viernes, 30 de abril de 2010

El Cóndor

Había una vez, en un pueblo del altiplano peruano, un hombre que amaba mucho a su hija.
La hija solía llevar a pastar las ovejas, las llamas y los otros animales.
Todos los días venía a visitarla un joven guapo. Llevaba un traje negro, una camisa blanca y sombrero. Al cabo de un tiempo, el joven y la muchacha se hicieron buenos amigos.

Hablaban y se divertían, mientras los animales pastaban en el campo. Un día el joven le dijo: “arrójame al aire y yo haré otro tanto contigo”. Así comenzó el juego. Pero, cuando él la alzó, ella pudo volar.

En realidad, el joven era un cóndor bajo la apariencia humana. Llevó a la jovencita al barranco y la puso en un alto nido. Por dos meses la cuidó, ofreciéndole todo tipo de carne:cruda, asada y cocida. Un año pasó y la jovencita se convirtió en su mujer, dándole entonces un niño.

Pero la pobre lloraba día y noche porque extrañaba mucho a su padre. Se preguntaba
todos los días: “¿Cómo puede mi padre vivir tan solo? ¿Quién lo cuidará? ¿Quién está
haciendo que pasten mis ovejas y mis llamas?” Le dijo entonces al cóndor: “¡Devuélveme a mi casa, quiero ver a mi padre!” Suplicaba y suplicaba, pero el cóndor no le hacía caso.

Un día un picaflor llegó al barranco en busca del néctar que tanto le gustaba. La mujer, sorprendida al ver a otro pájaro, le dijo: “Picaflor, picaflor, con tus alas pequeñitas, no hay nadie como tú. No puedo bajarme de este nido. El cóndor me trajo a este barranco hace un año y ahora soy su mujer y éste es mi hijo”.

El picaflor le dijo a la mujer: “Escúchame, no llores, te ayudaré. Esta noche iré a la casa de tu padre y le contaré todo. El vendrá a buscarte”. La mujer, muy agradecida, le dijo al picaflor:
“Escucha picaflor, tú sabes dónde esta mi casa. Allí tengo un jardín lleno de flores hermosas. Te prometo que, si me ayudas escapar, todas las flores serán tuyas.”
Esa misma noche el picaflor voló al pueblo y le dijo al padre: “He visto a tu hija.

Está en un nido en el barranco, cerca de aquí. Es la mujer del cóndor, pero está muy triste. Quiere volver a casa, pero será muy difícil bajarla. Necesitamos llevar un burro viejo”.

El picaflor le explicó su plan al viejo, mientras los dos fueron a buscar el burro.
Más tarde el padre, acompañado por el picaflor, llegó al barranco. Dejaron el burro viejo y flaco en el fondo del barranco, como si estuviera muerto. Pasó un rato y el cóndor lo vio.

Mientras se lo comía, el picaflor y el viejo subieron al nicho y bajaron a la mujer. Después, llevaron dos sapos (un pequeño y el otro grande) y los dejaron allí en el nido. El padre y su hija volvieron felices a su pueblo.

El picaflor se fue a donde estaba el cóndor y le dijo: “¡Oye, cóndor, no sabes que ha pasado en tu casa!” “¿Qué pasó?”, respondió el cóndor. El picaflor le dijo: “¡Tu mujer y tu hijo se han convertido en sapos!”



El cóndor se fue volando hacia su casa y cuando llegó, vio que ni la mujer ni su hijo
estaban en el nido, sino solamente dos sapos. Abatido, el cóndor volvió a su vida de cazador y el picaflor todavía está en la casa de la mujer bebiendo el néctar de sus flores.

jueves, 29 de abril de 2010

La leyenda del olivo de las brujas

Hay un viejo Olivo en Mangliano en la Toscana donde las personas con supersticiones han mantenido a lo largo del tiempo ciertas creencias.

Parece que en los días en los que el Olivo era vigoroso y exuberante, este fue muy generoso y dio cientos y cientos de kilos de olivas, fue un olivo que en toda la Maremma no se podía encontrar uno igual.

Un día un pobre hombre que estaba a los pies del árbol, bajo sus ramas que se doblaban hacia el suelo por el peso de sus maduras olivas le pidió al dueño del árbol una pequeña cantidad de olivas para poder llenar su estomago vacío. El dueño del olivo estaba negociando el inicio de la cosecha que podría ser a la mañana siguiente, él era ambicioso y egoísta así que de manera ruda mando alejarse al pobre hombre.

A la mañana siguiente , los hombres y mujeres que venían a recoger la cosecha con sus grandes cestas comenzaron por el gran árbol, pero al verlo se quedaron sin palabras; el árbol que el día anterior crecía fuerte ahora estaba retorcido como por un remordimiento y entre su follaje no estaban los preciosos frutos, solo algunas vulgares habas.

Una mujer desconcertada corrió a darle la noticia al dueño, pero el dueño incrédulo le contestó de malas maneras.-“Vuelve derecha a tu trabajo, no tengo tiempo de escuchar tonterias”, pero como la mujer insistía el finalmente fue a ver el Olivo. Frente a sus ojos el olivo apareció con sus ramas llenas de habas. El hombre que había sido duramente castigado salio corriendo y desapareció. Se dice que el olivo nunca más volvió a tener olivas, solo habas.

Las brujas tomaron posesión de esta extraña planta y ciertas noches tu puedes oír sus siniestros gritos y el sonido de sus danzas alrededor del retorcido tronco.

Ahora la gente pasa lejos del árbol que en sus tiempos fue el honor de la Maremma y ha llegado a ser “El olivo de las brujas”

miércoles, 28 de abril de 2010

El dromedario ¡No me jorobes!


Camellos y dromedarios pueden sobrevivir en las condiciones más extremas del desierto, sin comer ni beber. ¿Sabes en que se diferencian el uno del otro?



Cuando el mundo era todavía un lugar nuevo e inexplorado y los animales comenzaban a ser útiles para el hombre, apareció un dromedario en medio del desierto. Era un holgazán y se pasaba el día vagando de un lado a otro, comiendo ramitas y cardos sin dar golpe.

Mientras tanto, el caballo, el asno y el perro tenían que hacer todo el trabajo. Hasta que un día se hartaron y le dijeron:

"Oye, dromedario, deberías ayudarnos con las tareas"

A lo que el dromedario contesto : "¡Joroba!".

Los tres animales, indignados, se lo contaron a su amo y éste riño al dromedario.

Pero de nada sirvió, porque se limito a decir "¡Joroba!"

El amo no tubo más remedio que contratar a una especie de genio del desierto que examinó al dromedario. Cuando el genio se dio cuenta de que lo único que decía el dromedario era "¡Joroba!", pensó:
"eso es lo que necesita". Así es que le hechizó y entonces......... le creció una joroba en la que llevaría reservas de comida y bebida para que trabajase de sol a sol, sin parar durante días.

Y así fue como el dromedario se incorporó al mundo laboral y no le quedó más remedio que jorobarse para siempre.

Hay muchas clases de injusticias en el mundo. Lo importante es que se descubran y que se remedien lo mejor y lo antes posible

martes, 27 de abril de 2010

Downie el guerrero de chocolate


Con la ayuda de un pequeño guerrero Downi, Jamal fue capaz de marcharse de su aldea para conocer el mundo y así vivir las más apasionantes aventuras...¿quieres conocer su historia?

En un pueblo muy pequeño al norte de la India vivía un niño que se llamaba Jamal. Era de familia muy humilde, compartía habitación con sus cinco hermanos y nunca había ido más allá del bosque que rodeaba su aldea. Se dedicaba a ayudar en las tareas de casa, cuidar el ganado y en los ratos libres jugar con sus amigos a construir grandes figuras de barro que los pequeños bautizaron con el nombre de Downies, con el deseo que esas figuras se convirtieran en los guardianes de su humilde aldea.

Pero llegó un día que esa rutina de todos los días no fue suficiente para Jamal. Sintió un cambio en su interior, era la necesidad de conocer otras realidades y visitar otros lugares.

Jamal explicó a sus padres esa nueva necesidad que sentía y los dos lo comprendieron pero su padre le contestó que, después de su viaje, regresara al pueblo cargado de riquezas, que esa sería la forma de ayudar a su familia a salir de la pobreza. Su madre en cambio desapareció unos minutos y regresó con un pequeño guerrero de barro, semejante los guerreros Downi que Jamal solía construir con sus amigos, envuelto en un pañuelo. "Ves tal lejos como te lo pida el corazón, él te protejerá", le dijo depositando la pequeña figura en su mano.

Así fue como el pequeño Jamal dejó el lugar que lo había visto nacer y crecer y se adentró en el bosque, cruzó montañas, malvivió en grandes ciudades, aprendió a meditar en los grandes templos hinduistas, se refugió en la guarida de sabios expertos en la sanación con yerbas mágicas, lucho contra animales y aprendió a respetarlos y domesticarlos. Vivió mil y una aventuras que lo formaron y lo enriquecieron como persona.

Jamal regresó a su poblado años después pero no cargado de riquezas como le exigió su padre, sino cargado de experiencias y conocimientos. Jamal se había convertido en uno de los hombres más sabios del país y trajo a su pueblo la riqueza soñada por su padre pero gracias a la astucia que había adquirido durante su viaje.

Desde aquel día en el poblado de Jamal, todas las mujeres cocinan deliciosos downies de chocolate en forma de guerrero que les recuerdan a los niños de la aldea que con el conocimiento pueden llegar hasta donde quieran.

lunes, 26 de abril de 2010

Matrioskas rusas, la leyenda


Erase una vez , un viejo carpintero ruso llamado Serguei.
El viejo Serguei, fabricaba preciosos objetos de madera: silbatos, juguetes, instrumentos musicales... Para ello, todas las semanas, salía a buscar buena madera al bosque para su trabajo.

