas de gallina, que giraba continuamente.

-¡Cabaña, cabañita! ¡Ponte con la espalda hacia el bosque y con la entrada hacia mí! -exclamó la joven.

La cabaña se paró y la puerta se abrió. En el interior estaba sentada una joven hermosísima que bordaba, con oro y plata, unos dibujos admirables en una preciosa toalla. Al ver a la inesperada visitante la acogió cariñosamente y luego le dijo suspirando:

-¿Por qué has venido aquí, corazoncito mío? Aquí vive la terrible bruja Baba-Yaga, que tiene las piernas de madera; en este momento no está en casa, pero cuando venga ¡pobre de ti!

La joven princesa se asustó mucho al oír tales palabras; pero como no sabía dónde ir, se sentaron las dos a bordar en la toalla, hablando entre sí mientras trabajaban.

De repente oyeron un tremendo ruido, y comprendiendo que era Baba-Yaga que volvía a casa, la hermosa bordadora transformó a la joven princesa en una aguja, la escondió en la escoba y puso ésta en un rincón. Apenas había tenido tiempo de acabar estas operaciones cuando la bruja apareció en la puerta.

-¡Qué asco! -exclamó husmeando el aire-. ¡Aquí huele a carne humana!

-Nada de extraño tiene, abuelita -le contestó la joven bordadora-. Hace poco pasaron por aquí unos transeúntes y entraron a beber agua.

-¿Por qué no los has invitado a quedarse aquí?

-Es que eran ya viejos, abuela; no estaban para tus dientes.


-Bueno; pero en adelante no te olvides de invitar a todos a entrar en casa y no dejar que ninguno se marche -dijo Baba-Yaga, y se marchó al bosque.

Las jóvenes se volvieron a sentar a bordar en la toalla, charlando y riendo. De pronto la bruja apareció otra vez, y fue tan rápida su llegada, que la joven princesa apenas tuvo tiempo de esconderse en la escoba. Baba-Yaga husmeó el aire de la cabaña y exclamó:

-Me parece percibir olor de carne humana.

-Sí, abuela. Han entrado aquí unos ancianos para calentarse un ratito; les supliqué que se quedasen más tiempo, pero no quisieron.

La bruja, que tenía mucha hambre, se enfadó, regañó a la joven y se fue gruñendo. La princesa salió de la escoba y ambas se pusieron a bordar la toalla, y mientras trabajaban buscaban un medio de librarse de la bruja, huyendo de la cabaña. No tuvieron tiempo de decidir nada porque, de repente, Baba-Yaga apareció delante de ellas, sorprendiéndolas de improviso.

-¡Qué asco! Huele a carne humana -exclamó furiosa.

-Pues, abuelita, aquí te están esperando.

La joven princesa levantó los ojos, y al ver a la espantosa Baba-Yaga, con sus piernas de madera y su nariz que más bien parecía una trompa, se quedó como petrificada.

-¿Por qué no trabajáis? -gritó a las jóvenes, y les ordenó traer leña y encender el horno.

Ellas trajeron leña de roble y de arce y encendieron el horno, que pronto estuvo ardiendo.

Entonces la bruja, cogiendo una gran pala, dijo a la joven princesa.

-Siéntate, hermosa, en la pala.

La joven se sentó y la bruja intentó meterla en el horno; pero la princesa puso un pie en la boca y el otro en la estufa.

-¿Cómo es eso, joven? ¿No sabes cómo debes estar sentada? ¡Siéntate como es menester!

La princesa se sentó bien, y la bruja quiso meterla en el horno; pero ella volvió a poner un pie en la boca y el otro en la estufa. La bruja se enfadó, le hizo bajar de la pala, gritándole:

-¿Estás divirtiéndote, hermosa? Hay que estarse quieta; mira cómo me siento yo.

Se sentó en la paleta, estrechó sus piernas, y las jóvenes, cogiendo la pala, la metieron rápidamente en el horno, cerraron la puerta atrancándola con unos troncos, taparon bien todas las junturas, y hecho esto huyeron de la maldita cabaña, llevándose consigo la toalla bordada, un cepillo y un peine.
Corrieron, corrieron; pero cuando miraron atrás vieron que la bruja las perseguía silbando:

-¡Hola!¡Ahora no os escaparéis!

Tiraron el cepillo y creció un juncal tan espesísimo que ni a una culebra le hubiese sido posible atravesarlo. La bruja, sin embargo, cavó con sus uñas, hizo una veredita y echó a correr tras las fugitivas.

¿Dónde esconderse? Tiraron el peine y creció un bosque frondoso y espesísimo; ni siquiera una mosca hubiera podido atravesarlo. La bruja afiló sus dientes y se puso a arrancar de la tierra los árboles con sus raíces, lanzándolos por todas partes; pronto se abrió un camino y continuó la persecución.

Ya estaba cerca, muy cerca; a las pobres muchachas, de tanto correr, les faltaba el aliento. Entonces tiraron la toalla bordada de oro y se formó un mar de fuego ancho y profundo. La bruja subió por el aire intentando volar por encima; pero cayó en el fuego y pereció.

Las dos jóvenes, viéndose fuera de peligro, como estaban cansadas, se sentaron en un jardín. Éste pertenecía al príncipe Danilo. Un servidor del príncipe las vio y anunció a su señor que en su jardín había dos jóvenes de belleza incomparable.

-Una de ellas -le dijo- debe ser tu hermana; pero son tan parecidas que es imposible saber cuál de las dos es.

