sábado, 8 de mayo de 2010

El nacimiento de los caballos marinos

Una leyenda que nos descubre como hace miles y miles de años, en un lugar desconocido de la tierra, hubo un hecho fabuloso y sobrenatural: El nacimiento de los caballos marinos.

No me pregunte dónde estaba, porque poco se sabe. Sólo os puedo decir que era un país lleno de montañas escarpadas, pero tampoco sabemos si hacía frío o calor, si la tierra era verde o desértica o qué árboles formaban la vegetación.
No importa, amigas y amigos, el hecho es que entre los valles y colinas, cabalgaban libres y salvajes dos magníficos caballos.

Eran dos pura sangres majestuosos. Ágiles y rápidos como el viento. Con las patas bien fuertes y musculadas y con unas colas larguísimas y peludas que no paraban nunca quietas.

Los dos caballos se pasaban todo el día trotando y saltando arriba y abajo. Jugando a hacer carreras o corriente de un lado a otro.
Pero he aquí que un día, a lo lejos, oyeron el espantoso gruñir de unas fieras.

Tenían las orejas tan finas que no les engañaban nunca. Efectivamente, ese sonido espantoso no era otra cosa que los gruñidos de un grupo de perros que se les acercaban a toda velocidad.

Los dos caballos enseguida entendieron que aquellos perros les querían comer. Paralizados por el miedo, asustados y desorientados, los caballos no sabían hacia dónde huir. Y no fue hasta que vieron cómo se les acercaba el primer perro que echó a correr hacia todos lados.

Uno, dos, tres... Madre mía! Si los perseguía toda una jauría rabiosa que no dejaba de gruñir y enseñar los dientes.

Completamente desconcertados, los caballos tomaron el peor camino que podían tomar: el camino que llevaba a la cima de los acantilados.

Los caballos se dieron cuenta que solos habían metido en una trampa porque habían tomado un camino sin salida.

Los caballos corrían y corrían. Y iban tan deprisa, que enseguida fueron junto al acantilado. Era el momento de detenerse en seco o ya no podrían frenar a tiempo y caería descalabro.
Una de dos, o se dejaban comida o saltaban por el abismo. Y los caballos decidieron saltar.

Ninguno de los dos no paró de correr, ni mirar atrás. Ninguno de los dos no dudó ni una milésima de segundo que era mejor saltar. Saltando, tenían una mínima esperanza de sobrevivir o morirían devorados por aquellos perros rabiosos.

Que valientes que fueron los caballos!
Ambos corrieron aún más para tomar impulso y saltar mientras relinchan quién sabe si por última vez.Los caballos volaron durante un buen rato. Caían con la cola y las patas bien estiradas para equilibrarse y poder amortiguar el golpe.

Pero aún así, el choque contra el agua fue bestial. Atontados por el golpe, los caballos se empezaron a hundirse en las profundidades del mar.

Entonces sucedió algo prodigioso. Cuando los caballos ya empezaban a perder el mundo de vista, cuando estaban a punto de morir ahogados, se empezaron a transformar de una manera mágica. De repente podían respirar bajo el agua. Las patas traseras se juntaron y se transformaron en una cola llena de escamas y las patas delanteras se fueron haciendo pequeñas y pequeñas hasta convertirse en aletas.
Y los peces que pasaban por allí quedaron boquiabiertos cuando vieron el espectáculo de dos magníficos pura sangres que se convertían... en caballetes marinos.
Y la leyenda termina diciendo que los perros se quedaron sin comer, porque no se atrevieron saltar hacia las profundidades del mar.

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