Aquella noche había nevado mucho, pero con los primeros rayos de sol de la mañana, nuestro amigo salió esperando tener fortuna y encontrar un buen tronco con el que poder trabajar la madera. Pero sólo encontró viejos trozos de madera húmedos y pequeños, que con suerte solo podían servirle para calentarse al fuego.

Cuando iba a retirarse rendido por el cansancio, algo llamó su atención: un bulto grande sobresalía sobre la nieve. Al agacharse, vio el más hermoso de los troncos que nunca había recogido, de una maravillosa madera blanquecina. Serguei tomó fuerzas y recogió el tronco, que transportó hasta su casa. Tomó aquel tronco como el mayor de los tesoros y pensó que debía valer para hacer algo muy especial.

Pasó días y noches sin dormir, hasta que por fin se le ocurrió hacer una muñeca con la madera y así lo hizo. Cuando terminó, estaba tan orgulloso de su trabajo, que decidió no ponerla en venta. Se sentía muy solo y aquel pequeño objeto lo acompañaba en su soledad.

-Te llamaré "Matrioska"- dijo a la pequeña muñeca.
Cada mañana, Serguei se levantaba y saludaba a su amiga:
-Buenos días, Matrioska. Hasta que un día, la Matrioska contestó:
-Buenos días, Serguei. Serguei se quedó muy impresionado y volvió a responder:
-Buenos días, Matrioska.
El viejo carpintero se sentía muy afortunado de tener alguien con quien conversar en su soledad. Pero Matrioska solo hablaba cuando los dos estaban solos.

Un día, Matrioska se levantó muy triste. Serguei, que lo había notado, preguntó:-¿qué te pasa, mi querida Matrioska?-¡que no es justo!-¿el qué?- contestó el carpintero.
-Cada mañana me levanto y veo a la osa con sus oseznos, a la perra con sus perritos... incluso tú me tienes a mí. Yo querría tener una hijita- contestó la Matrioska.
-Pero entonces- le dijo Serguei- tendría que abrirte y sacar madera de ti, y eso sería doloroso.-Ya sabes que en la vida las cosas importantes siempre suponen pequeños sacrificios- contestó la bella Matrioska.

Y así fue como el carpintero abrió a su pequeña muñeca y de ella extrajo madera de su interior, para crear una muñequita más pequeña pero exactamente igual a ella, a la que llamó Trioska.
Desde aquel día, todas las mañanas saludaba:-Buenos días Matrioska, buenos días "Trioska".-Buenos días, Serguei- respondían al unísono.
Muy pronto ocurrió que Trioska también sintió la necesidad de ser madre. Así, el viejo Serguei volvió a repetir el proceso y de ella sacó otra muñeca exacta a ella pero más pequeña a la que llamó "Oska".

Al cabo de un tiempo, también el instinto maternal se despertó en Oska, que rogó a Serguei que la hiciera madre. Al abrir a Oska, se dio cuenta de que sólo quedaba un mínimo trozo de madera. Sólo una muñeca más podría realizarse.

Entonces, el viejo carpintero tuvo una gran idea. Fabricó un diminuto muñeco y antes de terminarlo, le pintó unos grandes bigotes. Cuando lo hubo terminado, lo puso delante del espejo y le dijo:-mira , "Ka",... Tú tienes bigotes. Eres un hombre. Por tanto, no puedes tener un hijo o una hija dentro de ti.

Después abrió a Oska. Puso a Ka dentro de Oska. Cerró a Oska, abrió a Trioska. Puso a Oska dentro de Trioska. Cerró a Trioska, abrió a Matrioska. Puso a Trioska dentro de Matrioska y cerró a Matrioska. Un día, Matrioska desapareció misteriosamente de la casa de Serguei.
Si alguna vez encontráis a Mastrioska, Trioska y Oska y en su interior, al pequeño Ka, no dudéis en darles cariño.


Las matrioskas (Матрёшка) , son muñecas tradicionales rusas, huecas por dentro, que contienen en su interior matrioskas más pequeñas.
Curiosamente, su origen es japonés y no ruso, aunque en Rusia, ya existía el concepto de guardar obejetos unos dentro de otros, en forma de manzana o de huevos ( huevos Fabergé).

Las muñecas rusas se hacen tradicionalmente en madera de tilo, que se talan en el mes de abril, cuando el árbol contiene más savia y cuya madera debe reposar dos años. Todas las muñecas de una misma matrioska se hacen con el mismo tronco, para que la madera sufra el mismo proceso de contracción y dilatación.
La primera en tallarse es la más pequeña, que es la única pieza entera y que va dando la medida de las sucesivas matrioskas. Representan madres rusas, con motivos florales o portando jarrones o cestos, pintadas al áoleo o con otros materiales.
La matrioska mayor que se conoce albergua 75 piezas.

En Rusia se atribuye su origen en 1890 a Serguei Maliutin, un pintor de un taller de artesanía en Abramsetvo, al norte de Moscú, que inspirado en un juego de muñecas japonesas, realizó una réplica con motivos tradiconales rusos, que alberguaba ocho muñecas en su interior.
Esta primera matrioska fue tallada por Vasiliy Zcezdochkin en el taller de juguetes de Sergiyev Posad y fue pintada a mano por Serguei Maliutin.

En Kazajstán, las matrioskas son parte también de la artesania, debido a la presencia rusa y representan motivos tradicionales, como mujeres kazajas con trajes típicos o guerreros, un bonito recuerdo sobre su origen para nuestros hijos.

domingo, 25 de abril de 2010

La cenicienta

Charles Perrault.

Érase una vez un gentil hombre que se casó en segundas nupcias con una mujer tan altanera y orgullosa como nadie ha visto jamás. Esta tenía dos hijas que habían heredado su carácter y que se le parecían en todas las cosas. Por su parte, el marido aportó al nuevo matrimonio una hija, más de una dulzura y de una bondad ejemplares pues ella se parecía en todo a su madre que había sido la mejor mujer del mundo.
Apenas se hubo casado, la madrastra sacó todo su mal carácter; no podía sufrir las buenas cualidades de su hijastra que convertían a sus propias hijas en más odiosas todavía., y la cargó con los trabajos caseros más pesados y desagradables; haciéndole fregar la vajilla y limpiar su habitación y la de sus hijas. La pobre niña dormía en la torre de un granero, sobre la paja, mientras que sus hermanastras lo hacían en unas alcobas con parquet, en donde sus camas eran a la moda y había grandes espejos de cuerpo entero en donde verse reflejadas.

La pobre niña lo sufría todo con paciencia y no osaba quejarse a su padre que la habría regañado porque aquella esposa le dominaba por entero.

Cuando la jovencita había realizado todas sus tareas, se iba a un rincón de la chimenea sentándose sobre las cenizas, lo cual hacía que la denominasen comúnmente con el mote de Carbonilla. La hermanastra pequeña, que no era tan mala como la mayor, la llamaba Cenicienta, pero Cenicienta, con sus ropas viejas no dejaba de ser cien veces más bella que sus hermanastras, a pesar de que ambas vestían con magnificencia.

Y sucedió que el hijo del rey dio un baile e invitó a todas las personas de calidad, siendo nuestras dos señoritas también invitadas, pues ellas pertenecían a las familias importantes del país, por tanto, helas aquí satisfechas y muy ocupadas en escoger los vestidos y los peinados que pudieran irles mejor, lo que causó nuevas penas a Cenicienta ya que era ella quien repasaba las ropas de sus hermanastras, quien almidonaba sus puños y las oía hablar de la forma en que iban a engalanarse.

-Yo –decía la mayor-, me pondré mi traje de terciopelo rojo y mi aderezo de Inglaterra.

-Yo –decía la pequeña-, me pondré mi falda de cada día, acompañada por mi mantón de flores de oro y mi diadema de diamantes, que no deja a nadie indiferente.

Como era preciso buscar a una buena peluquera para peinarlas como correspondía a su rango eso hicieron pero también llamaron a Cenicienta para pedirle su opinión ya que tenía muy buen gusto.

Cenicienta les aconsejó lo mejor que supo e incluso se ofreció ella misma a retocarles el peinado, lo que las hermanastras aceptaron, pues era lo que ellas esperaban y con tal fin la habían hecho llamar.

Mientras las peinaba, ellas le decían:
-Cenicienta, ¿te gustaría ir al baile?
-¡Ay, señoritas, todos se burlarían de mí, y esto no es lo que me hace falta!
-Tienes razón, ¡la gente se reiría mucho viendo a una sucia Carbonilla ir al baile!

Otra que no fuera Cenicienta las habría peinado mal, pero ella era buena y las peinó perfectamente bien.

Las hermanastras estuvieron cerca de dos días sin comer ya que deseaban lucir una buena figura. Mas a pesar de eso, se rompieron más de doce lazadas a fuerza de tirar para convertirles el talle en más breve, y ellas estaban siempre delante del espejo contemplándose.

En fin, que el feliz día llegó y las hermanastras marcharon. Cenicienta las siguió con los ojos durante mucho tiempo, hasta que ya dejó de verlas y entonces, se puso a sollozar.

Su hada madrina, sorprendiéndola toda llorosa, le preguntó que le pasaba.
-¡Yo querría, yo querría... !

Cenicienta sollozaba tan fuerte que no pudo acabar. Su madrina, inquirió:
-Tú querrías ir al baile, ¿no es verdad?.
-¡Ay, sí! –dijo Cenicienta suspirando..
-Bien, si eres una buena chica –respondió el hada-, yo te haré ir.

Ella la llevó a su habitación, y le dijo.
-Ve al jardín y tráeme una calabaza.

Cenicienta fue a escoger la más hermosa que pudo encontrar, y la llevó a su madrina, no pudiendo adivinar como esa calabaza podría hacerla ir al baile.. Su madrina revisó la calabaza para que no tuviese algún defecto, y entonces la tocó con su varita y la calabaza se transformó en una bella carroza dorada.