El príncipe las invitó a entrar en su palacio, y en seguida comprendió que una de las dos era su hermana; pero ¿cómo saber cuál de las dos si ella misma no lo decía?
-Escúchame -dijo el servidor al príncipe-. Coge la vejiga de un cordero, llénala de sangre y átatela debajo del brazo; yo, fingiendo ser un malhechor, simularé que te doy una puñalada. Cuando tu hermana te vea derramando sangre, en seguida se dará a conocer. Danilo aceptó este recurso y así lo hicieron.

Cuando el criado dio una puñalada al príncipe y éste cayó al suelo bañado en sangre, la hermana se lanzó sobre él para socorrerlo, llorando y exclamando:

-¡Oh hermano mío querido!

Danilo se puso en pie, abrazó a su hermana y el mismo día la casó con un noble honrado y bueno; luego probó el anillo a la amiguita de su hermana, y viendo que le servía perfectamente, se casó con ella y todos vivieron felices y contentos.

martes, 25 de mayo de 2010

El regalo que no se ve

Sera que la filosofia oriental tiene respuesta para todo. Pero estoy encontrando las historias más bonitas, reales y especiales,provinentes de esas tierras lejanas.


Hace tiempo, un hombre castigó a su hija de tres años por desperdiciar un rollo de papel dorado para envolver regalos. El dinero venía escaso en esos días, por eso explotó de furia cuando vio a la pequeña tratando de envolver una caja.


A la mañana siguiente, la niña regaló a su padre la cajita envuelta y le dijo: "Esto es para ti, papi".
Él se sintió avergonzado, pero cuando abrió el paquete y lo encontró vacío, gritó con ira: "¿Acaso no sabes que cuando se hace un regalo se supone que debe haber algo dentro?".


La pequeña miró hacia arriba y, con lágrimas en los ojos, dijo: "¡Pero, papá, no está vacía!. ¡Yo metí besos para ti!".

El padre se sitió muy mal, abrazó a su hija y le suplicó que le perdonara.

Dicen que el hombre guardó ese regalo dorado cerca de su cama durante muchos años, y que siempre que se derrumbaba, tomaba de ella un beso y recordaba el amor que su hija había depositado dentro.

De alguna forma, cada uno de nosotros hemos recibido algún obsequio de amor incondicional de nuestros hijos, amigos, familia...

Nadie podrá tener jamás una propiedad más grande y hermosa que esa.

lunes, 24 de mayo de 2010

Cómo nacieron los Pirineos

Hoy he echo el examen, el cuál este blog era el trabajo.
Y aunque ya entregue, ire colgando más historias, cuentos, leyendas solamente por el gusto de conocer más.

Hoy una historia de cerca,
Cómo nacieron los Pirineos

Cuentan que Pyrene fue una bellísima ninfa, diosa de las aguas y los manantiales,que
acostumbraba a descansar a la orilla de un lago tranquilo.Y dicen que mientras los
ruiseñores cantaban a su alrededor, ella miraba reflejada en las cristalinas aguas y
acariciaba dulcemente sus largos y rubios cabellos.



La paz y la calma llenaban la vida de Pyrene que, de vez en cuando, se sobresaltaba por las voces y el escándalo que formaban unos gigantes que vivían en las altas
montañas.

Ella sabía que aquellos monstruos salvajes querían destruir la tranquilidad de su valle. Pero al mismo tiempo se sentía segura porque un frondoso bosque
impedía que sus enemigos se acercaran.

Un día unas nubes grises y oscuras amenazaron con descargar una tormenta de rayos y truenos, pero los malvados gigantes los agarraron con sus enormes manos y los arrojaron sobre el bosque que les separaba de Pyrene.
Inmediatamente comenzaron a arder todos los árboles y la maleza se convirtió en llamas, sin que Pyrene pudiera evitarlo.

La noticia llegó hasta los oídos de Zeus, dios de los dioses, que mandó a su hijo
Hércules para que sofocara el incendio y rescatara a Pyrene del infierno. El hijo
obedeció a su papá y llevó a la ninfa junto al mar para que pudiera descansar y se
recuperase.

-Pyrene, aquí estarás a salvo. Y Hércules regresó al valle para acabar con los
malévolos gigantes.

- Tu valle se ha convertido en cenizas pero yo buscaré otro para ti -le dijo al regresar a su lado.
-No. Yo sólo amo a mi valle y quiero regresar a él - respondió la diosa.

Pero allí no había pájaros, ni flores, ni mariposas, ni árboles... todo había sido
destruido por el fuego. Incluso el manantial arrastraba las cenizas y sus aguas no eran cristalinas.Pyrene no pudo soportar aquel desastre y murió de pena al contemplar su valle deshecho.

Hércules recogió el cuerpo de la diosa para llevarlo a lo más alto de las cumbres y paraque nunca fuera olvidada levantó allí el más hermoso de los monumentos: una gran
cordillera montañosa que separaba España de Francia. Y en su honor la llamó: Pirineos

domingo, 23 de mayo de 2010

La princesa y el guisante





Hans Christian Andersen

sábado, 22 de mayo de 2010

La tetera magica


A veces las cosas pueden ser más de lo que parecen... ¡Sobretodo si os encontrais con las habilidades para disfrazarse de un tejón!

