sábado, 22 de mayo de 2010

La tetera magica


A veces las cosas pueden ser más de lo que parecen... ¡Sobretodo si os encontrais con las habilidades para disfrazarse de un tejón!

Habia una vez un monje al que le gustaba mucho beber té. Un día, en una tienda de objetos de segunda mano, descubrió una hermosa marmita de hierro de las que se utilizan para hervir el agua cuando se prepara el té. Era una marmita muy vieja y oxidada, pero pudo ver su belleza bajo la herrumbre. Por lo tanto, la compró y la llevó a su templo, y después de pulirla llamó a sus tres jóvenes alumnos que vivían en el templo.

- Miren que bella marmita compré hoy - les dijo - ahora, herviré agua en ella y prepararé un delicioso té para nosotros.

Colocó la marmita sobre un brasero y todos se sentaron alrededor a esperar que el agua hirviera. La marmita empezó a calentarse y calentarse y, de pronto, sucedió algo muy extraño: la marmita formó la cabeza de un tejón y una cola tupida de tejón, así como cuatro pequeñas patas de tejón.

- ¡Ouch! ¡Está caliente! - gritó la marmita - ¡Me estoy quemando, me estoy quemando! - Con esas palabras, la marmita saltó fuera del fuego y empezó a correr por la habitación sobre sus cuatro pequeñas patas de tejón.

El viejo monje estaba muy sorprendido, pero no quería perder su marmita.
- Rápido! ¡Rápido! - dijo a sus alumnos.- No dejen que se escape. ¡Atrápenla!

Los tres se fueron persiguiendo a la marmita. Cuando finalmente la atraparon, la cabeza de tejón, la cola tupida de tejón y las cuatro pequeñas patas de tejón habian desaparecido y era de nuevo una marmita común.

- Esto es muy extraño - opinó el monje.- Con seguridad es una tetera embrujada. No queremos nada como eso aquí en el templo. Debemos desecharla.

En ese momento, un ropavejero pasó por el templo. El monje tomó la marmita, se la mostró y dijo:
- Esta es una vieja marmita de hierro, se la venderé muy barata, señor ropavejero. Sólo deme lo que piense que vale.

El ropavejero pesó la marmita en su báscula manual y se la compró al monje a un precio muy bajo. Se fue a casa silbando, contento por haber encontrado esa ganga.
Esa noche, el ropavejero se fue a dormir y toda la casa estaba en silencio. De pronto, una voz dijo:
- Señor ropavejero. ¡Oh, señor ropavejero!"

El ropavejero abrió los ojos y preguntó: "¿Quién me llama?" Encendió una vela.

Vio la marmita, de pie junto a su almohada, con la cabeza de tejón, la cola tupida de tejón y las cuatro pequeñas patas de tejón. El ropavejero se sorprendió mucho y preguntó:
- ¿No eres la marmita que le compré hoy al monje?
- Si, ésa soy yo - respondió la marmita - Sin embargo, no soy una marmita común. En realidad, son un tejón disfrazado y mi nombre es Bumbuku, que significa "Buena Suerte". Ese monje viejo y malo me colocó sobre el fuego y me quemó, por eso huí de él. Sin embargo, si me tratas con amabilidad, me alimentas bien y nunca me pones sobre el fuego, me quedaré contigo y te ayudaré a hacer tu fortuna.

- Esto es muy extraño - opinó el ropavejero - ¿como puedes ayudarme a hacer mi fortuna?

- Puedo hacer toda clase de trucos maravillosos - aseguró la marmita y movió su tupida cola de tejón - Lo único que tienes que hacer es ponerme en un espectáculo y vender boletos a la gente que desee verme hacer mis trucos.

El ropavejero pensó que ésa era una idea espléndida. Al dia siguiente, construyó un teatro pequeño en su patio y colocó un letrero grande que decía: "Bumbuku, la tetera mágica de la buena suerte y sus extraordinarios trucos.

Cada día, iba más y más gente a ver a Bumbuku. El ropavejero vendía los boletos al frente y luego, cuando el teatro estaba lleno, entraba y empezaba a tocar un tambor.

Bumbuku salía, bailaba y hacía toda clase de acrobacias. No obstante, el truco que más gustaba a la gente era cuando Bumbuku caminaba sobre una cuerda tensa, con una sombrilla de papel en una mano y un abanico en la otra. La gente pensaba que eso era maravilloso y le aplaudía mucho. Después de la función de cada día, el ropavejero daba a Bumbuku deliciosos pastelillos de arroz para que se los comiera.

El ropavejero vendió tantos boletos que finalmente se volvió sumamente rico. Un dia, le dijo a Bumbuku:
- Con seguridad te cansas mucho haciendo estos trucos todos los días. Ahora tengo el dinero que necesito. Por lo tanto, ¿por qué no te llevo al templo, donde puedes vivir con mucha tranquilidad?
- Bueno - respondió Bumbuku.- Estoy un poco cansado y me gustaría vivir tranquilamente en el templo. Sin embargo, ese anciano monje puede colocarme de nuevo sobre el fuego y tal vez nunca me dé esos deliciosos pastelillos de arroz.
- Deja todo en mis manos - pidió el ropavejero.

A la mañana siguiente, el ropavejero llevó a Bumbuku al templo, junto con una gran cantidad de dinero y algunos de los pastelillos de arroz favoritos del tejón.

Cuando llegaron al templo, el ropavejero explicó al monje lo que había sucedido y le dió el dinero para el templo. Luego preguntó:

- Permitirá que Bumbuku viva aquí con tranquilidad para siempre, lo alimentará siempre con pastelillos de arroz como estos que traje y no volverá a colocarlo sobre el fuego?

- Así lo haré - aseguró el monje - Ocupará el lugar de honor en la casa del tesoro del templo. En realidad, es una marmita mágica de buena suerte y nunca la habría colocado sobre el fuego, de haberlo sabido.

El monje llamó a sus alumnos. Colocaron la marmita en un pedestal de madera y los pastelillos de arroz en otro. El monje cargó un pedestal y el ropavejero el otro y, con los tres alumnos siguiéndolos, llevaron con cuidado a Bumbuku a la casa del tesoro y colocaron los pastelillos de arroz a su lado.

Cuentan que Bumbuku aún está hoy en día en la casa del tesoro del templo, donde es muy feliz. Aún le dan deliciosos pastelillos de arroz todos los días para que se los coma y nunca, nunca, lo colocan sobre el fuego.

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