Enseguida ella se fue a mirar en la ratonera, donde encontró seis ratones vivos, y le dijo a Cenicienta que levantase la trampilla y a cada ratón que salía, le daba un golpe de varita y el roedor se transformaba en un hermoso caballo, así hasta que tuvo una caballería completa, de un bello color gris-ratón; como allí faltaba el cochero, dijo Cenicienta:
-Voy a ver, si alguna rata ha caído en la trampa, y tendremos el cochero.
-Tienes razón –replicó su madrina-, ves a verlo.

Cenicienta le llevó la trampa donde había tres gruesas ratas. El hada eligió una de entre las tres, la que parecía el jefe, y tocándola, la convirtió en un gordo cochero, que lucía uno de los más hermosos mostachos que jamás se han visto. Enseguida añadió:
-Ve al jardín y encontrarás a seis lagartos detrás de la regadera, tráemelos.

Apenas Cenicienta se los hubo llevado, el hada madrina los cambió por seis lacayos, que se subieron detrás de la carroza con sus libreas llenas de galones, y que iban muy erguidos, como si no hubieran hecho otra cosa en su vida. El hada le dijo entonces a Cenicienta:
-Pues bien, he aquí con que ir al baile, ¿no estás contenta?
–Sí, pero, ¿es qué yo voy a ir con estos harapos?

Su madrina no hizo sino que tocar con la varita mágica las pobres ropas, y en ese mismo momento se transformaron en un traje de tejido de oro y de plata todo recamado de pedrería, también el hada le dio un par de zapatitos de cristal, los más hermosos del mundo.

Cuando Cenicienta se halló compuesta para el baile, montó en la carroza, pero su madrina le recomendó sobre todo de no irse después de medianoche, advirtiéndole que de permanecer en el baile un momento más, su carroza se convertiría en calabaza, sus caballos en ratones, sus lacayos en lagartos y que sus ropas andrajosas recobrarían el aspecto habitual.

Ella prometió a su madrina que partiría sin falta del baile antes de medianoche, marchando luego llena de felicidad.

El hijo del rey, a quien se le dijo que acababa de llegar una princesa que nadie conocía, corrió a recibirla, le dio la mano ayudándola a descender de la carroza, y la condujo al gran salón, se hizo entonces un repentino silencio, se paró de danzar y los violines enmudecieron, tan atentos estaban todos contemplando la belleza de aquella desconocida..

Se escuchaba un rumor confuso:
-¡Oh, que hermosa es!.

El rey mismo, a pesar de ser muy viejo, no dejaba de mirarla y de decirle a la reina en voz baja, que hacía tiempo que no había visto a nadie tan bella como a aquella linda dama. Las otras estaban atentas contemplando su peinado y sus ropas, para tener desde la mañana siguiente otros iguales caso que se encontrasen telas tan maravillosas y costureras tan hábiles.

El hijo del rey la situó en lugar de honor, y enseguida la invitó a danzar y ella bailó con tanta gracia que se la admiró todavía más.
Los criados dispusieron un refrigerio para los invitados pero el joven príncipe no comió nada, de tan embelesado que se hallaba contemplando a la desconocida.
Cenicienta fue a sentarse cerca de sus hermanastras y les hizo muchos cumplidos compartiendo con ambas las naranjas y los limones que el príncipe le había dado, lo cual impresionó a las hermanastras pues ellas no creían conocer a la hermosa dama.

Estaban charlando, cuando Cenicienta oyó sonar las once y tres cuartos de hora, entonces hizo una gran reverencia a todos y se marchó lo más deprisa que pudo.

En cuanto llegó a casa, fue a buscar a su madrina y después de haberle dado las gracias, le dijo que desearía ir al baile a la noche siguiente porque el hijo del rey se lo había rogado. Cuando ella estaba ocupada en contarle a su madrina todo lo sucedido, las hermanastras llamaron a la puerta y Cenicienta fue a abrirles:

-Cuanto habéis tardado en venir!- les dijo mientras se frotaba los párpados y se desperezaba como si acabase de despertarse; aunque la verdad es que no tenía nada de sueño.

-Si hubieses venido al baile –le dijo una de sus hermanastras-, no te habrías aburrido pues ha aparecido una bella princesa, la más bella que nadie haya visto jamás, y ha sido muy amable y atenta con nosotras y nos ha dado naranjas y limones.
Cenicienta estaba contentísima y les preguntó el nombre de la princesa, mas le respondieron que no la conocían, que el hijo del rey tampoco y que él daría todas las cosas de este mundo para saber quien era ella. Cenicienta sonrióse e interrogó.

-¿Ella era entonces tan hermosa? ¡Dios mío, si que tenéis suerte!, ¿no podría yo verla? Señorita Javotte, prestadme vuestro traje amarillo ese que os ponéis todos los días..

–¡Verdaderamente-dijo la señorita Javotte-, en eso estoy pensando!... ¡Si prestase mi vestido a una sucia Carbonilla como tú, estaría yo loca!

Cenicienta esperaba este rechazo, y se quedó muy satisfecha con la respuesta, porque hubiera sido un gran problema si su hermanastra le hubiera querido prestar el traje.

A la noche siguiente las dos hermanastras fueron al baile, y Cenicienta también, pero todavía mucho mejor engalanada que la primera vez.


El hijo del rey bailó con ella toda la noche y no cesó de decirle ternezas hasta el punto que la distrajo tanto que olvidó aquello que su madrina le había recomendado, de suerte que oyó sonar la primera campanada de medianoche, cuando no creía aún que fueran las once. Cenicienta huyó entonces con la ligereza de una cierva.

El príncipe la siguió, mas no la pudo atrapar, y ella, en la precipitación de la huída, dejó caer uno de sus zapatitos de cristal que el príncipe recogió con sumo cuidado.

Cenicienta llegó a su casa muy sofocada, sin carroza, sin lacayos, y con sus harapos, pues nada le quedaba de tanto esplendor más que el otro zapato de cristal, pareja del que había dejado caer..

Se preguntó a los guardias de la puerta de palacio si ellos habían visto salir a una princesa y dijeron que no habían visto salir a nadie como no fuera a una muchacha muy mal vestida que tenía más el aspecto de una campesina que no de una señorita.

Cuando sus dos hermanastras volvieron del baile, Cenicienta les preguntó si se divirtieron y si la bella dama había aparecido.


Ellas le dijeron que si, pero que había huido cuando llegó la medianoche, perdiendo uno de sus preciosos zapatitos de cristal, que el hijo del rey había recogido, y que éste no había hecho otra cosa sino mirarla durante todo el baile y que seguramente estaba enamorado de la hermosa a quien pertenecía ese zapatito.

Las hermanastras no mintieron, ya que pocos días después, el hijo del rey hizo publicar a son de trompetas que se casaría con aquella cuyo pie se ajustase al zapato de cristal.

Y comenzóse a probarlo a las princesas, siguiendo las duquesas, y a todas las damas de la corte, mas inútilmente.

Por fin la prueba llegó a la casa de las hermanastras, que hicieron todo lo posible para hacer entrar su pie dentro del zapatito, pero no pudieron lograrlo. Cenicienta que las miraba, y que reconoció su zapato, dijo sonriendo:
-¡Creo que yo puedo calzármelo!

Sus hermanastras se pusieron a reír y se burlaron de ella. El gentil hombre que efectuaba la prueba, habiendo contemplado atentamente a Cenicienta y encontrándola muy hermosa, dijo que era lo justo, y que él tenía la orden de probársela a todas las muchachas del reino, e hizo sentar a Cenicienta y acercando el zapato a su pie se vio que entraba perfectamente y que le iba como un guante.



La sorpresa de las hermanastras fue grande, pero más grande fue todavía cuando Cenicienta sacó de su bolsillo el otro zapatito que se calzó. En ese preciso instante hizo su aparición el hada madrina, quien, dando un toque de varita mágica sobre los harapos de Cenicienta, los convirtió en un traje mucho más deslumbrante que todos los anteriores.

Entonces las hermanastras la reconocieron como la bella dama que vieran en el baile y se tiraron a sus pies para pedirle perdón por todos los malos tratos de los que la habían hecho víctima. Cenicienta las levantó y les dijo, abrazándolas, que las perdonaba de todo corazón y que ella les pedía que a partir de ahora fueran buenas amigas.

Se condujo a Cenicienta al palacio del joven príncipe y él la encontró todavía más hermosa que nunca, casándose con ella pocos días después.
Cenicienta, que era tan bondadosa como bella, había hecho alojar a sus hermanastras en palacio y les hizo contraer matrimonio, el mismo día, con dos grandes señores de la corte.




Video de "Las tres bessones", conocidas por "Las tres mellizas", "The Triplets",... dependiendo del país que se puedan ver.
Serie de animación donde el tema principal son los cuentos, historias de todos los tiempos.
Edu3.cat

sábado, 24 de abril de 2010

Sant Jordi

Ayer fue el día de Sant Jordi. Como todo el mundo sabe es el patrón de Cataluña, de Inglaterra, de Rusia y de muchas otras regiones.

Me gustaría poder colgar las leyendas de cada una de sus regiones, porque ya se sabe que cada pueblo tiene sus culturas y tradiciones. Pero por proximidad hoy colgare la de "Sant Jordi" la de Cataluña. Ya que es la que tengo más cerca, la que conozco mejor y sobre todo la que celebramos aquí.

En Cataluña la leyenda cuenta que pasó a las tierras de Montblanc, provincia del Tarragones. Y la manera de celebrar esta gesta, es su día. Por supuesto, la fiesta grande es Montblanc, pero al resto de pueblos no se quedan cortos ya que es una fiesta muy nuestra y la sentimos muy adentro.



Hace mucho, mucho tiempo, el pueblo de Montblanc era devastado por un monstruo feroz y terrible, que podía caminar, volar y nadar, y tenía un aliento tanto maloliente, que desde muy lejos con sus bocanadas envenenaba el aire y producía la muerte a todos los que lo respiraban.

El monstruo era el estrago de los rebaños y las personas, y por toda aquella comarca reinaba el terror más profundo. Preocupados por la situación, los habitantes de Montblanc pensaron en dar al dragón, cada día de comer a una persona, para intentar calmarlo. El problema, era encontrar la persona que quieras sacrificarse cada día para ser devorada por el dragón.