Habia una vez un monje al que le gustaba mucho beber té. Un día, en una tienda de objetos de segunda mano, descubrió una hermosa marmita de hierro de las que se utilizan para hervir el agua cuando se prepara el té. Era una marmita muy vieja y oxidada, pero pudo ver su belleza bajo la herrumbre. Por lo tanto, la compró y la llevó a su templo, y después de pulirla llamó a sus tres jóvenes alumnos que vivían en el templo.

- Miren que bella marmita compré hoy - les dijo - ahora, herviré agua en ella y prepararé un delicioso té para nosotros.

Colocó la marmita sobre un brasero y todos se sentaron alrededor a esperar que el agua hirviera. La marmita empezó a calentarse y calentarse y, de pronto, sucedió algo muy extraño: la marmita formó la cabeza de un tejón y una cola tupida de tejón, así como cuatro pequeñas patas de tejón.

- ¡Ouch! ¡Está caliente! - gritó la marmita - ¡Me estoy quemando, me estoy quemando! - Con esas palabras, la marmita saltó fuera del fuego y empezó a correr por la habitación sobre sus cuatro pequeñas patas de tejón.

El viejo monje estaba muy sorprendido, pero no quería perder su marmita.
- Rápido! ¡Rápido! - dijo a sus alumnos.- No dejen que se escape. ¡Atrápenla!

Los tres se fueron persiguiendo a la marmita. Cuando finalmente la atraparon, la cabeza de tejón, la cola tupida de tejón y las cuatro pequeñas patas de tejón habian desaparecido y era de nuevo una marmita común.

- Esto es muy extraño - opinó el monje.- Con seguridad es una tetera embrujada. No queremos nada como eso aquí en el templo. Debemos desecharla.

En ese momento, un ropavejero pasó por el templo. El monje tomó la marmita, se la mostró y dijo:
- Esta es una vieja marmita de hierro, se la venderé muy barata, señor ropavejero. Sólo deme lo que piense que vale.

El ropavejero pesó la marmita en su báscula manual y se la compró al monje a un precio muy bajo. Se fue a casa silbando, contento por haber encontrado esa ganga.
Esa noche, el ropavejero se fue a dormir y toda la casa estaba en silencio. De pronto, una voz dijo:
- Señor ropavejero. ¡Oh, señor ropavejero!"

El ropavejero abrió los ojos y preguntó: "¿Quién me llama?" Encendió una vela.

Vio la marmita, de pie junto a su almohada, con la cabeza de tejón, la cola tupida de tejón y las cuatro pequeñas patas de tejón. El ropavejero se sorprendió mucho y preguntó:
- ¿No eres la marmita que le compré hoy al monje?
- Si, ésa soy yo - respondió la marmita - Sin embargo, no soy una marmita común. En realidad, son un tejón disfrazado y mi nombre es Bumbuku, que significa "Buena Suerte". Ese monje viejo y malo me colocó sobre el fuego y me quemó, por eso huí de él. Sin embargo, si me tratas con amabilidad, me alimentas bien y nunca me pones sobre el fuego, me quedaré contigo y te ayudaré a hacer tu fortuna.

- Esto es muy extraño - opinó el ropavejero - ¿como puedes ayudarme a hacer mi fortuna?

- Puedo hacer toda clase de trucos maravillosos - aseguró la marmita y movió su tupida cola de tejón - Lo único que tienes que hacer es ponerme en un espectáculo y vender boletos a la gente que desee verme hacer mis trucos.

El ropavejero pensó que ésa era una idea espléndida. Al dia siguiente, construyó un teatro pequeño en su patio y colocó un letrero grande que decía: "Bumbuku, la tetera mágica de la buena suerte y sus extraordinarios trucos.

Cada día, iba más y más gente a ver a Bumbuku. El ropavejero vendía los boletos al frente y luego, cuando el teatro estaba lleno, entraba y empezaba a tocar un tambor.

Bumbuku salía, bailaba y hacía toda clase de acrobacias. No obstante, el truco que más gustaba a la gente era cuando Bumbuku caminaba sobre una cuerda tensa, con una sombrilla de papel en una mano y un abanico en la otra. La gente pensaba que eso era maravilloso y le aplaudía mucho. Después de la función de cada día, el ropavejero daba a Bumbuku deliciosos pastelillos de arroz para que se los comiera.

El ropavejero vendió tantos boletos que finalmente se volvió sumamente rico. Un dia, le dijo a Bumbuku:
- Con seguridad te cansas mucho haciendo estos trucos todos los días. Ahora tengo el dinero que necesito. Por lo tanto, ¿por qué no te llevo al templo, donde puedes vivir con mucha tranquilidad?
- Bueno - respondió Bumbuku.- Estoy un poco cansado y me gustaría vivir tranquilamente en el templo. Sin embargo, ese anciano monje puede colocarme de nuevo sobre el fuego y tal vez nunca me dé esos deliciosos pastelillos de arroz.
- Deja todo en mis manos - pidió el ropavejero.

A la mañana siguiente, el ropavejero llevó a Bumbuku al templo, junto con una gran cantidad de dinero y algunos de los pastelillos de arroz favoritos del tejón.

Cuando llegaron al templo, el ropavejero explicó al monje lo que había sucedido y le dió el dinero para el templo. Luego preguntó:

- Permitirá que Bumbuku viva aquí con tranquilidad para siempre, lo alimentará siempre con pastelillos de arroz como estos que traje y no volverá a colocarlo sobre el fuego?

- Así lo haré - aseguró el monje - Ocupará el lugar de honor en la casa del tesoro del templo. En realidad, es una marmita mágica de buena suerte y nunca la habría colocado sobre el fuego, de haberlo sabido.

