Un antiguo proverbio decía: «Cada uno es como es».
Este cuento lo demuestra.
Una campesina volvía a su casa llevando una enorme gavilla sobre la cabeza, cuando
de pronto vio un erizo a la vera del camino.
«Esto me servirá para acompañar el cuscús* que voy a preparar mañana», se dijo.
Con un movimiento rápido arrojó su carga a un lado y se puso a correr tras el animal.
Cuando éste comprendió que no era lo bastante veloz para escapar, se enrolló sobre sí
mismo. A pesar de los pinchazos, la mujer logró cogerlo. Acomodó aquella bola de púas
entre las ramas de su gavilla y continuó su marcha
con la carga sobre la cabeza.
Al llegar a su casa, puso el erizo debajo de un gran tamiz1 y colocó una piedra encima. Aquel día había una boda a la que estaban invitados todos los vecinos
del pueblo. La mujer se arregló y se fue a la fiesta.
El erizo utilizó todas sus fuerzas para dar la vuelta al tamiz, pero tuvo que dejarlo por imposible, ya que la piedra colocada encima de la alambrera era demasiado pesada para él.
Se puso a gritar de rabia y después intentó imaginar la forma de salir de aquella situación.
Así fueron pasando las horas. Cuando la campesina volvió de la boda, el animal estaba rígido y tendido patas arriba. La mujer creyó que estaba muerto, pero esto no le preocupó, ya que había comido mucho. Levantó el tamiz, cogió el erizo por una pata y lo arrojó entre los matorrales. El animal esperó sin moverse hasta
que la mujer se fue, y luego huyó.
Uno de los gallos de la campesina lo había visto todo. A la mañana siguiente, picoteando entre las piedras del camino, encontró una bolita de ámbar que una aldeana debía de haber perdido yendo hacia el aljibe, y creyendo que era comestible la tocó con el pico.
Al ver que era muy dura, insistió golpeándola cada vez más fuerte. Fue así como la punta del pico penetró más de la cuenta en el ámbar, pues no pudo comer, ni beber, ni cantar.
Avergonzado por lo que le ocurría, permaneció escondido todo el día, hasta que el erizo lo descubrió y, burlándose de él, lo ayudó a liberar su pico.
—¡Con qué poco te das por vencido! —le dijo irónicamente.
—Puedo decir otro tanto de ti —replicó el gallo—. Lo que te pasó bajo el tamiz no es
mucho mejor.
—Olvidas que con sus innumerables agujeros era mil veces más peligroso que la cuenta
de ámbar, que sólo tiene uno.
—¡Qué va! Un agujero, cuando sólo se tiene un pico, equivale a mil agujeros cuando se tienen mil púas.
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