Y así fue como después de una larga discusión, los lugareños decidieron sortear cada día que sería la persona que iría a parar en el estómago del drac.I así lo hicieron, y parece ser que la jugada les salió bien,la abominable bestia se debería sentir satisfecha, porque dejó de hacer estragos y maldades por aquellas tierras.

Pero un día, la suerte hizo que le tocara ser devorada a la hija del rey. La joven princesa era muy simpática, amable, bonita, elegante. Tenía el corazón de todos los ciudadanos robados, por lo que cientos se ofrecieron para sustituirla. Pero el rey, afligido y dolorido, fue justo y severo, su hija era como cualquier otro. Si le había tocado tenía que ir.

Y así fue como la joven doncella salió del castillo para encontrarse con la bestia, mientras todo el pueblo miraba desconsolado y afligido como la princesa se dirigía hacia el sacrificio.
Pero mientras la chica se dirigía hacia la cueva del monstruo, apareció un joven caballero, con una brillante armadura, montado sobre un caballo blanco.

La doncella le miró y advirtió:

- Huye! huid rápidamente de aquí! noble caballero, si os quedáis por aquí, aparecerá la bestia y sólo os vea os devorará.

El joven caballero, la miró y le contestó

- No te preocupes joven donzella.Si estoy aquí es por qué he venido expresamente. He venido desde muy lejos para protegerse a usted y a liberar su pueblo de esta fiera.

No tuvo tiempo ni de decir esto, que de repente salió la fiera, ante el horror de la princesa y el gozo del caballero. Comenzó una intensa pero breve lucha, hasta que el caballero le clavó una buena estocada con su lanza, que dejó malherida a la terrible bestia y la mató. De la sangre que en brotó, surgió rápidamente un rosal, con las rosas más rojas que la princesa hubiera visto nunca, rosal del que el joven caballero en cortó una rosa y le ofreció a la princesa.



Nota: Esta versión es una adaptación de la leyenda de Sant Jordi.En la versión original, recogida por Joan Amades en el Costumari Catalán en 1904, cuando San Jorge hirió al dragón, no lo mató, el dragón, una vez herido, Sant Jordi le ligar y lo dio a la princesa, que le llevó hasta el pueblo de Montblanc donde la gente le perdió la miedo.I fue allí donde la gente del pueblo le acabó de rematar. Esta última versión es la que se puede ver cada año por Sant Jordi en Montblanc.

jueves, 22 de abril de 2010

Caballeros, princesas y dragones



Mañana se celebra, además del día del libro, la festividad de San Jorge.

La mayoría de la gente conoce los festejos que se llevan a cabo en Cataluña, donde la tradición es regalar un libro a los hombres y una flor a las mujeres.Sin embargo, en Cáceres también se celebra de otro modo, ya que San Jorge es patrón de esta ciudad.

La fiesta cacereña conlleva una representación teatral de cómo San Jorge liberó a los cristianos de la amenaza del dragón que los moros tenían preparado para defenderse de ellos. He estado buscando la leyenda y pasa como siempre, que se mezclan unas historias con otras para aportarles más fantasía o entusiasmo. La leyenda original os la voy a citar más abajo; lo que se hace en Cáceres os lo comento a continuación: se suele escenificar en la Plaza Mayor la leyenda original, pero además, durante la obra teatral tiene lugar un desfile de un dragón que llegará desde el paseo de Cánovas hasta la plaza, y al llegar a este destino, San Jorge vence al dragón con una lanza prendida con fuego. Es lo que llamamos la quema del dragón.



Para escoger el dragón que llegará hasta la Plaza Mayor y arderá en llamas, suele haber un concurso de dragones. El diseño más original, además de un premio en metálico, tendrá el orgullo de ser el protagonista de la quema, ante los ojos de la gran mayoría de cacereños. Esta escena tiene lugar el día 22 por la noche, la víspera de San Jorge.

Y ahora os dejo con la leyenda original, que probablemente sea desconocida incluso para algunos cacereños:

Existe un leyenda sobre moros y cristianos, entre un capitán cristiano y una bella dama infiel. Según ésta, en el año 1229 las tropas de Alfonso IX se afanaban por la reconquista de la ciudad de Cáceres, en poder de un kaid agareno que tenía una bella hija, enamorada de uno de los capitanes cristianos que asediaban la villa. Merced a los favores de la joven mora, el capitán cristiano logró conocer un túnel subterráneo que atravesaba las murallas de la fortificada ciudad.

Lo que en varias ocasiones le sirvió como una ruta para encontrarse con su amada, en la víspera del día 23 de Abril fue utilizado por él y otros cuantos soldados como camino para franquear la fortaleza y sorprender a los defensores moros mientras otros cristianos simulaban el asalto en la puerta denominada del Socorro.

Esa noche, pues, Cáceres fue recuperada para la cristiandad y dotada de fueros por el rey leonés Alfonso IX. Era la víspera del Señor San Jorge, santo que fue considerado por la cristiandad como máximo protector de sus ejércitos.Por eso se conmemora el día 23 de Abril la festividad del patrón de Cáceres, San Jorge, cuya celebración ha ido evolucionando hasta llegar a nuestros días con la versión moderna de la quema de un dragón y la escenificación de una feroz lucha entre moros y cristianos.

En realidad, según se manda en el fuero concedido a la ciudad, la celebración tendría que consistir en la quema de hogueras por parte de sus vecinos para simular los asentamientos de las tropas cristianas que habrán de tomar la ciudad así como en el lanzamiento de brevas para evocar la lucha.

miércoles, 21 de abril de 2010

Kaguya, princesa de la luz brillante


Cuentan en Japón, que había una vez una encantadora parejita de ancianos que no tuvo nunca descendencia. Cierto día, el anciano fué a cortar unas ramas de bambú para recolectar brotes, y se fijó en un árbol de bambú del cual surgía luz de su interior…

Cuando cortó el bambú, descubrió a un bebé en su interior. Como no, se lo llevó a casa y hablando con su mujer decidieron quedárselo por entender que era un regalo de los Dioses. El bebé resultó ser una niña, y decidieron llamarla Kaguya-Hime (Princesa de la Luz Brillante). A partir de aquel día, cada vez que el anciano cortaba un bambú, encontraba oro dentro de él… y como no, apenas tardaron en hacerse ricos.

Con el tiempo, Kaguya creció y se convirtió en una preciosa joven. Su elegancia y hermosura fueron conocidas por todo el país y los pretendientes se contaban a patadas. Se dice que 5 príncipes le pidieron la mano, y la muchacha, que no quería casarse con nadie, les pidió tareas imposibles como requisito para casarse con alguno de ellos (encontrar el cáliz sagrado de Buda, encontrar una rama de oro y plata, encontrar una túnica sagrada, unas joyas de colores que brillaban al cuello de un dragón y una concha especial de las golondrinas… anda, que cuando una mujer no quiere…)

Evidentemente, todos fracasaron en su intento. Pero ahí es donde aparece nuestro príncipe de turno, que se enamora perdidamente de Kaguya, pero ella también se negó, diciendo que ella no era de este planeta. El príncipe, cual moscardón discotequero, seguía empeñado con ella, erre que erre.
Sin embargo, durante el asedio principesco, se dice que la joven, cuando por las noches miraba hacia la luna, sus ojos se llenaban de lágrimas. Su anciano padre, preocupado por ella le preguntó el porqué de sus lágrimas y ella le respondió que realmente no era de este planeta, que procedía de la luna, y que era allí donde debería regresar en la próxima luna llena, en la que la vendrían a buscar.

Su anciano padre, preocupado, explicó el problema al príncipe, tratando de encontrar una solución a su marcha, y el príncipe decidió enviar un ejército de soldados para que custodiasen la casa de la princesa por la noche para que nadie se la llevara. Llegado el día (bueno, en este caso, la noche ), cuando la luna volvió a ser llena, una luz cegó a todos los soldados y sus ánimos de luchar desaparecieron. Mientras, la princesa se despidió de sus padres, diciendo que no deseaba irse, pero que era su destino, e igualmente se despidió del príncipe mediante una carta.
El príncipe, desolado al recibir la carta, ordenó que un ejército entero (manía tienen los tios en hacer cualquier cosa mediante un ejército !! jejejeje) subiera a la montaña más alta (el Monte Fuji) y quemar la carta de la princesa, con la esperanza de que llegara a su destinataria, estuviese donde estuviese.

Años después, de la luna cayó la capa que las personas de la luna le dieron a la princesa Kaguya-Hime. Un monje, llamado Miatsu, que pasaba por ahí se enteró de la historia de la princesa y fue a ver al emperador. Le dijo que si alguna vez la luna llena aparecía más de lo debido, llevaran la capa al Monte Fuji y la quemaran.

Cuando el emperador preguntó la razón, el monje le dijo que la princesa Kaguya había recibido la carta que él había quemado tanto tiempo atrás, y que se encontraba molesta por no haberse podido quedar en el planeta, por lo que había decidido convertir a la tierra en un lugar como la luna: sin espacio ni tiempo, sumida en la noche eterna, para poder regresar. El emperador le pidió al monje que sellará a Kaguya en un lugar del cual jamás pudiera salir. El monje Miatsu lo hizo así, en un espejo del palacio (que fue conocido como espejo de la vida o de la luna) con los cinco objetos que la princesa había pedido a sus pretendientes, como llaves de abertura y cerradura del portal entre la luna y la tierra (el monje los tenía); de esta forma la humanidad estaría a salvo del poder de la princesa.