El monje llamó a sus alumnos. Colocaron la marmita en un pedestal de madera y los pastelillos de arroz en otro. El monje cargó un pedestal y el ropavejero el otro y, con los tres alumnos siguiéndolos, llevaron con cuidado a Bumbuku a la casa del tesoro y colocaron los pastelillos de arroz a su lado.

Cuentan que Bumbuku aún está hoy en día en la casa del tesoro del templo, donde es muy feliz. Aún le dan deliciosos pastelillos de arroz todos los días para que se los coma y nunca, nunca, lo colocan sobre el fuego.

viernes, 21 de mayo de 2010

Hansel y Gretel

Cuento de origen aleman. De los hermanos Grimm. Versionado y reversionado, ya que se ha convertido en uno de los cuentos populares, tradicionales,más conocidos de toda la vida.



Junto a un bosque muy grande vivía un pobre leñador con su mujer y dos hijos; el niño se llamaba Hänsel, y la niña, Gretel. Apenas tenían qué comer, y en una época de carestía que sufrió el país, llegó un momento en que el hombre ni siquiera podía ganarse el pan de cada día. Estaba el leñador una noche en la cama, cavilando y revolviéndose, sin que las preocupaciones le dejaran pegar el ojo; finalmente, dijo, suspirando, a su mujer:

- ¿Qué va a ser de nosotros? ¿Cómo alimentar a los pobres pequeños, puesto que nada nos queda?

- Se me ocurre una cosa -respondió ella-. Mañana, de madrugada, nos llevaremos a los niños a lo más espeso del bosque. Les encenderemos un fuego, les daremos un pedacito de pan y luego los dejaremos solos para ir a nuestro trabajo. Como no sabrán encontrar el camino de vuelta, nos libraremos de ellos.

- ¡Por Dios, mujer! -replicó el hombre-. Eso no lo hago yo. ¡Cómo voy a cargar sobre mí el abandonar a mis hijos en el bosque! No tardarían en ser destrozados por las fieras.

- ¡No seas necio! -exclamó ella-. ¿Quieres, pues, que nos muramos de hambre los cuatro? ¡Ya puedes ponerte a aserrar las tablas de los ataúdes! -. Y no cesó de importunarle hasta que el hombre accedió-. Pero me dan mucha lástima -decía.

Los dos hermanitos, a quienes el hambre mantenía siempre desvelados, oyeron lo que su madrastra aconsejaba a su padre. Gretel, entre amargas lágrimas, dijo a Hänsel:

- ¡Ahora sí que estamos perdidos!

- No llores, Gretel -la consoló el niño-, y no te aflijas, que yo me las arreglaré para salir del paso.

Y cuando los viejos estuvieron dormidos, levantóse, púsose la chaquetita y salió a la calle por la puerta trasera. Brillaba una luna esplendoroso y los blancos guijarros que estaban en el suelo delante de la casa, relucían como plata pura.

Hänsel los fue recogiendo hasta que no le cupieron más en los bolsillos. De vuelta a su cuarto, dijo a Gretel:

- Nada temas, hermanita, y duerme tranquila: Dios no nos abandonará -y se acostó de nuevo.

A las primeras luces del día, antes aún de que saliera el sol, la mujer fue a llamar a los niños:

- ¡Vamos, holgazanes, levantaos! Hemos de ir al bosque por leña-.

Y dando a cada uno un pedacito de pan, les advirtió-: Ahí tenéis esto para mediodía, pero no os lo comáis antes, pues no os daré más. Gretel se puso el pan debajo del delantal, porque Hänsel llevaba los bolsillos llenos de piedras, y emprendieron los cuatro el camino del bosque. Al cabo de un ratito de andar, Hänsel se detenía de cuando en cuando, para volverse a mirar hacia la casa. Dijo el padre:

- Hänsel, no te quedes rezagado mirando atrás, ¡atención y piernas vivas!

- Es que miro el gatito blanco, que desde el tejado me está diciendo adiós -respondió el niño.

Y replicó la mujer:

- Tonto, no es el gato, sino el sol de la mañana, que se refleja en la chimenea.

Pero lo que estaba haciendo Hänsel no era mirar el gato, sino ir echando blancas piedrecitas, que sacaba del bolsillo, a lo largo del camino. Cuando estuvieron en medio del bosque, dijo el padre:

- Recoged ahora leña, pequeños, os encenderé un fuego para que no tengáis frío.

Hänsel y Gretel reunieron un buen montón de leña menuda. Prepararon una hoguera, y cuando ya ardió con viva llama, dijo la mujer:

- Poneos ahora al lado del fuego, chiquillos, y descansad, mientras nosotros nos vamos por el bosque a cortar leña. Cuando hayamos terminado, vendremos a recogeros.

Los dos hermanitos se sentaron junto al fuego, y al mediodía, cada uno se comió su pedacito de pan. Y como oían el ruido de los hachazos, creían que su padre estaba cerca. Pero, en realidad, no era el hacha, sino una rama que él había atado a un árbol seco, y que el viento hacía chocar contra el tronco. Al cabo de mucho rato de estar allí sentados, el cansancio les cerró los ojos, y se quedaron profundamente dormidos.

Despertaron, cuando ya era noche cerrada. Gretel se echó a llorar, diciendo:

- ¿Cómo saldremos del bosque?
Pero Hänsel la consoló:

- Espera un poquitín a que brille la luna, que ya encontraremos el camino.