La princesa Kaguya se enteró por medio de un susurro de un sirviente del palacio que estaba encargado de cuidar el espejo que la mantenía cautiva del hechizo y el engaño del emperador, así que le pidió a una de las personas de la luna que hiciera que del Monte Fuji cayera fuego, lava, cenizas y gases venenosos que causaran la muerte de la región entera. La persona así lo hizo, y tomando la furia de la princesa como componente principal, creó al volcán (antes era nada más una montaña), que no hizo erupción debido a que la rabia de la princesa no era suficiente así que tenían que esperar hasta que la rabia de la princesa se acumulara y fuera la suficiente para hacer estallar al volcán. Desde entonces las erupciones del Fuji (pocas en la historia), han sido violentas, debido a la furia de Kaguya-Hime.

martes, 20 de abril de 2010

Los cuatro dragones



Queréis conocer la historia de cuatro valientes dragones que se atreven a desobedecer a un poderoso emperador? Esta es una leyenda china que explica cómo surgieron los cuatro ríos principales de este inmenso país.

Hace muchos, muchos años, no había ríos ni lagos sobre la Tierra, solo el Mar del Este, donde vivían cuatro dragones: el Dragón Largo, el Dragón Amarillo, el Dragón Negro y el Dragón Perla.

Un día, los Cuatro Dragones salieron a la superficie del mar y decidieron ir a darse una vuelta por el cielo. Allí jugaron al escondite entre las nubes esponjosas, volaron y planearon, saltaron y rieron.

De repente, el Dragón Perla gritó: -¡Venid aquí, rápido!

-¿Qué ocurre? - preguntaron los otros tres, mirando hacia dónde señalaba el Dragón Perla. Sobre la tierra, vieron a mucha gente sacando frutas y tartas y quemando varitas de incienso. ¡Estaban rezando! Una mujer joven, arrodillada en el suelo con un niño delgado sobre la espalda, imploraba:

- Por favor, Dios del Cielo, envíanos lluvia rápido o no tendremos nada para comer?.
No había llovido desde hacía mucho tiempo. Los cultivos se marchitaban, la hierba se volvía de color amarillo y los campos se secaban bajo el sol abrasador.
- ¡Pobre gente! ¡Qué pena me dan!- dijo muy triste el Dragón Amarillo.

- Si no llueve pronto, no tendrán nada para comer y morirán?- dijo el Dragón Negro.

Los Cuatro Dragones se quedaron muy pensativos buscando alguna solución para ayudar a la gente de la Tierra.

- ¿Y si fuéramos a ver al Emperador Jade y le pidiéramos que enviara lluvia a la Tierra? - propuso el Dragón Perla.

- ¡Muy buena idea! - contestó el Dragón Amarillo.

- ¡Sí! ¡Seguro que él podrá ayudar a esa pobre gente! - contestó el Dragón Negro.

Así que los cuatro Dragones se dispusieron a visitar al poderoso Emperador Jade, que vivía en el Palacio Celestial.

El Emperador Jade era muy poderoso, ya que se encargaba de los asuntos del Cielo, de la Tierra y del Mar. Los cuatro Dragones entraron corriendo en el Palacio Celestial. El problema que les traía era realmente urgente, pero al Emperador no le gustaron aquellas prisas, ya que estaba en un concierto de hadas.

- Qué estáis haciendo aquí, vosotros? - les preguntó enfadado. - ¿No deberíais estar en vuestro Mar?

El Dragón Largo se acercó al Emperador y le dijo: - Majestad, hemos venido a pedirle que envíe un poco de lluvia a la Tierra. Los cultivos en la Tierra se están secando por falta de lluvia y pronto las gentes no tendrán nada para comer.

- Está bien- dijo el Emperador Jade.- Iros tranquilos. Mañana enviaré la lluvia.- Y siguió escuchando tranquilamente las canciones de las hadas.

- ¡Muchas gracias Majestad! - contestaron felizmente los Cuatro Dragones.

Pero pasaron diez días y todavía no había caído una gota de agua sobre la Tierra. La gente pasaba hambre. Comían cortezas de árbol o raíces de plantas y cuando esto se acabó, comieron incluso arcilla.

Viendo esto, los Cuatro Dragones se sintieron muy mal y se dieron cuenta que el Emperador Jade sólo se preocupaba de pasárselo bien, sin tomar en serio los problemas de la gente. Sólo podían confiar en ellos mismos para ayudar a la gente de la Tierra. Pero, ¿cómo iban a hacerlo?

Mirando hacia el mar, el Dragón Negro dijo que había tenido una gran idea.

- ¿Qué es? Venga, rápido, ¡cuéntanoslo! - gritaron los otros tres Dragones.

- Mirad, ¿no veis que hay muchísima agua en el mar en el que vivimos? ¡Podríamos llenar nuestras bocas de agua y luego rociarla sobre la Tierra! ¡Sería como la lluvia!- explicó el Dragón Negro.

- Es una idea fantástica - dijo el Dragón Amarillo.

- Los campos se regarán y la gente podrá recoger las cosechas y no morirá de hambre! ¡Vamos chicos, no hay tiempo que perder!

- Esperad un momento- dijo el Dragón Perla muy pensativo.

- ¿Qué ocurre ahora? ¿No ves que tenemos prisa? - contestó el Dragón Largo. - ¡La gente de la Tierra está esperando la lluvia!

- ¿No habéis pensado que el Emperador Jade nos castigará si se da cuenta?

- A mi no me importa- contestó el Dragón Largo con determinación. -Haría lo que fuera para ayudar a esa gente.

- ¡Pues a mi tampoco me importa! - contestó el Dragón Perla.

El Dragón Amarillo y el Negro se miraron y dijeron a la vez: - ¡A nosotros tampoco!

- Entonces, ¡manos a la obra! ¡Pase lo que pase, nunca nos arrepentiremos de esto!- exclamó el Dragón Negro.

Así que volaron hacia el mar. Abrieron bien sus bocas y las llenaron de agua. Volvieron a alzar el vuelo y revolotearon por el cielo, produciendo viento. Sus alas taparon el sol y la gente miró al cielo creyendo que de verdad se avecinaba una gran tormenta. Entonces los cuatro Dragones empezaron a pulverizar el agua sobre la tierra.

Cuando habían vaciado sus bocas, volvían a llenarlas en el mar y subían al cielo otra vez. Y así lo hicieron una vez y otra, hasta que había caído una buena lluvia sobre la Tierra.

La gente salió de sus casas mirando hacia el cielo y gritando con alegría: - ¡Está lloviendo, está lloviendo! ¡Salvaremos la cosecha!

El agua cayó sobre la Tierra y los campos reverdecieron. La gente cantaba para agradecer al Dios del Cielo la lluvia y los niños bailaban y saltaban sobre los charcos de agua.

Cuando el Emperador Jade se dio cuenta que estaba lloviendo se puso furioso. ¿Cómo se habían atrevido a llevar lluvia a la Tierra sin su permiso? Ordenó que sus soldados fueran a buscar a los Cuatro Dragones y los trajeran ante él. Estaba dispuesto a castigarlos muy duramente por haberlo desobedecido.

Cuando los Dragones estuvieron en el Palacio Celestial, el Emperador Jade llamó al Dios de la Montaña y le ordenó que trajera cuatro montañas para encerrar a los Cuatro Dragones. El Dios de la Montaña trajo volando cuatro montañas y las colocó sobre los cuatro Dragones, que quedaron atrapados sin poder moverse.

Aún así, los Cuatro Dragones nunca se arrepintieron de lo que habían hecho, porque habían ayudado a gente que lo necesitaba.

Convencidos de querer hacer siempre buenas acciones para ayudar a los hombres, los Cuatro Dragones se convirtieron en cuatro ríos, que fluyeron a lo largo de altas montañas y profundos valles, cruzando la tierra y ofreciendo su agua a las gentes, para llegar finalmente al mar. Y de esta manera se formaron los cuatro grandes ríos de China el Heilongjian (el Dragón Negro) al norte, el Huang He (el Dragón Amarillo) en el centro; el Changjiang (Iang-Tsé o río Largo) al sur y el Xi Jiang (Perla) en el lejano sur.


lunes, 19 de abril de 2010

El gigante egoista



Hoy un cuento clasico de Oscar Wilde, escritor irlandes.

Cada tarde, a la salida de la escuela, los niños se iban a jugar al jardín del Gigante. Era un jardín amplio y hermoso, con arbustos de flores y cubierto de césped verde y suave. Por aquí y por allá, entre la hierba, se abrían flores luminosas como estrellas, y había doce albaricoqueros que durante la Primavera se cubrían con delicadas flores color rosa y nácar, y al llegar el Otoño se cargaban de ricos frutos aterciopelados. Los pájaros se demoraban en el ramaje de los árboles, y cantaban con tanta dulzura que los niños dejaban de jugar para escuchar sus trinos.

“¡Qué felices somos aquí!”, -se decían unos a otros.
Pero un día el Gigante regresó. Había ido a visitar a su amigo el Ogro de Cornish, y se había quedado con él durante los últimos siete años. Durante ese tiempo ya se habían dicho todo lo que se tenían que decir, pues su conversación era limitada, y el Gigante sintió el deseo de volver a su mansión. Al llegar, lo primero que vio fue a los niños jugando en el jardín.

“¿Qué hacéis aquí?”, surgió con su voz retumbante.

Los niños escaparon corriendo en desbandada.

“Este jardín es mío. Es mi jardín propio”, dijo el Gigante; “todo el mundo debe entender eso y no dejaré que nadie se meta a jugar aquí.”
Y, de inmediato, alzó una pared muy alta, y en la puerta puso un cartel que decía:

ENTRADA ESTRICTAMENTE PROHIBIDA
BAJO LAS PENAS CONSIGUIENTES

Era un Gigante egoísta…

Los pobres niños se quedaron sin tener dónde jugar. Hicieron la prueba de ir a jugar a la carretera, pero estaba llena de polvo, estaba plagada de pedruscos, y no les gustó. A menudo rondaban alrededor del muro que ocultaba el jardín del Gigante y recordaban nostálgicamente lo que había detrás.

“¡Qué dichosos éramos allí!”, se decían unos a otros.

“La Primavera se olvidó de este jardín”, se dijeron, “así que nos quedaremos aquí el resto del año.”

Cuando la primavera volvió, toda la comarca se pobló de pájaros y flores. Sin embargo, en el jardín del Gigante Egoísta permanecía el invierno. Como no había niños, los pájaros no cantaban, y los árboles se olvidaron de florecer. Sólo una vez una lindísima flor se asomó entre la hierba, pero apenas vio el cartel, se sintió tan triste por los niños que volvió a meterse bajo tierra y volvió a quedarse dormida.

Los únicos que se sentían a gusto allí eran la Nieve y la Escarcha.
La Nieve cubrió la tierra con su gran manto blanco y la Escarcha cubrió de plata los árboles. Y en seguida invitaron a su triste amigo el Viento del Norte para que pasara con ellos el resto de la temporada. Y llegó el Viento del Norte. Venía envuelto en pieles y anduvo rugiendo por el jardín durante todo el día, desganchando las plantas y derribando las chimeneas.

“¡Qué lugar más agradable”, dijo. “Tenemos que decirle al Granizo que venga a estar con nosotros también.”

Y vino el Granizo. Todos los días se pasaba tres horas tamborileando en los tejados de la mansión, hasta que rompió la mayor parte de las tejas. Después se ponía a dar vueltas alrededor, corriendo lo más rápido que podía. Se vestía de gris y su aliento era como el hielo.

“No entiendo porqué la Primavera tarda tanto en llegar aquí”, decía el Gigante Egoísta cuando se asomaba a la ventana y veía su jardín cubierto de gris y blanco, “espero que pronto cambie el tiempo.”

Pero la Primavera no llegó nunca, ni tampoco el Verano. El Otoño dio frutos dorados en todos los jardines, pero al jardín del Gigante no le dio ninguno.

“Es un gigante demasiado egoísta” decían los frutales.

De esta manera, el jardín del Gigante quedó para siempre sumido en el Invierno, y el Viento del Norte, el Granizo, la Escarcha y la Nieve bailoteaban lúgubremente entre los árboles.

Una mañana, el Gigante estaba en la cama todavía cuando oyó que una música muy hermosa llegaba desde afuera. Sonaba tan dulce en sus oídos, que pensó que tenía que ser el rey de los elfos que pasaba por allí. En realidad, era sólo un jilguerito que estaba cantando frente a su ventana, pero hacía tanto tiempo que el Gigante no escuchaba cantar ni un pájaro en su jardín, que le pareció escuchar la música más bella del mundo. Entonces el Granizo detuvo su danza, y el Viento del Norte dejó de rugir y un perfume delicioso penetró por entre las persianas abiertas.

“¡Qué bien! Parece que por fin llegó la Primavera” dijo el Gigante, y saltó de la cama para correr a la ventana.

¿Y qué es lo que vio?

Ante sus ojos había un espectáculo maravilloso. A través de una brecha del muro habían entrado los niños, y habían trepado a los árboles. En cada árbol había un niño, y los árboles estaban tan felices de tenerlos nuevamente con ellos, que se habían cubierto de flores y balanceaban suavemente sus ramas sobre sus cabecitas infantiles. Los pájaros revoloteaban cantando alrededor de ellos, y los pequeños reían. Era realmente un espectáculo muy bello. Sólo en un rincón se mantenía el Invierno. Era el rincón más apartado del jardín y en él se encontraba un niño, pero era tan pequeño que no lograba alcanzar las ramas del árbol, y el niño daba vueltas alrededor del viejo tronco llorando amargamente. El pobre árbol estaba todavía completamente cubierto de escarcha y nieve, y el Viento del Norte soplaba y rugía sobre él, sacudiéndole las ramas, que parecían a punto de quebrarse.

“¡Súbete a mí, niñito!”, decía el árbol, inclinando sus ramas todo lo que podía. Pero el niño era demasiado pequeño.

El Gigante sintió que el corazón se le derretía.

“¡Cuán egoísta he sido!” exclamó. Ahora sé porqué la Primavera no quería venir hasta aquí. Subiré a ese pobre niñito al árbol y después voy a tirar el muro. Desde hoy mi jardín será para siempre un lugar de juegos para los niños.

Estaba realmente arrepentido por lo que había hecho.

Bajó entonces la escalera, abrió cautelosamente la puerta de la casa, y entró en el jardín. Pero en cuanto lo vieron los niños se aterrorizaron, salieron a escape y el jardín quedó en Invierno otra vez. Sólo quedó aquel pequeñín del rincón más alejado, porque tenía los ojos tan llenos de lágrimas que no vio venir al Gigante. Entonces el Gigante se le acercó por detrás, lo cogió suavemente entre sus manos y lo subió al árbol. Y el árbol floreció de repente, y los pájaros vinieron a cantar en sus ramas, y el niño se abrazó al cuello del Gigante y le besó. Y los otros niños, cuando vieron que el Gigante ya no era malo, volvieron corriendo alegremente. Con ellos la Primavera volvió al jardín.

“Desde ahora el jardín será para vosotros, hijos míos”, dijo el Gigante, y asiendo un hacha enorme, echó abajo el muro.

Al mediodía, cuando la gente se dirigía al mercado, todos pudieron ver al Gigante jugando con los niños en el jardín más hermoso que habían visto jamás.
Estuvieron allí jugando todo el día, y al llegar la noche los niños fueron a despedirse del Gigante.

“Pero, ¿dónde está el más pequeñito?”, preguntó el Gigante, “¿ese niño que subí al árbol del rincón?”

El Gigante lo quería más que a los otros, porque el pequeño le había dado un beso.
“No lo sabemos” respondieron los niños, “se marchó solito.”

“Decidle que vuelva mañana” dijo el Gigante.

Pero los niños contestaron que no sabían dónde vivía y que nunca lo habían visto antes. Y el Gigante se quedó muy triste.

Todas las tardes, al salir de la escuela, los niños iban a jugar con el Gigante.

Pero al más pequeñito, a ese que el Gigante más quería, no lo volvieron a ver nunca más. El Gigante era muy bueno con todos los niños, pero echaba de menos a su primer amiguito y muy a menudo se acordaba de él.
“¡Cómo me gustaría volverlo a ver!” repetía.
Fueron pasando los años, y el Gigante envejeció y sus fuerzas se debilitaron. Ya no podía jugar; pero, sentado en un enorme sillón, miraba jugar a los niños y admiraba su jardín.

“Tengo muchas flores hermosas”, decía, “pero los niños son las flores más hermosas de todas.”

Una mañana de Invierno, miró por la ventana mientras se vestía. Ya no odiaba el Invierno, pues sabía que el Invierno era simplemente la Primavera dormida, y que las flores estaban descansando.

Sin embargo, de pronto se restregó los ojos, maravillado, y miró, miró…
Lo que estaba viendo era realmente maravilloso. En el rincón más alejado del jardín había un árbol cubierto por completo de flores blancas. Todas sus ramas eran doradas, y de ellas colgaban frutos de plata. Debajo del árbol estaba parado el pequeñito a quien tanto había echado de menos.

Lleno de alegría, el Gigante bajó corriendo las escaleras y entró en el jardín. Pero cuando llegó junto al niño, su rostro enrojeció de ira, y dijo:

“¿Quién se ha atrevido a hacerte daño?” Porque en la palma de las manos del niño había huellas de clavos, y también había huellas de clavos en sus pies.

“¿Pero, quién se atrevió a herirte?”, gritó el Gigante. “Dímelo, para coger mi espada y matarlo.”

“¡No!”, respondió el niño. “Estas son las heridas del Amor.”

“¿Quién eres tú, mi pequeño niñito?”, preguntó el Gigante, y un extraño temor lo invadió, y cayó de rodillas ante el pequeño.

Entonces el niño sonrió al Gigante, y le dijo:
“Una vez tú me dejaste jugar en tu jardín; hoy jugarás conmigo en mi jardín, que es el Paraíso.”

Y cuando los niños llegaron esa tarde, encontraron al Gigante muerto debajo del árbol. Parecía dormir, y estaba enteramente cubierto de flores blancas…

domingo, 18 de abril de 2010

Educación financiera para niños



Hoy navegando por la red, me encontrado con una web en cuanto menos curiosa. Se trata de cuentos infantiles encarrilados a enseñar a los niños educación financiera.

Claro que tenemos que el cuento uno de sus principales objetivos es enseñar, porque no a administrase uno mismo. Incluso existe la posibilidad de montar tallares, pero eso es en Méjico.


Dejo el link de acceso a la web:

http://www.veronicahuacuja.com.mx/index.html

sábado, 17 de abril de 2010

Yayel y el nacimiento del mar

Leyenda cubana, sobre el origen del mar.

Cuando el mundo era joven estaba poblado por los antiguos dioses, entre ellos estaba Yaya, que era el origen de la vida, el creador.
Yaya vivía con su esposa y su pequeño hijo Yayael, que era obediente y hacía todo lo que se le pedía. Pero Yayael fue creciendo y al llegar a la adolescencia a menudo no estaba de acuerdo con lo que su padre, el gran espíritu, le decía.

Se convirtió en un insolente y egoísta que sólo quería hacer su voluntad y que enceguecido por hacer su voluntad, llegaba a faltarle el respeto a su padre.
Yaya acabó por enfurecerse: -Márchate de casa inmediatamente y no regreses hasta que pasen cuatro lunas -le ordenó, afligido.

Pasaron cuatro meses de su partida cuando, Yayael regresó a su hogar. La furia de Yaya no se había aplacado en este tiempo y, en un estallido de cólera, mató al revoltoso joven.

Arrepentido y lleno de remordimientos, recogió los huesos de su hijo y los metió dentro de una calabaza hueca que colgó del techo de su cabaña.

El tiempo pasaba y Yaya no encontraba consuelo. Tuvo tantos deseos de ver de nuevo a su hijo que descolgó la calabaza en presencia de su esposa. Los huesos habían desaparecido y, en su lugar, había muchos peces multicolores de todos los tamaños. Les parecieron tan apetitosos y abundantes que decidieron comérselos. Pero no se acababan nunca: cuantos más comían, más aparecían.