Y cuando la luna estuvo alta en el cielo, el niño, cogiendo de la mano a su hermanita, guiose por las guijas, que, brillando como plata batida, le indicaron la ruta. Anduvieron toda la noche, y llegaron a la casa al despuntar el alba. Llamaron a la puerta y les abrió la madrastra, que, al verlos, exclamó:

- ¡Diablo de niños! ¿Qué es eso de quedarse tantas horas en el bosque? ¡Creíamos que no queríais volver!

El padre, en cambio, se alegró de que hubieran vuelto, pues le remordía la conciencia por haberlos abandonado. Algún tiempo después hubo otra época de miseria en el país, y los niños oyeron una noche cómo la madrastra, estando en la cama, decía a su marido:

- Otra vez se ha terminado todo; sólo nos queda media hogaza de pan, y sanseacabó. Tenemos que deshacernos de los niños. Los llevaremos más adentro del bosque para que no puedan encontrar el camino; de otro modo, no hay salvación para nosotros.

Al padre le dolía mucho abandonar a los niños, y pensaba: «Mejor harías partiendo con tus hijos el último bocado». Pero la mujer no quiso escuchar sus razones, y lo llenó de reproches e improperios. Quien cede la primera vez, también ha de ceder la segunda; y, así, el hombre no tuvo valor para negarse. Pero los niños estaban aún despiertos y oyeron la conversación. Cuando los viejos se hubieron dormido, levantóse Hänsel con intención de salir a proveerse de guijarros, como la vez anterior; pero no pudo hacerlo, pues la mujer había cerrado la puerta. Dijo, no obstante, a su hermanita, para consolarla:

- No llores, Gretel, y duerme tranquila, que Dios Nuestro Señor nos ayudará.

A la madrugada siguiente se presentó la mujer a sacarlos de la cama y les dio su pedacito de pan, más pequeño aún que la vez anterior. Camino del bosque, Hänsel iba desmigajando el pan en el bolsillo y, deteniéndose de trecho en trecho, dejaba caer miguitas en el suelo.

- Hänsel, ¿por qué te paras a mirar atrás? -preguntóle el padre-. ¡Vamos, no te entretengas!

- Estoy mirando mi palomita, que desde el tejado me dice adiós.

- ¡Bobo! -intervino la mujer-, no es tu palomita, sino el sol de la mañana, que brilla en la chimenea.

Pero Hänsel fue sembrando de migas todo el camino. La madrastra condujo a los niños aún más adentro del bosque, a un lugar en el que nunca había estado. Encendieron una gran hoguera, y la mujer les dijo:

- Quedaos aquí, pequeños, y si os cansáis, echad una siestecita. Nosotros vamos por leña; al atardecer, cuando hayamos terminado, volveremos a recogemos.

A mediodía, Gretel partió su pan con Hänsel, ya que él había esparcido el suyo por el camino. Luego se quedaron dormidos, sin que nadie se presentara a buscar a los pobrecillos; se despertaron cuando era ya de noche oscura. Hänsel consoló a Gretel diciéndole:

- Espera un poco, hermanita, a que salga la luna; entonces veremos las migas de pan que yo he esparcido, y que nos mostrarán el camino de vuelta.

Cuando salió la luna, se dispusieron a regresar; pero no encontraron ni una sola miga; se las habían comido los mil pajarillos que volaban por el bosque. Dijo Hänsel a Gretel:

- Ya daremos con el camino -pero no lo encontraron.

Anduvieron toda la noche y todo el día siguiente, desde la madrugada hasta el atardecer, sin lograr salir del bosque; sufrían además de hambre, pues no habían comido más que unos pocos frutos silvestres, recogidos del suelo. Y como se sentían tan cansados que las piernas se negaban ya a sostenerlos, echáronse al pie de un árbol y se quedaron dormidos.

Y amaneció el día tercero desde que salieron de casa. Reanudaron la marcha, pero cada vez se extraviaban más en el bosque. Si alguien no acudía pronto en su ayuda, estaban condenados a morir de hambre.

Pero he aquí que hacia mediodía vieron un hermoso pajarillo, blanco como la nieve, posado en la rama de un árbol; y cantaba tan dulcemente, que se detuvieron a escucharlo. Cuando hubo terminado, abrió sus alas y emprendió el vuelo, y ellos lo siguieron, hasta llegar a una casita, en cuyo tejado se posó; y al acercarse vieron que la casita estaba hecha de pan y cubierta de bizcocho, y las ventanas eran de puro azúcar.

- ¡Mira qué bien! -exclamó Hänsel-, aquí podremos sacar el vientre de mal año. Yo comeré un pedacito del tejado; tú, Gretel, puedes probar la ventana, verás cuán dulce es.

Se encaramó el niño al tejado y rompió un trocito para probar a qué sabía, mientras su hermanita mordisqueaba en los cristales. Entonces oyeron una voz suave que procedía del interior: «¿Será acaso la ratita la que roe mi casita?» Pero los niños respondieron: «Es el viento, es el viento que sopla violento». Y siguieron comiendo sin desconcertarse. Hänsel, que encontraba el tejado sabrosísimo, desgajó un buen pedazo, y Gretel sacó todo un cristal redondo y se sentó en el suelo, comiendo a dos carrillos.

Abrióse entonces la puerta bruscamente, y salió una mujer viejísima, que se apoyaba en una muleta. Los niños se asustaron de tal modo, que soltaron lo que tenían en las manos; pero la vieja, meneando la cabeza, les dijo:



- Hola, pequeñines, ¿quién os ha traído? Entrad y quedaos conmigo, no os haré ningún daño.