Una noche, cerca de la cabaña de Yaya, se oyó un alarido seguido de otros tres. Itiba Cahubaba, la Madre Tierra, acababa de parir cuatro criaturas, cuatro gemelos sagrados.



El primero era de piel muy áspera, al que ella llamó Deminán Caracaracol. Era un niño curioso y temerario, al que sus hermanos imitaban y seguían a todas partes.
Como Deminán había oído hablar desde muy pequeño del misterioso Yaya, quiso conocer mejor su poderoso espíritu y en cierta ocasión decidió seguirlo.

Deminán Caracaracol seguido de sus hermanos llegó a la cabaña, en la que se encontraba la calabaza mágica.
Al bajarla vieron que nadaban en ella peces de todas formas, tamaños y colores. Por supuesto que no pudieron resistir la tentación y se los comieron. En eso estaban, cuando Deminán escuchó un ruido y presintiendo que Yaya se acercaba quiso acomodar la calabaza en su lugar rápidamente; pero… como eran niños y estaban asustados, la calabaza se les cayó y se hizo añicos.

Un inmenso manantial de agua brotó de la calabaza rota y cubrió la Tierra de ríos y lagos, de océanos y mares. En el agua dulce y en el agua salada nadaban peces de muy diferentes tamaños y colores; peces multicolores, como el arco iris. Y así fue como de los huesos de Yayael nació el mar.

viernes, 16 de abril de 2010

Alicia en el pais de las maravillas














Hoy se estrena "Alicia en el pais de las maravillas" de Tim Burton.

Adaptación del cuento de Lewis Carol, que tiene muchisimas versiones tantas como puntos de vista pueda darse a esta historia fantastica.

No pondre ningun relato, ya que el original es demasiado largo para resumirlo en pocas lineas.

Les dejó con el trailer de la pelicula que se estrena hoy,y a continuación la primera parte que disney hizo del cuento.(en youtube se puede encontrar el resto)




jueves, 15 de abril de 2010

El arbol que hablaba


Había un lobo en la selva. Un día, cuando estaba afuera paseando, encontró a un árbol que tenía unas hojas que parecían caras de personas. Escuchó atentamente y pudo oír al árbol hablar.

El lobo se asustó y dijo:
-Hasta el día de hoy nunca me había encontrado con algo tan raro como un árbol hablante.

Tan pronto como hubo dicho estas palabras, alguna cosa que no pudo ver lo golpeó y lo dejó inconsciente. No sabía durante cuánto tiempo había estado allí tendido en el suelo, pero cuando despertó estaba demasiado asustado para hablar. Se levantó inmediatamente y empezó a correr.

El lobo estuvo pensando acerca de lo que le había ocurrido y se dio cuenta de que podía usar el árbol para su provecho. Se fue paseando de nuevo y se encontró a un antílope. Le contó lo del árbol que hablaba, pero el antílope no le creyó.



-Ven y lo verás tu mismo -dijo el lobo- pero cuando llegues delante del árbol asegúrate de decir estas palabras: "Hasta el día de hoy nunca me había encontrado con algo tan raro como un árbol hablante". Si no las dices, morirás.

El lobo y el antílope se acercaron hasta el árbol que hablaba. El antílope dijo:
-Has dicho la verdad, lobo, hasta el día de hoy nunca me había encontrado con algo tan raro como un árbol hablante.

Tan pronto como dijo esto alguna cosa lo golpeó y lo dejó inconsciente. El lobo cargó con él a su espalda y se lo llevó a casa para comérselo. "Este árbol que habla solucionará todos mis problemas", pensó el lobo. "Si soy inteligente nunca más volveré a pasar hambre."

Al día siguiente el lobo estaba paseando como de costumbre. Al cabo de un rato se encontró con una tortuga. Le contó la misma historia que le había contado al antílope, y la llevó hasta el lugar. La tortuga se sorprendió cuando vio al árbol hablante.

-No creía que esto fuera posible -dijo- hasta el día de hoy nunca me había encontrado con algo tan raro como un árbol hablante.
Inmediatamente fue golpeada por algo que no pudo ver y cayó inconsciente. El lobo la arrastró hasta su casa y la puso en una olla. Pensó en hacer una estupenda sopa.

El lobo estaba orgulloso de sí mismo. Después del antílope y la tortuga cazó un ave, un jabalí, y un ciervo.

Nunca antes había comido mejor. Siempre usaba la misma estrategia. Contaba a sus presas que debían decir que nunca antes habían visto a un árbol hablar y que si no lo decían morirían. Todos ellos hicieron lo que el lobo les dijo y todos ellos quedaron inconscientes. Luego el lobo cargaba con ellos hasta su casa. Era un plan perfecto, él lo creía simple e infalible, y agradecía a las estrellas el hecho de haber encontrado a ese árbol. Esperaba comer como un rey durante el resto de su vida.

Un día, que se sentía con algo de hambre, el lobo fue a pasear de nuevo. Esta vez se
encontró con una liebre. El lobo le dijo:

-Hermana liebre, he visto algo que tú no has visto desde el tiempo de tus antepasados.

-Hermano mayor, ¿qué puede ser? -preguntó la liebre.

-He visto un árbol que habla en la selva -dijo el lobo.

Contó la misma historia de siempre a la liebre y se ofreció para llevarla a ver ese árbol hablante. Fueron juntos hasta el lugar. Cuando se acercaban al árbol el lobo le dijo:

-No olvides lo que te he contado.

-¿Qué me contaste? -preguntó la liebre.

-Lo que debes decir cuando llegues junto al árbol, o si no , morirás -dijo el lobo.
-¡Oh!, sí -dijo la liebre-.

Y empezó a hablar con el árbol.

-¡Oh!, árbol, ¡oh!, árbol -dijo-. Eres un árbol precioso.
.No, esto no -dijo el lobo.

-Perdona -dijo la liebre. Entonces habló de nuevo-. Árbol, ¡oh!, árbol, nunca pensé que pudieras ser tan maravilloso.

-¡No, no! -dijo el lobo- no un árbol precioso, un árbol hablante. Te dije que tenías que decir que nunca habías visto antes a un árbol hablante.

Tan pronto como hubo dicho estas palabras, el lobo cayó inconsciente. La liebre se fue andando y mirando hacia el árbol y el lobo. Luego sonrió:

-Entonces, este era el plan del señor Lobo -dijo-. Se pensaba que este lugar era un comedero y yo su comida.

La liebre se marchó y contó a todos los animales de la selva el secreto del árbol que hablaba. El plan del lobo fue descubierto, y el árbol, sin herir a nadie, continuó hablando solo.

miércoles, 14 de abril de 2010

El bigote del tigre



Una mujer coreana fue un día a ver al gran sabio de su aldea, un ermitaño que tiempo atrás se había retirado a vivir a una montaña donde vivía con lo mínimo y en armonía con la naturaleza. Esa misma naturaleza era la que proveía para el anciano, y de la que obtenía también los elementos que componían las pociones que fabricaba. Era un hombre sumamente respetado.

La mujer entró en la cueva donde vivía el ermitaño, que le preguntó el motivo de su visita.

- Estoy desesperada, gran sabio. Sin duda necesito una de vuestras pociones.

- Pociones, pociones… -murmuró el anciano-, todos necesitan pociones… ¿Podremos curar un mundo enfermo a base de pociones?

La mujer empezó a contarle al anciano su problema. Su marido, tras volver de la guerra, había cambiado totalmente. Pasó de ser un hombre cariñoso a alguien frío y distante. Ya no hablaba, y las pocas veces que lo hacían, su voz sonaba helada, dura, áspera. Apenas comía, y muchas veces se encerraba en su cuarto tras dar un manotazo y se negaba a ver a nadie. Había abandonado sus ocupaciones y solía pasar el tiempo sentado en la cima de una montaña, con la mirada perdida en el mar, negándose a pronunciar palabra. Sus ojos, antes vivos y cómplices, eran ahora hielo o fuego rabioso. Ya no era el hombre con quien se casó.

- La guerra… la guerra transforma a tantos… -musitó el anciano.

- Creo que una de vuestras pociones le haría volver a ser el hombre cariñoso que un día fue.

- Una poción… tan simple como una poción… En fin, te diré que no será fácil, y además para hacerla necesitaría el bigote de un tigre vivo. Es su ingrediente principal. Sin bigote no hay poción.

La mujer se fue apenada porque no sabía cómo podría conseguir el bigote, pero era muy grande el amor que le profesaba a su marido, por lo que una noche se decidió a buscar ese tigre. Con un bol de arroz y salsa de carne se encaminó hacia la cueva de una montaña donde se decía que habitaba un tigre.

A cierta distancia de la cueva depositó el bol con comida y llamó al tigre para que viniera, pero él tigre no vino. Así pasaron días en los que la mujer cada vez se acercaba unos pasos más a la cueva, llamando al tigre, que empezaba a acostumbrarse a su presencia. Una de esas noches, el tigre se acercó algo a la mujer, que tuvo que esforzarse para no salir corriendo.

Ambos quedaron a escasa distancia, mirándose, escena que se repitió varias noches. Días después, la mujer empezó a hablar al tigre con una voz suave, y poco tiempo después, el tigre empezó a comer cada noche el bol de comida que ella le llevaba.

Así pasaron hasta seis meses, llegando a haber cierto vínculo entre ellos (ya la mujer hasta le acariciaba la cabeza cuando el tigre comía). Y llegó la noche en la que la mujer le suplicó al tigre que no se enojara, pero que necesitaba uno de sus bigotes para poder sentir cerca a su marido. Y se lo arrancó, y para su sorpresa, el tigre no se enfureció.

La mujer fue nada más amanecer a la cueva del ermitaño, a quien le enseñó el bigote del tigre que había conseguido, feliz porque ya obtendría su poción. El ermitaño tomó el bigote satisfecho y lo arrojó al fuego.

La mujer chilló sin entender nada, y el anciano la calmó y le preguntó cómo había conseguido el bigote.

- Yo… fui cada noche a la cueva del tigre, llevándole comida, hasta que me perdió el miedo y se acercó a mí. Fui muy paciente, seguí llevando comida aunque el tigre no la probaba, seguí acercándome cada noche aunque a veces el tigre ni siquiera salía. A partir de una noche, el tigre empezó a salir a recibirme y más tarde comía cuanto le llevaba. Entonces empecé a hablarle, dejando que me conociera, y aprendí a disfrutar también de esos momentos en los que estábamos juntos. Y más tarde, le pedí el bigote. Pero ahora que lo has tirado… ahora no habrá poción y mi marido seguirá ajeno a mí, como si no existiera!

- No te preocupes, mujer -susurró el anciano-. Y escúchame.
Lograste la confianza del tigre simplemente estando ahí, ofreciéndote, esperando, dejando que te conociera, hablándole y dándole el tiempo que necesitaba. Y además aprendiste a disfrutar de vuestros encuentros. ¿No crees que un hombre reaccionará de igual modo ante el cariño, la comprensión, el interés, la compañía? Si pudiste ganar con cariño y paciencia la comprensión y el amor de un animal salvaje… sin duda puedes hacer lo mismo con tu marido…

La mujer comprendió entonces. Amar, confiar, tener paciencia, mostrarse, dar tiempo… había aprendido una valiosa lección gracias al ermitaño. Y no necesitaría de más bigotes de tigre para sentirse cerca de aquel a quien amaba.

martes, 13 de abril de 2010

El gato con botas

Un molinero dejó, como única herencia a sus tres hijos, su molino, su burro y su gato. El reparto fue bien simple: no se necesitó llamar ni al abogado ni al notario. Habrían consumido todo el pobre patrimonio.

El mayor recibió el molino, el segundo se quedó con el burro y al menor le tocó sólo el gato. Este se lamentaba de su mísera herencia:

-Mis hermanos -decía- podrán ganarse la vida convenientemente trabajando juntos; lo que es yo, después de comerme a mi gato y de hacerme un manguito con su piel, me moriré de hambre.

El gato, que escuchaba estas palabras, pero se hacía el desentendido, le dijo en tono serio y pausado:

-No debéis afligiros, mi señor, no tenéis más que proporcionarme una bolsa y un par de botas para andar por entre los matorrales, y veréis que vuestra herencia no es tan pobre como pensáis.

Aunque el amo del gato no abrigara sobre esto grandes ilusiones, le había visto dar tantas muestras de agilidad para cazar ratas y ratones, como colgarse de los pies o esconderse en la harina para hacerse el muerto, que no desesperó de verse socorrido por él en su miseria.

Cuando el gato tuvo lo que había pedido, se colocó las botas y echándose la bolsa al cuello, sujetó los cordones de ésta con las dos patas delanteras, y se dirigió a un campo donde había muchos conejos. Puso afrecho y hierbas en su saco y tendiéndose en el suelo como si estuviese muerto, aguardó a que algún conejillo, poco conocedor aún de las astucias de este mundo, viniera a meter su hocico en la bolsa para comer lo que había dentro. No bien se hubo recostado, cuando se vio satisfecho. Un atolondrado conejillo se metió en el saco y el maestro gato, tirando los cordones, lo encerró y lo mató sin misericordia.

Muy ufano con su presa, fuese donde el rey y pidió hablar con él. Lo hicieron subir a los aposentos de Su Majestad donde, al entrar, hizo una gran reverencia ante el rey, y le dijo:

-He aquí, Majestad, un conejo de campo que el señor Marqués de Carabás (era el nombre que inventó para su amo) me ha encargado obsequiaros de su parte.

-Dile a tu amo, respondió el Rey, que le doy las gracias y que me agrada mucho.

En otra ocasión, se ocultó en un trigal, dejando siempre su saco abierto; y cuando en él entraron dos perdices, tiró los cordones y las cazó a ambas. Fue en seguida a ofrendarlas al Rey, tal como había hecho con el conejo de campo. El Rey recibió también con agrado las dos perdices, y ordenó que le diesen de beber.

El gato continuó así durante dos o tres meses llevándole de vez en cuando al Rey productos de caza de su amo. Un día supo que el Rey iría a pasear a orillas del río con su hija, la más hermosa princesa del mundo, y le dijo a su amo:

-Sí queréis seguir mi consejo, vuestra fortuna está hecha: no tenéis más que bañaros en el río, en el sitio que os mostraré, y en seguida yo haré lo demás.

El Marqués de Carabás hizo lo que su gato le aconsejó, sin saber de qué serviría. Mientras se estaba bañando, el Rey pasó por ahí, y el gato se puso a gritar con todas sus fuerzas:

-¡Socorro, socorro! ¡El señor Marqués de Carabás se está ahogando!

Al oír el grito, el Rey asomó la cabeza por la portezuela y, reconociendo al gato que tantas veces le había llevado caza, ordenó a sus guardias que acudieran rápidamente a socorrer al Marqués de Carabás. En tanto que sacaban del río al pobre Marqués, el gato se acercó a la carroza y le dijo al Rey que mientras su amo se estaba bañando, unos ladrones se habían llevado sus ropas pese a haber gritado ¡al ladrón! con todas sus fuerzas; el pícaro del gato las había escondido debajo de una enorme piedra.

El Rey ordenó de inmediato a los encargados de su guardarropa que fuesen en busca de sus más bellas vestiduras para el señor Marqués de Carabás. El Rey le hizo mil atenciones, y como el hermoso traje que le acababan de dar realzaba su figura, ya que era apuesto y bien formado, la hija del Rey lo encontró muy de su agrado; bastó que el Marqués de Carabás le dirigiera dos o tres miradas sumamente respetuosas y algo tiernas, y ella quedó locamente enamorada.

El Rey quiso que subiera a su carroza y lo acompañara en el paseo. El gato, encantado al ver que su proyecto empezaba a resultar, se adelantó, y habiendo encontrado a unos campesinos que segaban un prado, les dijo:

-Buenos segadores, si no decís al Rey que el prado que estáis segando es del Marqués de Carabás, os haré picadillo como carne de budín.

Por cierto que el Rey preguntó a los segadores de quién era ese prado que estaban segando.

-Es del señor Marqués de Carabás -dijeron a una sola voz, puesto que la amenaza del gato los había asustado.

-Tenéis aquí una hermosa heredad -dijo el Rey al Marqués de Carabás.

-Veréis, Majestad, es una tierra que no deja de producir con abundancia cada año.

El maestro gato, que iba siempre delante, encontró a unos campesinos que cosechaban y les dijo:

-Buena gente que estáis cosechando, si no decís que todos estos campos pertenecen al Marqués de Carabás, os haré picadillo como carne de budín.

El Rey, que pasó momentos después, quiso saber a quién pertenecían los campos que veía.

-Son del señor Marqués de Carabás, contestaron los campesinos, y el Rey nuevamente se alegró con el Marqués.

El gato, que iba delante de la carroza, decía siempre lo mismo a todos cuantos encontraba; y el Rey estaba muy asombrado con las riquezas del señor Marqués de Carabás.

El maestro gato llegó finalmente ante un hermoso castillo cuyo dueño era un ogro, el más rico que jamás se hubiera visto, pues todas las tierras por donde habían pasado eran dependientes de este castillo.

El gato, que tuvo la precaución de informarse acerca de quién era este ogro y de lo que sabía hacer, pidió hablar con él, diciendo que no había querido pasar tan cerca de su castillo sin tener el honor de hacerle la reverencia. El ogro lo recibió en la forma más cortés que puede hacerlo un ogro y lo invitó a descansar.

-Me han asegurado -dijo el gato- que vos tenías el don de convertiros en cualquier clase de animal; que podíais, por ejemplo, transformaros en león, en elefante.

-Es cierto -respondió el ogro con brusquedad- y para demostrarlo veréis cómo me convierto en león.

El gato se asustó tanto al ver a un león delante de él que en un santiamén se trepó a las canaletas, no sin pena ni riesgo a causa de las botas que nada servían para andar por las tejas.

Algún rato después, viendo que el ogro había recuperado su forma primitiva, el gato bajó y confesó que había tenido mucho miedo.

-Además me han asegurado -dijo el gato- pero no puedo creerlo, que vos también tenéis el poder de adquirir la forma del más pequeño animalillo; por ejemplo, que podéis convertiros en un ratón, en una rata; os confieso que eso me parece imposible.

-¿Imposible? -repuso el ogro- ya veréis-; y al mismo tiempo se transformó en una rata que se puso a correr por el piso.

Apenas la vio, el gato se echó encima de ella y se la comió.

Entretanto, el Rey, que al pasar vio el hermoso castillo del ogro, quiso entrar. El gato, al oír el ruido del carruaje que atravesaba el puente levadizo, corrió adelante y le dijo al Rey:

-Vuestra Majestad sea bienvenida al castillo del señor Marqués de Carabás.

-¡Cómo, señor Marqués -exclamó el rey- este castillo también os pertenece! Nada hay más bello que este patio y todos estos edificios que lo rodean; veamos el interior, por favor.

El Marqués ofreció la mano a la joven Princesa y, siguiendo al Rey que iba primero, entraron a una gran sala donde encontraron una magnífica colación que el ogro había mandado preparar para sus amigos que vendrían a verlo ese mismo día, los cuales no se habían atrevido a entrar, sabiendo que el Rey estaba allí.

El Rey, encantado con las buenas cualidades del señor Marqués de Carabás, al igual que su hija, que ya estaba loca de amor viendo los valiosos bienes que poseía, le dijo, después de haber bebido cinco o seis copas:

-Sólo dependerá de vos, señor Marqués, que seáis mi yerno.

El Marqués, haciendo grandes reverencias, aceptó el honor que le hacia el Rey; y ese mismo día se casó con la Princesa. El gato se convirtió en gran señor, y ya no corrió tras las ratas sino para divertirse.