Y, cogiéndolos de la mano, los introdujo en la casita, donde había servida una apetitosa comida: leche con bollos azucarados, manzanas y nueces. Después los llevó a dos camitas con ropas blancas, y Hänsel y Gretel se acostaron en ellas, creyéndose en el cielo. La vieja aparentaba ser muy buena y amable, pero, en realidad, era una bruja malvada que acechaba a los niños para cazarlos, y había construido la casita de pan con el único objeto de atraerlos. Cuando uno caía en su poder, lo mataba, lo guisaba y se lo comía; esto era para ella un gran banquete. Las brujas tienen los ojos rojizos y son muy cortas de vista; pero, en cambio, su olfato es muy fino, como el de los animales, por lo que desde muy lejos ventean la presencia de las personas.

Cuando sintió que se acercaban Hänsel y Gretel, dijo para sus adentros, con una risotada maligna: «¡Míos son; éstos no se me escapan!».

Levantóse muy de mañana, antes de que los niños se despertasen, y, al verlos descansar tan plácidamente, con aquellas mejillitas tan sonrosadas y coloreadas, murmuró entre dientes: «¡Serán un buen bocado!». Y, agarrando a Hänsel con su mano seca, llevólo a un pequeño establo y lo encerró detrás de una reja. Gritó y protestó el niño con todas sus fuerzas, pero todo fue inútil. Dirigióse entonces a la cama de Gretel y despertó a la pequeña, sacudiéndola rudamente y gritándole:

- Levántate, holgazana, ve a buscar agua y guisa algo bueno para tu hermano; lo tengo en el establo y quiero que engorde. Cuando esté bien cebado, me lo comeré.

Gretel se echó a llorar amargamente, pero en vano; hubo de cumplir los mandatos de la bruja. Desde entonces a Hänsel le sirvieron comidas exquisitas, mientras Gretel no recibía sino cáscaras de cangrejo. Todas las mañanas bajaba la vieja al establo y decía:

- Hänsel, saca el dedo, que quiero saber si estás gordo.

Pero Hänsel, en vez del dedo, sacaba un huesecito, y la vieja, que tenía la vista muy mala, pensaba que era realmente el dedo del niño, y todo era extrañarse de que no engordara. Cuando, al cabo de cuatro semanas, vio que Hänsel continuaba tan flaco, perdió la paciencia y no quiso aguardar más tiempo:

- Anda, Gretel -dijo a la niña-, a buscar agua, ¡ligera! Esté gordo o flaco tu hermano, mañana me lo comeré.

¡Qué desconsuelo el de la hermanita, cuando venía con el agua, y cómo le corrían las lágrimas por las mejillas! «¡Dios mío, ayúdanos! -rogaba-. ¡Ojalá nos hubiesen devorado las fieras del bosque; por lo menos habríamos muerto juntos!».

- ¡Basta de lloriqueos! -gritó la vieja-; de nada han de servirte.
Por la madrugada, Gretel hubo de salir a llenar de agua el caldero y encender fuego.
- Primero coceremos pan -dijo la bruja-. Ya he calentado el horno y preparado la masa -.

Y de un empujón llevó a la pobre niña hasta el horno, de cuya boca salían grandes llamas.

- Entra a ver si está bastante caliente para meter el pan -mandó la vieja.

Su intención era cerrar la puerta del horno cuando la niña estuviese en su interior, asarla y comérsela también. Pero Gretel le adivinó el pensamiento y dijo:

- No sé cómo hay que hacerlo; ¿cómo lo haré para entrar?

- ¡Habráse visto criatura más tonta! -replicó la bruja-. Bastante grande es la abertura; yo misma podría pasar por ella -y, para demostrárselo, se adelantó y metió la cabeza en la boca del horno.

Entonces Gretel, de un empujón, la precipitó en el interior y, cerrando la puerta de hierro, corrió el cerrojo. ¡Allí era de oír la de chillidos que daba la bruja! ¡Qué gritos más pavorosos! Pero la niña echó a correr, y la malvada hechicera hubo de morir quemada miserablemente. Corrió Gretel al establo donde estaba encerrado Hänsel y le abrió la puerta, exclamando: ¡Hänsel, estamos salvados; ya está muerta la bruja! Saltó el niño afuera, como un pájaro al que se le abre la jaula. ¡Qué alegría sintieron los dos, y cómo se arrojaron al cuello uno del otro, y qué de abrazos y besos!

Y como ya nada tenían que temer, recorrieron la casa de la bruja, y en todos los rincones encontraron cajas llenas de perlas y piedras preciosas.

- ¡Más valen éstas que los guijarros! -exclamó Hänsel, llenándose de ellas los bolsillos.

Y dijo Gretel:
- También yo quiero llevar algo a casa -y, a su vez, se llenó el delantal de
pedrería.

- Vámonos ahora -dijo el niño-; debemos salir de este bosque embrujado -.
A unas dos horas de andar llegaron a un gran río.

- No podremos pasarlo -observó Hänsel-, no veo ni puente ni pasarela.

- Ni tampoco hay barquita alguna -añadió Gretel-; pero allí nada un pato blanco, y si se lo pido nos ayudará a pasar el río -.

Y gritó: «Patito, buen patito mío Hänsel y Gretel han llegado al río. No hay ningún puente por donde pasar; ¿sobre tu blanca espalda nos quieres llevar?». Acercóse el patito, y el niño se subió en él, invitando a su hermana a hacer lo mismo.

- No -replicó Gretel-, sería muy pesado para el patito; vale más que nos lleve uno tras otro.

Así lo hizo el buen pato, y cuando ya estuvieron en la orilla opuesta y hubieron caminado otro trecho, el bosque les fue siendo cada vez más familiar, hasta que, al fin, descubrieron a lo lejos la casa de su padre. Echaron entonces a correr, entraron como una tromba y se colgaron del cuello de su padre. El pobre hombre no había tenido una sola hora de reposo desde el día en que abandonara a sus hijos en el bosque; y en cuanto a la madrastra, había muerto. Volcó Gretel su delantal, y todas las perlas y piedras preciosas saltaron por el suelo, mientras Hänsel vaciaba también a puñados sus bolsillos. Se acabaron las penas, y en adelante vivieron los tres felices. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

jueves, 20 de mayo de 2010

Manco Capac

Leyendas Incas:

En las tierras que se encuentran al norte del lago Titicaca, unos hombres vivían como bestias feroces. No tenían religión, ni justicia, ni ciudades. Estos seres no sabían cultivar la tierra y vivían desnudos. Se refugiaban en cavernas y se alimentaban de plantas, de bayas salvajes y de carne cruda.

Inti, el dios Sol, decidió que había que civilizar estos seres. Le pidió a su hijo Ayar Manco y a su hija Mama Ocllo descender sobre la tierra para construir un gran imperio. Ellos enseñarían a los hombres las reglas de la vida civilizada y a venerar su dios creador, el Sol.

Pero antes, Ayar Manco y Mama Ocllo debían fundar una capital. Inti les confía un bastón de oro diciéndoles esto:
- Desde el gran lago, adonde llegarán, marchen hacia el norte. Cada vez que se detengan para comer o dormir, planten este bastón de oro en el suelo. Allí donde se hunda sin el menor esfuerzo, ustedes construirán Cuzco y dirigirán el Imperio del sol.

La mañana siguiente, Ayar Manco y Mama Ocllo aparecieron entre las aguas del lago Titicaca. La riqueza de sus vestimentas y el brillo de sus joyas hicieron pronto comprender a los hombres que ellos eran dioses. Temerosos, los hombres los siguieron a escondidas.

Ayar Manco y Mama Ocllo se pusieron en marcha hacia el norte. Los días pasaron sin que el bastón de oro se hundiera en el suelo. Una mañana, al llegar a un bello valle rodeado de montañas majestuosas, el bastón de oro se hundió dulcemente en el suelo. Era ahí que había que construir Cuzco, el "ombligo" del mundo, la capital del Imperio del Sol.

Ayar Manco se dirigió a los hombres que los rodeaban y comenzó a enseñarles a cultivar la tierra, a cazar, a construir casas, etc... Mama Ocllo se dirigió a las mujeres y les enseñó a tejer la lana de las llamas para fabricar vestimentas. Les enseñó también a cocinar y a ocuparse de la casa...

Es así que Ayar Manco, devenido Manco Capac, en compañía de su hermana Mama Ocllo se sentó en el trono del nuevo Imperio del Sol. A partir de este día, todos los emperadores Incas, descendientes de Manco Capac, gobernaron su imperio con su hermana devenida en esposa.

miércoles, 19 de mayo de 2010

La vendedora de mangos

Semana pre examenes, con los nervios de estos dias... Que tengo que explicarles.
Pero un ratito para desconectar y dejar volar la imaginación, sienta fenomenal.

Por cierto ¡¡Mucha suerte, compañer@s!!

martes, 18 de mayo de 2010

La gente podía volar


Esta historia era contada entre los esclavos afroamericanos, mucho tiempo antes de que alguien la escribiera.

Ellos afirmaban que esta gente podía volar. En África, hace mucho tiempo, algunos pronunciaban unas palabras mágicas que los hacía elevarse por los aires como cuervos, agitando sus negras alas.


Decían que cuando esta gente fue llevada en barcos como esclavos, tuvieron que replegar sus alas. En aquellas atestadas embarcaciones no había lugar para volar. Y decían también que cuando esta gente fue puesta en los campos,perdieron la libertad de desplegar sus alas. Ni siquiera podían imaginarse volando.

Pero no todos olvidaron las mágicas palabras. Una tarde el sol quemaba tanto, que parecía que les iba a chamuscar el cabello. Habían estado recogiendo algodón desde el amanecer, sin descansar. Sarah, una mujer joven que llevaba a su niño en la espalda, se estaba sintiendo tan agotada, que se desmayó.

“¡Vuelvan al trabajo! No hay tiempo para descansar”, gruñía el capataz.

Todos los demás esclavos pararon para mirarlo. Tambaleante, Sarah se incorporó con su niño en la espalda y comenzó a recoger de nuevo. Pero se cayó otra vez. El capataz le lanzó un latigazo, y Sarah se levantó por segunda vez. De entre las hileras de algodón surgió un anciano que se acercó a Sarah. Miró a ambos lados y luego le dijo algo al oído. Sarah miró en ambos sentidos y pasó el mensaje. El murmullo pasaba de esclavo a esclavo, tan suavemente como una brisa y el capataz nunca lo notó. Los esclavos seguían trabajando.

Pero en eso, el bebé de Sarah empezó a gemir y a llorar y ella se detuvo para calmarlo.El capataz cabalgó hacia ella y en el preciso momento en que iba a descargarle su látigo en la espalda, el anciano gritó esas palabras mágicas, que recordaba de mucho tiempo atrás.

Ante esas palabras, Sarah se empezó a elevar. Abrió los brazos; los sentía como si fuesen alas. Se elevó como un águila sobre el látigo del capataz.
Dando giros con su caballo, el capataz vociferó: “¿Quién gritó? ¿Qué dijo?” Todos los demás esclavos se mantenían callados y seguían trabajando, pero ellos sabían que Sarah había volado hacia la libertad.

El sol quemaba tanto, que otros empezaron a caer. Él iba a estrellar su látigo contra uno de los hombres, pero antes que le cayera, sonó otra vez el grito. El exhausto esclavo se elevó al aire. Entonces el capataz vio a una mujer sentada, hecha un ovillo y alzó su látigo para golpearla. Una vez más se escucharon aquellas palabras mágicas y la mujer levantó vuelo.

Cada vez que un esclavo caía desmayado por el calor, el capataz alzaba su látigo. Pero cada vez que lo hacía, el esclavo se elevaba por los aires. Fue entonces que el capataz vio al anciano, con la boca ya lista para gritar. “¡Agarren a ese viejo!” gritó el capataz, levantando el látigo.

El anciano miró al capataz directo a los ojos. “¡Ahora!” fue todo lo que dijo. Ante esa única palabra, toda la gente hizo una rueda y se tomó de las manos. Recitando las palabras mágicas, todos se elevaron lentamente, volando por encima de los campos, lejos del alcance del capataz.

Dicen que esos esclavos volaron de vuelta al África. Nosotros no lo sabemos, realmente. Pero sí recordamos y aún hoy contamos esta historia a todos aquellos que intentan, en sus corazones y en sus mentes, desplegar sus alas y volar.

lunes, 17 de mayo de 2010

Isondú. La leyenda de las luciérnagas

Isondú fue el hombre más hermoso entre todos los guaraníes. El más alto, el más fuerte, el más hábil. Había que verlo disparando una flecha, remando en la canoa, bailando en las ceremonias de los payés.

Cuando era chico, no había madre en su tevy que, al verlo reírse, no le hiciera una caricia y, cuando le llegó la hora del tembetá ya había muchas indiecitas que querían casarse con él. A todas les gustaban sus manos diestras, su mirada penetrante y su perfume a madera.

Junto con el amor que despertó en tantas muchachas, se despertó también la envidia de los hombres. Los que habían jugado con él sobre las hojas de palmera y más tarde en los claros o en el río ahora le tenían rabia. Por eso prepararon la emboscada.

A Isondú lo esperaron un atardecer. Temprano habían cavado el pozo en el camino y lo habían disimulado bien: ya se sabe que los guaraníes eran especialistas en cazar con trampas, y esta ya estaba lista. Después se sentaron a esperar, y a tomarse la chicha de maíz que habían llevado.

Isondú volvía de la aldea vecina, donde tenía parientes. Venía solo, pensando en una chica que había conocido allí, la única muchacha que estaba seguro de poder querer. Sin duda pronto se casaría con ella, ya se la imaginaba junto a él, con el cuerpo adornado con pinturas y una flor - la orquídea más hermosa que él pudiera encontrar -en su largo pelo negro. Contento y cansado iba por los caminos de la selva, espantándose los mosquitos de tanto en tanto. A él, tan grande y fuerte, se lo veía pqueño al lado de los árboles inmensos.

Cuando faltaba poco para llegar a su aldea, empezó a escuchar las risas y los gritos de sus enemigos. Pero no se inquietó, porque era joven, no le tenía miedo a nada y había sido siempre demasiado dichoso como para suponer que se acercaba la desgracia. Cuando escucharon sus pasos, los otros se quedaron callados. De pronto, Isondú tropezó entre unas lianas y cayó en el pozo.

Los otros salieron enseguida de sus escondites y empezaron a reírse y a burlarse de él:

- ¡Isondú! ¡Isondú! ¡Te cazamos como a un tapir!

- A ver, ¿de qué te sirve ahora ser tan valiente?

- ¡Isondú! ¡Ahí va un anzuelo para que muerdas! ¿O querés que llamemos a tu mamita para que te salve?

Y mientras tanto le tiraban palitos, frutos y unas bolitas de arcilla dura con las que cazaban ratones y los pájaros.

Isondú les gritaba:

- Pero, ¿qué hacen? ¿qué les pasa? ¿qué les hice yo, cobardes? - Y desde abajo les devolvía los proyectiles.

Uno de los agresores le contestó:

- Ya vas a ver si somos cobardes. - Y agarró su maza y le pegó a Isondú en un hombro, en la cabeza, en la espalda... Los demás se envalentonaron y entre insultos hicieron lo propio: el cuerpo de Isondú se fue llenando de cardenales y de sangre, y allí quedó, acallado, caído sobre un costado en el fondo del pozo.

En la selva era casi de noche. Los asesinos seguían en el borde de la trampa, paralizados por el miedo. De pronto vieron confusamente que Isondú se movía, que su cuerpo tomaba de a poco la forma de un insecto y que en el lugar de cada herida se encendía una lucecita. Isondú agitó sus alas y salió volando: ya estaba libre.

Un momento después centenares de Isondúes se dispersaban en la selva, debajo del techo que forman allí los árboles, los helechos y las lianas, iluminando intermitentemente la noche guaraní. Muchos de estos insectos traspusieron los ríos, dejaron atrás la selva y se perdieron en el campo.